Otro crimen racista en el Reino Unido contra un ciudadano de raza blanca que, sin embargo, los medios informativos de aquel país han silenciado de forma incomprensible. El agredido es un adolescente de solo 17 años, Daniel Stringer-Prince, aprendiz de panadero, quien podría perder la visión en un ojo, según informa la Policía.

Los hechos transcurrieron cuando Daniel caminaba por la calle Nelson (centro de Londres) en compañía de su mejor amigo, Kavan Brown. Ambos fueron atacados por un grupo de asiáticos de religión musulmana, quienes profirieron al mismo tiempo graves insultos xenófobos contra la población blanca del Reino Unido.

Daniel y su amigo relataron a la Policía que unos minutos antes, cuando ambos pasaban ante un kebab situado en Market Street, un hombre con vestimenta islámica que portaba un cuchillo les hizo el gesto de cortales el cuello desde el interior de una tienda. Los dos amigos ignoraron la amenaza y continuaron caminando.

Según el relato policial, uno de los atacantes, sin que mediara discusión alguna, propinó un brutal puñetazo contra Kavan, fracturándole la nariz. A esta primera agresión continuó una avalancha de golpes que le ocasionó una fractura de craneo, la rotura del pómulo e importantes daños en la cuenca de uno de sus ojos. Los médicos temen que el herido pierda por completo la visión del ojo dañado. Los detectives señalaron que el caso se trataba claramente de un “crimen por odio racial”.

Pese a la gravedad del hecho, los medios británicos lo han silenciado mayoritariamente. Ya se sabe que en el nuevo orden europeo, las agresiones y crimenes que tengan como destinatarios a ciudadanos autóctonos de raza blanca apenas merecen atención mediática. Cada día más, los debilitados jóvenes blancos europeos son el objetivo propiciatorio de la violencia racista. En los países de Escandinavia, los autóctonos se sienten ya como ovejas heridas rodeadas por un rebaño de lobos salvajes. Sólo en Suecia se cuentan más de cien agresiones al año como la sufrida por Daniel Stringer-Prince. Nadie dice nada. Nadie hace nada.

Incluso la encanallada izquierda europea, cuando forzada por la alarma social tiene que salir a valorar este tipo de sucesos, lo hace siempre poniendo el acento en la marginalidad social de los agresores, nunca en la existencia de un plan deliberado y sistemático para la reversión demográfica y cultural de Europa.

Hay también un hecho no menos preocupante. El silencio de los medios y de la casta política, en contraste con los rasgamientos de vestidura que se producirían si el autor de los ataques racistas fuese de raza blanca, provocan un efecto contrario al de servir de disuasión a los criminales. A través de estas evidencias de complicidad con los criminales, éstos ya saben que en Europa la integridad física de los autóctonos tiene cada día menos importancia.