No es sólo la economía la que se hunde, sino también España
Recojo un artículo de Gabriel M. Gómez Alcalá, profesor de Política Económica en ETEA y creo que nieto de un profesor que tuve en el Instituto de Jaén: “No hay dos economías iguales, ni una economía es igual a sí misma transcurridos unos años. Por eso, la misma situación en dos economías diferentes tiene resultados diferentes. Y, por lo mismo, una política económica no da siempre los mismos resultados”.
Viene a recordarnos Gómez Alcalá respecto de la economía la máxima del Dr. Marañón de que no hay enfermedades, sino enfermos. Pero también es aplicable a los sistemas políticos, incluidas las formas democráticas. Los organismos colectivos son tan complejos como el cuerpo humano y tampoco cada uno de ellos responde de igual manera a determinadas pandemias ideológicas o de otra índole a ellas inexorablemente ligadas.
Prosperan los países cuyos regímenes políticos, sean autoritarios o democráticos, se asientan sobre principios morales, tratan de ser fieles al orden natural y aciertan a encontrar una respuesta pragmática a los problemas que les salen al paso. Y suelen caer en yerros más o menos graves, derivados en procesos de regresión, aquellos otros que, aquejados de un rígido o exasperado ideologismo y prisioneros del arbitrismo, propenden a la imitación de recetas ajenas y a circense demagogia.
No soy un especialista en materia económica. Me inicié en el primer curso de Derecho con Zumalacarri como catedrático de Economía Política y el Weber y el Kleinwaster como libros de texto. Y en política fiscal con la Hacienda Pública que nos enseñaba el catedrático Vicente Gay, amenísimo con sus ilustrativos juegos metafóricos. También tuve muy buenos guías, como Velarde Fuertes, Fuentes Quintata, y otros de su escuela, como Ramón Hermida Beaumont de asentamientos doctrinales distintos. Todos ellos me adentraron en el conocimiento de sus maestros y de los más famosos economistas internacionales en cada periodo. Pero sigo sin ser ni considerarme un especialista. Apenas un generalista que ejerce el periodismo y procura sacar agua de las fuentes de la experiencia y del sentido común. Es el motivo de compartir lo que al propósito explica el profesor Pérez Alcalá.
He escrito en ocasiones que los economistas son algo así como los forenses de los fenómenos económicos ya pasados, cuyos cadáveres diseccionan. Incluso aciertan no pocas veces en denunciar los errores de la gestión económica presente de los gobiernos y otros poderes que influyen en la naturaleza de sus consecuencias. Pero no suelen acertar, aunque sean premios Nobel, en previsiones certeras de futuro a medio y largo plazo. Las concatenaciones en los comportamientos humanos son tan complejas y con tan múltiples variantes que factores imprevistos, incluso irrelevantes en apariencia, trastocan las previsiones que economistas y políticos venden como seguras.
El profesor Fernando Fernández, rector de Universidad y habitual en las páginas de “ABC” y en Intereconomía, no pierde ocasión de arremeter contra la política de autarquía emprendida por el régimen de Franco durante la década posterior al final de nuestra guerra. El profesor no vivió aquel periodo y quienes sí lo vivimos le preguntaríamos: ¿Qué receta habría aplicado usted con un país arrasado por la contienda, una guerra mundial en torno y, a renglón seguido, un torvo aislamiento internacional que nos impedía acudir a los mercados exteriores para proveernos incluso de lo más esencial? Pues obtener el máximo provecho de nuestros propios recursos, estimular procesos de industrialización con el INI como motor, crear una fuerte moral de trabajo mediante una política social avanzada, austeridad en el gasto público consuntivo, inversiones públicas consistentes y mantener la ilusión y la esperanza hasta que escampara y fuera posible una reconsideración a fondo de la política económica, la cual llegaría con los Planes de Desarrollo, a los que sirvió de fundamento la capitalización de los sacrificios asumidos por varias generaciones de españoles, a una de las cuales pertenezco. Y no debió ser tan negativo el INI, ahora denigrado y por entonces alabado por conspicuos economistas, cuando la privatización de sus empresas, iniciada cuando gobernaba Felipe González y continuada en tiempos de Aznar, permitió unos sustanciales ingresos al Estado para cuadrar cuentas y abordar inversiones imprescindibles.
Tampoco las crisis financieras internacionales son iguales entre sí ni sus efectos sobre unas u otras economías nacionales, aunque puedan ir acompañadas de factores en apariencia comunes como puedan ser fenómenos especulativos, entre ellos los precios del petróleo. Ahora se propende a relacionar la actual recesión mundial con la de 1929 y tomar como modelo para superarla el New Deal de Roosevelt y las teorías de Keynes, las cuales entusiasmaron en tiempos no muy lejanos a reputados economistas y políticos, sobre todo “progresistas”. Pero se olvida o silencia que el New Deal fue un fracaso y que a la economía norteamericana la salvó su participación en la guerra mundial que generó un gigantesco esfuerzo productivo mediante el aprovechamiento de su gran potencial de medios materiales y humanos. Lo percibió Franco de inmediato, quien al conocer la entrada de los USA en la contienda comentó a uno de sus colaboradores más inmediatos: “Alemania tiene perdida la guerra. No podrá resistir al enorme potencial norteamericano”.
Ahora se observan tímidos repuntes en las economías norteamericana, alemana y francesa. Pero ya se advierte desde algunas esquinas económicas que no se echen apresuradamente las campanas al vuelo puesto que persisten los problemas de fondo que provocaron la recesión en los USA y contagió a otros muchos países, en la actualidad con múltiples nexos de interdependencia inseparables de la llamada globalización. Es notorio, por lo demás, que unos gobiernos han afrontado la recesión con menores efectos negativos a otros, no sólo relacionados con la solidez de su estructura productiva, el trasfondo cultural de sus pueblos y la entidad de su clase dirigente.
Lo que no cabe frente a la adversidad es mezclar churras con merinas. Es lo que hicieron los gobiernos socialistas de Felipe González y han practicado hasta el paroxismo los de Rodríguez. La combinación entre demagogia neomarxista y liberalismo capitalista resulta a la postre explosiva y susceptible de destruir el edificio de una economía nacional por muy sólida que sea. Pero su capacidad destructiva es aún mayor si al propio tiempo se han socavado los cimientos del Estado y desmantelado sus áreas más sustanciales de soberanía.
Es lo que sucede en España y de ahí lo trágico de la situación para nosotros. La manipulación sistemática por el gobierno Rodríguez de los índices básicos que sirven para diagnosticar la salud de un sistema económico, no logra ocultar la extrema gravedad de la coyuntura española, consecuencia de una profunda degradación en cualesquiera ámbitos. Nuestro endeudamiento exterior es de tal magnitud que en ámbitos europeos ya se habla de la posibilidad de expulsar España del concierto económico de la UE y, en concreto, del área del euro. Estamos ya a la cola de Europa en cualesquiera índices de medición, desde la enseñanza al PIB.
Advertía Thomas Jefferson en 1802: “Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listo para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo sobre la tierra que sus padres conquistaron”.
No iba descaminado Jefferson. Sus temores se han cumplido ampliamente. Es la Reserva Federal la que, en su condición de banco central estatal, emite la moneda en los USA, controla los flujos económicos e influye en los procesos económicos mundiales. Pero el 50% del capital de la Reserva Federal lo detentan los grandes bancos privados según señalé en alguna crónica anterior. Y a lo largo del tiempo, sobre todo a partir de la de 1907, se ha registrado crisis cíclicas como las anunciadas por Jefferson y también sus nefandas consecuencias, ahora aún más espectaculares y perniciosas. Pero una vez más, y como en las anteriores, saldrán fortalecidos los grupos financieros que realmente mueven los hilos e imponen su ley a los gobiernos. También, y por supuesto, al norteamericano. Las gigantescas inyecciones de dinero público a los bancos en dificultades han caracterizado las medidas más enfáticas del “progresista” Obama, de inmediato copiadas por otros gobiernos.
Rodríguez y sus secuaces propenden a culpar de la crisis actual a la voracidad del capitalismo. Pero han seguido la misma política mediante la aportación masiva de caudales públicos a la gran banca española y de unificación terrritorial de cajas de ahorro para convertirlas en bancos territoriales bajo el control político de los gobiernos de las taifas. E incluso se anuncia su futura privatización con la posibilidad que antes o después se apoderen de ellas los grandes bancos. Este tipo de confabulación entre capitalismo financiero y socialismo no es nueva. Los bancos participan en la financiación de los partidos y a cambio obtienen congruos réditos y creciente poder, a costa, como preveía Jefferson, del empobrecimiento de una sociedad aletargada y privada de sus más elementales asideros de libertad personal y colectiva.
Señalaba al comienzo que también es aplicable la tesis de Pérez Alcalá a los sistemas políticos y, en concreto, a la forma democrática. Hablar de pureza democrática está tan fuera de lugar, sobre todo ahora, como atribuir virginidad a una prostituta. Hay que desechar tópicos como el churchilliano de que el democrático es el menos malo de los sistemas políticos. Pudo decir que el menos imperfecto y sería lo mismo puesto que lleva implícita la admisión de que todos son malos. Lo que nos conduciría a una graduación práctica en relación con lo que unos y otros han reportado al bien común de los respectivos pueblos. Y resultaría a la postre que determinados regímenes calificados de autoritarios lo fueron más que otros definidos como democráticos que los precedieron o los siguieron en un cierto país o respecto a democracias de otros.
Las formas democrática son múltiples y muchas de ellas, como las llamadas democracias populares de regímenes comunistas, son rígidamente totalitarias y brutales. No basta que se cumplan determinadas formalidades electorales o la existencia de instituciones parlamentarias para admitir que un pueblo vive en democracia y el ejercicio de sus libertades está preservado. Es la causa del fiasco en que con frecuencia desemboca el intento de aplicar por doquier un tipo uniforme de vida democrática a despecho de la entidad histórica, cultural, socioeconómica e incluso coyuntural de cada país. Remedando a aquel sentencioso y gran torero que fue el Guerra, cabría aseverar que en lo concerniente a los sistemas políticos más convenientes cada pueblo es el que es. Y asimismo que es falso es otro tópico de que cada pueblo tiene los dirigentes políticos que se merece. Lo cierto es, y lo avala la historia, que los pueblos se comportan como quienes en cada circunstancia los dirigen. No ha sido infrecuente que, sin apenas transición, un pueblo se levante espectacularmente desde la degradación y no tarde en protagonizar grandes empeños. También lo contrario.
España está sumida en un proceso de aguda degradación en todos los órdenes que desmiente cualquier presunción de aceptable democracia. Algunos sostienen que estamos inmersos en un nuevo 98. O si se quiere, en la fase terminal de un proceso de agotamiento histórico que se materializó en la pérdida de Cuba, último residuo del Imperio, en decadencia inocultable desde los últimos Austrias. Ya no se trata de la pérdida de lo que se llamó la última joya de la Corona. Ahora es la integridad misma de la España metropolitana la sometida a despiece agónico en el marco de una mera ficción democrática. Ni tan siquiera es capaz el gobierno de mantener a toda cosa la españolidad de Gibraltar. ¿Cómo puede hacerlo cuando desde las instituciones del Estado se favorece su rompimiento, atribuyendo a determinadas regiones la condición de naciones con constituciones propias enmascaradas como Estatutos?
Me atrajo días pasados la relectura de una biografía de Trajano. Aquel genio hispanorromano condujo el Imperio a su máximo cenital lo mismo en cuanto a expansión territorial que en lo concerniente en el interior a lo que hoy consideraríamos un envidiable Estado de Derecho. No pasaría mucho tiempo sin que comparecieran los estigmas de la decadencia que ya le habían precedido. Se trata de fenómenos engañosos que se reiteran con sus lógicas peculiaridades. También los españoles los hemos vivido de alguna manera, uno de ellos en tiempos recientes. Ahora nos deslizamos con agorera aceleración por la pendiente hacia el acaso definitivo no ser de España.
Si los españoles desertamos de la misión histórica a la que nos debemos, serán ominosas las perspectivas de futuro ¿Hasta podría suceder que las partes desgajadas del tronco común se repartieran como colonias entre Europa, el islamismo e incluso el neoimperialismo bolivariano hacia el que tan proclives son Rodríguez y sus huestes.