Dos representantes de un sindicato de médicos islamistas egipcios, durante una reunión.

C.V.- El islamismo trata de eludir el juicio moral de sus crímenes traspasando su responsabilidad a quienes se oponen a sus actividades tachándoles de islamófobos. Cuenta para ello con la complicidad de la prensa liberal europea, de los partidos políticos tradicionales y de una miríada de organizaciones progresistas supuestamente defensoras de los derechos humanos… siempre y cuando esos derechos no tengan a los cristianos como víctimas. 

La reciente prohibición, en Egipto, promovida por los sindicatos islamistas de médicos, de realizar transfusiones y trasplantes entre cristianos y musulmanes, constituye todo un canto a la ‘tolerancia’ y el ‘entendimiento’ que, sin embargo, ninguna organización médica de Occidente ha denunciado. Ni tampoco Médicos sin Fronteras, una entidad al servicio de la victimización de Occidente a causa de los desmanes que cometen los gobiernos islámicos contra sus propias poblaciones. Como si España tuviese alguna responsabilidad en el estado de salud en que se hallan los habitantes de países que nos superan en recursos económicos.

Hay otros ejemplos que ilustran el nivel de corrosión interna que sufre la civilización cristiana: Quema de templos, profanación de tumbas, asesinatos de religiosos, violación y linchamiento de mujeres que acuden a misa… extirpación de genitales a personas cercanas y/o familiares de religiosos, encarcelamiento y pérdida de trabajo por llevar un símbolo religioso cristiano…

La teología islámica es el verdadero motor de la violencia que padecemos y los yihadistas son siempre intrínsecamente asesinos descerebrados que nos han declarado la guerra, aunque los políticos occidentales no quieran saberlo.

A los musulmanes no les mueve la aversión a la política exterior norteamericana –o británica o europea–, sino una teología fundamentalista que busca someter el mundo entero a la “justicia islámica”. La sharía (justicia mahometana o musulmana o islámica) -que en su propia esencia es- sabemos, la violación de los más altos y fundamentales derechos humanos alcanzados por la civilización occidental. Los imanes radicales inculcan a sus pupilos que deben luchar por Dar al Islam (la Casa del Islam) contra Dar al Harb (la Casa de la Guerra, es decir, los dominios de los infieles, a los que hay que derrotar). “[Y] en Dar al Harb todo vale, incluso la traición y la cobardía de atacar a los infieles”.

Las principales instituciones musulmanas, con su política de cerrar los ojos ante la teología radical de los yihadistas, no hacen sino facilitar que los extremistas recluten nuevos adeptos. Hay políticos mundiales que se niegan a asumir la ardua y a menudo compleja verdad de que el islam puede utilizarse para sancionar la violencia contra el infiel; en vez de ello, repiten el mantra de que el islam es la paz, con la esperanza de que todo este debate quede en agua de borrajas.

La corrección política no es una estrategia para la victoria. Los islámicos no nos odiarán menos porque dejemos de hablar de la teología que los exalta. Si queremos ganar la guerra que nos han declarado los yihadistas, la guerra de Dar al Islam contra Dar al Harb, debemos apostar por la claridad moral. La negación de la realidad es un lujo que no nos podemos permitir. Los jerarcas musulmanes, lo saben.