La lucha por la igualdad, una batalla contra el hombre
La lucha por la igualdad ha sido, para algunas feministas radicales, una batalla contra el hombre, encontrando su culmen en el deseo de algunas mujeres de concebir hijos sin la intervención de aquel. De este modo, la ingeniería genética amenaza con su total destitución al resultar prescindibles para la reproducción de la especie. El verdadero problema surge cuando estas aspiraciones individuales superan el ámbito de lo privado para recibir reconocimiento legal. Así ha sucedido con la Ley 14/2006 sobre técnicas de reproducción asistida, favorecedora de la maternidad en solitario de mujeres mayores de edad, sea cual sea su estado civil u orientación sexual, sin medir sus consecuencias para el individuo y el completo entramado social.
El origen de esta devaluación de la figura paterna clava sus orígenes en la revolución del 68 que, como señala Anatrella, en realidad fue una «revuelta contra el padre y contra todo lo que él representaba». La función del padre ha sido desprovista de valor, la sociedad no les tiene en cuenta y, habiendo sido suprimido, física o psíquicamente, no juega ya su papel de «separador» que permite al niño diferenciarse de la madre. Como afirma García Morente, es por medio de la intervención paterna como el niño choca contra el mundo del adulto y sufre los dolores de tropiezo con una realidad —siquiera sea fragmentaria- que ya no es su propia realidad por él creada, sino «la realidad»; favoreciendo la conducción de la infancia a la hombría y evitando así que el niño vaya creciendo sin incorporarse al mundo del adulto, perdurando indebidamente en la vida pueril. El pediatra Aldo Naouri, considera esencial la figura paterna que rompe la dependencia del niño con la madre, imponiendo el transcurso del tiempo y ubicándole fuera del universo uterino atemporal. Lo que le permite percibirse plenamente como ser vivo.
Las madres animales parecen conocer de esta necesidad y —en ausencia del macho- para hacer combativos a sus vástagos y permitirles vivir en una naturaleza profundamente hostil, no dudan en maltratarlos para alejarlos de ellas mismas. Las madres humanas, por el contrario, luchan por evitar a sus crías todo tipo de sufrimiento, siendo la fuente de satisfacción de todos sus deseos desde el útero. En ausencia de padre, surge una relación de pareja entre la madre y el hijo, una unión indisoluble, sin jerarquía, que perjudica el equilibrio psíquico de ambos. La relación paterno-filial se coloca en la antípoda de la madre y es esencial para que el niño asuma su propia individualidad, su identidad sexual y la autonomía psíquica necesaria para realizarse como sujeto.
El psicoanalista Stoller ha demostrado cómo los varones, que viven una identificación primera con su madre y, por lo tanto, con la sexualidad femenina, conocen un itinerario más difícil que las chicas para liberarse y afirmar su virilidad. En la adolescencia y juventud, la ansiedad por recibir la «masculinidad» que les ha sido negada, conduce a muchos de ellos a tendencias homosexuales. Y luego, de adultos, no quieren ser padres, tienen miedo o lo hacen incorrectamente, ya que a ellos se les privó de un comportamiento paterno ejemplar.
Para Anatrella, la negación de la función paterna pone en peligro a toda la sociedad, pues, aquellos niños, una vez adolescentes, no tienen otro medio de probar su virilidad más que oponiéndose a la mujer-madre, incluso por medio de la violencia: «cuando el padre está ausente, cuando los símbolos maternales dominan y el niño está solo con mujeres, se engendra violencia». También Cordes, en su obra El eclipse del padre, nos alerta: «Las familias centradas en la mujer producen una virilidad violenta y ostensiva».
Esta Ley, al despreciar y minusvalorar la función del padre, ignora verdades universales, como que la procreación debe partir de la alteridad sexual y que la filiación se deriva y se funda en el amor entre el padre y la madre. Plantea problemas antropológicos, morales y simbólicos al otorgar un marco jurídico a una forma de reproducción que no tiene la misma naturaleza, ni finalidad que la resultante de la alianza entre un hombre y una mujer, fundamento del vínculo social, con una dimensión universal a partir de la cual la sociedad puede organizarse y desarrollarse. Este tipo de ley participa en la fragmentación de la sociedad, ya que, lejos de garantizar las realidades objetivas y universales que configuran los fundamentos antropológicos seculares del sentido del hombre, favorece reivindicaciones singulares, extraídas de concretas apetencias y de ideologías individuales y subjetivas; dejando, en consecuencia, de ser garante del bien común.
Si se deprecia al varón, hombre, padre, se deprecia toda la condición humana. Es urgente recuperar la función paterna, que permite al niño resolver el complejo de Edipo, diferenciarse de la madre, recibir la masculinidad y, en definitiva, aceptar la realidad y crecer como un hombre libre.
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