“Escrito para la Historia”: Tres actos (Capítulo 17)
Por Blas Piñar/ (Del libro “Escrito para la Historia”).- Acto en la Catedral de Huesca: Huesca quiso conmemorar el 25 aniversario del levantamiento del sitio que sufrió durante veinte meses. El Ejército rojo, integrado fundamentalmente por anarquistas procedentes de Barcelona, tuvo, durante ese tiempo, cercada la ciudad, con todas sus nada agradables consecuencias. La población y los defensores se comportaron heroicamente.
Una comisión de la que suele llamarse “fuerzas vivas” vino a Madrid. La presidía el alcalde de Huesca Mariano Ponz Piedrafita. Me visitaron y me pidieron que hablase en el acto que se celebraría, al cumplirse ese aniversario, es decir, el día 25 de marzo de 1963. Agradecí la invitación y la acepté.
El gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, de la provincia altoaragonesa, Ramón Encinas Diéguez, al que había conocido en Santiago de Compostela con ocasión del Congreso Hispanoamericano y Filipino de Municipios, me envió un coche oficial a Madrid para recogerme. Fue la víspera de la conmemoración. Me alojé en la casa del gobernador y en su casa -en el edificio del Gobierno- cené y dormí.
A la mañana siguiente, los organizadores del acto se habían sorprendido por la inmensa muchedumbre que se había reunido para asistir al acto. No era posible que cupiera en ninguno de los cines y teatros de la localidad, y menos en el que se había contratado previamente. Tampoco se estimó oportuno que se celebrase al aire libre. Se decidió trasladarlo a la Catedral, retirando, como es lógico, al Santísimo. La verdad es que aquella multitud llenó el templo.
En la presidencia del acto estaba Fernando Herrero Tejedor, vicesecretario general del Movimiento, al que acompañaban el delegado nacional de Provincias, José Luis Taboada García, el gobernador civil, el alcalde de Huesca, y el general Manuel Marcide Odriozola, gobernador militar, y Capitán General, en funciones, de Aragón; y digo en funciones porque el titular de la Capitanía se encontraba en Japón, para asistir a la ordenación como sacerdote de uno de sus hijos, que terminó allí su carrera.
El entusiasmo y el patriotismo oscense quedaron de manifiesto. Los aplausos y ovaciones del público, ratificando lo que allí se dijo, fueron unánimes, y la alegría reflejada en los rostros, desbordante. Yo pronuncié un discurso en el que no solo me ocupé del sitio de Huesca, sino de la situación política del momento. Reproduzco -por las consecuencias que siguieron- algunas de las frases que más impresionaron.
“Españoles y oscenses: hemos de estar con los ojos muy abiertos. No podemos dormirnos sobre los laureles. Recuerdo que apenas terminada la contienda, en el Bar Flor de esta ciudad, el general Urrutia, se dirigía a aquellos que habían combatido a su lado y les decía: ‘Os felicito por el esfuerzo que hicisteis durante la guerra, pero este esfuerzo bélico no serviría absolutamente para nada si no hicieseis un esfuerzo semejante en el mantenimiento de la paz lograda con la victoria. Para ello os doy dos consejos: cuidado con las tibiezas; cuidado con las emboscadas’. Parecía que estaba repitiendo aquella proclama del general Franco, cuando el Movimiento Nacional se inicia: ‘en nuestro suelo no tendrán cabida los traidores’.
“A los veinticinco años de aquella Victoria lograda con la sangre de nuestros caídos, de nuestros muertos, de nuestros hermanos, con el dolor y el sacrificio cruento de España, tenemos derecho, más aún, tenemos el imperioso deber de preguntarnos si no hay tibiezas, si no hay emboscadas, si no hay traidores, si somos fieles al espíritu de aquel Alzamiento Nacional, al espíritu de la Cruzada.
“Muchos de los intelectuales de la época asumieron una gran responsabilidad, ante Dios y ante su pueblo, pactando con el enemigo, al que sirvieron con su pluma, con su palabra, y con su ejemplo. Muchos de estos hombres, que acabaron arruinando nuestro tesoro artístico, que acabaron poniendo las manos en el patrimonio nacional y que después marcharon fuera, a un exilio que ellos mismos buscaron, siguieron después sacudiendo con sarcasmo y con ironía el nombre sagrado de nuestros muertos.
“No hace muchos días, en un alto puesto oficial representativo de España en el exterior, se invitaba con dinero de España a estos mismos hombres, se les llamaba nuestros hermanos separados, se les comparaba a los conquistadores heroicos de América, a los colonizadores y hasta a los emigrantes trabajadores y sencillos, y después se les decía -a estos hombres, moral e intelectualmente responsables de la muerte de nuestros mejores- que gozan de una honrada probidad política, y que sin abdicar de sus convicciones, podían sentarse a la mesa de este alto representante oficial de España.
“Cuando un hecho semejante se produce tenemos que decir: ¡Oscenses, españoles, hombres que os sentís responsables de aquel acontecimiento histórico, que no es un pasado muerto, sino un hecho vivo y actual!. Tenemos que montar una guardia tensa y vigilante como la mantuvísteis vosotros en las posiciones y en los parapetos y en las avanzadas del sitio. Hoy, de lo que se trata es de arrancarnos nuestro mundo interior. La ofensiva está dentro de nosotros mismos, y taimadamente, furtivamente, cautelosamente, se trata de arrebatar el espíritu mismo de la Cruzada que hizo al Estado Nacional.
“Nosotros somos de aquellos que están con el ojo dormido, pero con el corazón vigilante. Hemos hecho nuestro aquel versículo del Cantar de los Cantares. Mi ojo duerme, pero mi corazón vigila. Aquellas rosas que florecieron en vuestro marzo de 1938 no están marchitas, sino frescas y sonrosadas. Por eso, la sangre nos bulle y el corazón nos duele cuando notamos y presenciamos las defecciones. Y si estas defecciones continuasen, si el Estado español hecho con la sangre y los muertos de España un día estuviese invadido por el tufo liberal que se percibe en el ambiente, entonces seremos muchos los que vendremos hasta aquí para aprender de nuevo las lecciones del heroísmo y de la virilidad, y saldremos otra vez a la intemperie, al aire libre, para como decía José Antonio, vivaquear en los campos y montar la guardia vigilante que evite que los gusanos y los enemigos de España la cubran, relamiéndose y complaciéndose, pensando en que España vuelva a dormirse, sesteante y en huelga, y que ellos podrán así recorrerla con la viscosidad de sus patas, comérsela y devorarla al sol.”
Al concluir mi intervención -aparte de los espontáneos que se acercaron a felicitarme- lo hicieron, y efusivamente, todos, menos uno, de los que habían integrado la presidencia. El general Marcide Odriozola, con cara de disgusto, no sólo no me felicitó sino que se ausentó de inmediato y precipitadamente. Confieso que esta conducta me dejó preocupado.
En el Gobierno Civil hubo, en la noche, una cena, a la que asistimos, con las autoridades provinciales y locales, quienes habíamos venido desde Madrid. Hubo una euforia general; lo que era lógico pues el acto había resultado espléndido. Se puso de relieve que la respuesta popular que se había detectado respaldaba la corriente de opinión que se oponía a las concesiones del Gobierno que debilitaban al Régimen, y que, en muchas ocasiones, estaban en contradicción con los ideales que se defendieron -como Huesca lo hizo- en la Cruzada. Alguien insinuó que podía percibirse una creciente influencia de la masonería.
Yo manifesté mi extrañeza por la forma de comportarse el general. Me dijeron los que le conocían, que se trataba de un hombre muy tímido, y que esa timidez lo explicaba todo. Manifesté que ello no me convencía, porque una cosa era la timidez y otra la falta de cortesía.
Regresé a Madrid al día siguiente, por la mañana. Rogué al Gobernador que me enviase, como recuerdo, una copia de la cinta magnetofónica en la que se había grabado mi discurso. Me dijo que así lo haría, y que otra copia se la habían pedido de Televisión Española, que iba a dar a conocer el acto con imagen y sonido.
Llegué a Madrid supercansado. Almorcé y me eché la siesta, que quedó interrumpida por una llamada telefónica del Gobernador Civil, que, desde Huesca, me informaba de la visita que le había hecho el general Marcide. “Tenías razón, porque el general me ha manifestado su disgusto por algunas de las cosas que aquí dijiste y con las que está absolutamente en desacuerdo. Toma las medidas cautelares que estimes oportunas”. Le contesté: “No pienso tomar medidas de ninguna clase porque todo lo que dije es verdad”.
Sucedieron dos cosas dignas de mención: la primera, que el general remitió copia escrita de mi discurso al Alto Estado Mayor; otra copia -pero enviada por no sé quién- llegó a la Secretaría General del Movimiento; y la segunda que la cinta magnetofónica que me había prometido el Gobernador no me llegaba.
El retraso de la cinta comenzó a inquietarme. Llamé a Herrero Tejedor para preguntarle si tenía noticias de lo sucedido en Huesca “a posteriori” del acto. Estuvo evasivo y eludió una respuesta aclaratoria. Escribí al Gobernador recordándole su promesa de enviarme la copia grabada de mi discurso. No me contestó. Lo hizo, en su nombre, su secretario particular, anunciándome que la recibiría pronto. Y la cinta, por fin, llegó. Lo sorprendente es que acompañando a la cinta, y en el interior de la caja de plástico que la guardaba había una nota del jefe de Televisión Española en Zaragoza, Miguel París Plou, que decía lo siguiente:
“Zaragoza, 26-3-63:
“Amigo y camarada Luis Carrasco: Anoche, al ir a enviar la cinta a Madrid, creí conveniente oírla en mi casa por si había algo, y comprendiendo que podía levantarse polvo decidí no hacerlo, por lo que tu llamada de esta tarde ha llegado a tiempo. Si al obrar así lo he hecho bien, me alegraría mucho, pues hubiera sentido incurrir en nada que os pudiera molestar”.
Sin duda, la cinta devuelta, sin haberla sacado de la caja, fue la que yo recibí. Debió ser grande la sorpresa del Gobernador, cuando al contestar a su secretario, luego de acusar recibo y de agradecer el obsequio, le agregaba, que unido a él, había una nota con el texto a que acabo de referirme y que le reproducía. Ni qué decir tiene que no volví a tener noticias ni del Gobernador ni de su secretario.
Más importante y significativo para mí fue lo que sucedió con la denuncia llegada a la Secretaría General del Movimiento. El ministro secretario José Solís Ruíz, se presentó en el Pardo con el texto íntegro de mi discurso en el que iban subrayadas las frases que provocaron el incidente. Despachando con Franco, Solís le mostró dicho texto, y le pidió que leyera las frases subrayadas.
Franco las leyó, levantó la mirada y dirigiéndose a Solís, le preguntó: “Blas Piñar ¿es o no es de los nuestros?”. Solís, le replicó: “Yo creo que es de los nuestros”. “Pues si es de los nuestros, déjenle que diga lo que quiera”. Me consta que así fue la conversación entre el Jefe del Estado y su ministro. No se volvió a hablar, que yo sepa, de este asunto; asunto que más que una anécdota era y fue un síntoma.
En cualquier caso, me sirvieron de compensación el acuerdo de la Comisión Permanente del Ayuntamiento de Huesca y la carta de su Alcalde.
El acuerdo de la Corporación local decía así:
“La Comisión Municipal Permanente del Excmo. Ayuntamiento de Huesca, en su sesión celebrada el día 28 de marzo corriente, a propuesta de la Alcaldía-Presidencia y por unanimidad, acordó hacer constar en Acta la satisfacción corporativa por el feliz desarrollo, extraordinaria solemnidad y fervor patriótico con que se ha conmemorado el XXV Aniversario del Levantamiento del Asedio de la Ciudad y felicitar estusiásticamente al Excmo. señor don Blas Piñar, por la cooperación prestada con su excepcional discurso y brillante oratoria en el acto de la imposición de los Escudos de la Ciudad al Santo Cristo de los Milagros y a nuestro Patrono San Lorenzo, celebrado en la Santa Iglesia Catedral, con motivo de tan señalada efemérides.
“Lo que tengo el honor de trasladar a V.E. para su conocimiento y demás efectos; a la vez que me permito aprovechar esta gratísima oportunidad para reiterarle el testimonio sincerísimo de mi entusiasta felicitación personal.
“Dios guarde a V.E. muchos años.
“Huesca, 30 de marzo de 1963”.
El texto de la carta del Alcalde es el siguiente:
“Huesca, 16 de abril de 1963.
“Señor don Blas Piñar.
“Querido Blas:
“Accediendo gustosísimo -como siempre que se trata de satisfacer un deseo tuyo- te adjunto un ejemplar del diario Nueva España de esta ciudad, en el que se publica un extracto sucinto del magnífico discurso con que nos regalaste a los oscenses en el acto celebrado en la Santa Iglesia Catedral, con motivo del XXV Aniversario de la Liberación de Huesca.
“Ten la seguridad de que con tus palabras llenaste de emoción a los oscenses, que lloraban oyendo decir tanto, y tan bien, de aquellos días heroicos. Reflejaste tan maravillosamente nuestro Asedio, que realmente hiciste verdad con tus palabras, nuestras bodas de plata con el heroísmo.
“El marco de la Catedral, llena como nunca de público, que permaneció atento, sin abandonar el recinto pese a la incomodidad, ansioso de participar en tan trascendental acto, y los comienzos de tu emotivo discurso, me proporcionaron la tranquilidad de considerar lograda la conmemoración que deseábamos celebrar, lo que no había sentido hasta esos momentos.
“Con el mejor de los afectos, saluda a Carmen, y recibe un saludo”.
En el Palau de la Música de Barcelona
Hacía años que no se conmemoraba con dignidad la liberación de Barcelona por los Ejércitos nacionales. Aquél 26 de enero de 1939 se iba sepultando en el olvido, con la colaboración de las autoridades, adocenadas o cómplices. Ante la pasividad oficialista, los ex combatientes de Barcelona decidieron pronunciarse. Contaron, para ello, con la colaboración desinteresada y fervorosa de los grupos que en la ciudad condal permanecían fieles a los ideales de la Cruzada, y entre ellos con Fuerza Nueva.
Con tiempo suficiente, una comisión representativa, que encabezaba Carlos Cava de Llano, visitó al Capitán General de la Región, Joaquín Nogueras, para exponerle su proyecto y pedirle su apoyo. La comisión fue recibida con afecto, y el apoyo concedido. El programa fue aprobado por el Capitán General, Joaquín Nogueras Márquez, militar prestigioso, y que había obtenido premios importantes en carreras de caballos y había sido alumno de mi padre en la Academia Militar de Toledo. Todo un caballero, por razón del Arma a que pertenecía y por sus éxitos personales en el mundo de la hípica. Por otra parte, me unía a él una verdadera amistad. Por todo ello mostró una gran alegría al saber que iba a intervenir en el acto cumbre conmemorativo de la liberación de Barcelona que se proyectaba celebrar en el Palau de la Música.
Dicho acto tenía que ser autorizado por el gobernador civil, cargo que desempeñaba Tomás Pelayo Ros, al que había conocido en Tarragona, cuando era subjefe provincial del Movimiento. Tomás Pelayo Ros pertenecía a la carrera fiscal. Siempre he tenido de él un gran concepto. Era pariente muy próximo de Santiago Pelayo Hore, notario de Madrid, que atendía profesionalmente al Caudillo y, que hecho prisionero en Teruel, cuando la ciudad fue tomada por los rojos, estuvo en la cárcel de San Miguel de Los Reyes, en Valencia. Desconozco las razones, aunque me las figuro, por las cuales nunca fue concedida la autorización solicitada. Pero lo que sí me consta es la oposición de algunos miembros del equipo ministerial a la conmemoración del 26 de enero, de lo que informé al entonces vicepresidente del Gobierno, don Luis Carrero Blanco en carta del día 13 de enero de 1972. En la carta, entre otras cosas, le decía : “Es posible que surjan trampas y dificultades. ¿Podría contar con usted para soslayarlas ?”
Trataré de explicarlo: Pocos días antes de la conmemoración proyectada, me llamó por teléfono el teniente general Joaquín Nogueras. Estaba en Madrid. El ministro del Ejército, don Camilo Menéndez Tolosa, que no simpatizaba con nosotros, -tío carnal de quien años después sería mi consuegro, el capitán de navío Camilo Menéndez Vives-, le había ordenado que se presentase en el Ministerio. La entrevista que había mantenido con el titular de la cartera acababa de concluir y deseaba verme. Vino a mi despacho.
Me dio cuenta detallada de la conversación. El ministro quería que el acto del Palau de la Música no se celebrase, y que, por lo tanto, como Capitán General de Cataluña, Joaquín Nogueras debía prohibirlo. “Le contesté -me dijo- que no se trataba de un acto de carácter militar, sino civil, y que yo no tenía, por ello, competencia ni para autorizarlo ni para prohibirlo. El gobernador civil y jefe provincial del Movimiento era el competente”. “Yo -sigo reproduciendo palabras de Joaquín Nogueras-, sólo he manifestado a los organizadores mi natural satisfacción por su proyecto- pues no en balde soy del Ejército liberador- y a ofrecerles mi aliento y mi apoyo moral. Ahora bien, luego de escucharle, señor ministro, le hago saber, que yo no pensaba asistir al acto, pero que he cambiado de opinión, y si el acto se celebra yo acudiré, como Capitán General de Cataluña, y de uniforme, a presidirlo”.
“Te ruego solamente una cosa -concluyó Joaquín Nogueras- que en tu discurso no hagas ninguna alusión al Gobierno”. “¿Se entiende -le contesté- que haces referencia a la palabra, y no al contenido, y que, por lo tanto, no pronunciando la palabra gobierno, podré aludir al ejecutivo, a los que están al frente de los destinos del país, a quienes llevan la dirección de la política nacional?”.
“Efectivamente, así es”, me replicó.
Estimo que la entrevista Camilo Menéndez-Joaquín Nogueras no debió ser excesivamente amable, y que ante la resuelta actitud de éste, no hubo ni destitución ni siquiera amonestación. Hubiera sido demasiado escandaloso.
Pero la postura del Gobierno seguía adelante. Tomaba posesión de la archidiócesis toledana don Marcelo González, que había sido durante varios años arzobispo de Barcelona. Con tal motivo se desplazaron las primeras autoridades barcelonesas de la ciudad condal a la ciudad imperial, y de Madrid, entre otros, el ministro de Justicia, Antonio María de Oriol; y Antonio María de Oriol, en la sacristía de la santa iglesia catedral primada, pidió al gobernador civil, Pelayo Ros, que no autorizara el acto del Palau de la Música.
El acto seguía pendiente de autorización, cuando me llamó por teléfono José Solís Ruíz, ex ministro y ex delegado nacional de Sindicatos. Me dijo que le habían rogado desde el Gobierno -no me indicó qué ministro- que dada la situación se desplazase a Barcelona y que hablara en el Palau de la Música. Su intervención debería ser muy larga, de tal forma que a mí apenas me quedara tiempo para hablar. José Solís me subrayó dos cosas: que no iría a Barcelona, porque a él nadie le había invitado, y que me daba cuenta de todo ello para mi información sobre la actitud del Gobierno.
En ese clima de tensión, sin estar autorizado ni prohibido, tuvo lugar el acto público del 26 de enero de 1972 con el que se conmemoraba la entrada, hacía 33 años, del Ejército nacional en Barcelona y la liberación de la ciudad. Confieso que fue uno de los actos más emotivos que he presenciado y vivido y de los que fui, en cierto modo, protagonista.
Hubo un lleno absoluto. Más de 4.500 personas, según la prensa. El acceso al local no resultó fácil. La gente se apretujaba ante las puertas. El Capitán General, de uniforme, logró entrar. Le seguía un general, también de uniforme que, en medio del bullicio, me tocó el hombro. “¿Te acuerdas de mí?”, me preguntó. “Soy Federico Gómez de Salazar”, me dijo. La verdad es que mi memoria me había fallado, en cuanto a la fisonomía, pero no en cuanto a los apellidos y, ello, por dos razones: porque su familia y la mía son toledanas, y porque su hermano, José María, defensor del Alcázar, divisionario en Rusia y mutilado de guerra, fue un entrañable amigo y compañero desde párvulos. Si aquella presentación me produjo una gran alegría -la del reencuentro-, ésta se marchitó al instante. Federico Gómez de Salazar aclaró que acudía al acto por disciplina, acompañando al Capitán General, pero no porque compartiera conmigo ideas y actitudes. Creo que su conducta posterior ha comprobado que decía la verdad.
Nuestra gente -la que acudió al acto en tan crecido número- dio una muestra de respeto digna de aplauso. A Pelayo Ros -por su actitud incomprensible- le habían preparado una pitada. Pero la pitada no tuvo lugar. Joaquín Nogueras -que quizás estuviera al tanto de lo que podía ocurrir- hizo de coraza protectora, tomando del brazo al Gobernador. Estando juntos podría haberse interpretado la pitada como dirigida al uniforme, y no a la primera autoridad civil y política de la provincia. Fue un acierto, que pone de relieve la hombría de bien de Joaquín Nogueras.
Vuelvo a insistir en la emotividad del acto presidido por el Capitán General. En un ambiente caldeado de patriotismo, cuando salí al escenario subió una muchachita ataviada con el traje regional. Me entregó un ramo de cinco rosas, que yo recibí con lágrimas, entre un aplauso unánime y encendido de aquella multitud puesta en pie.
Fue un éxito, que dolió a algunos. Éxito frente a la apatía o cobardía gubernamental, y éxito frente a un adversario que se las prometía muy felices con el transcurso silencioso de la conmemoración, y que ahora palpaba que el silencio había sido roto, y de manera clamorosa, por quienes se daban cuenta de la acción corrosiva sobre el Régimen, que estaba en curso.
Es curioso recoger lo que refiriéndose al acto del Palau de la Música, decía Hora de Madrid, órgano clandestino del Partido Comunista : “De nuevo rugió el hombre de las cavernas. Del túnel de los tiempos apareció el Führer Blas Piñar, que acompañado del Capitán General, de militares uniformados y de cuanto picapiedra hay en Barcelona, celebró la entrada fascista en la capital de Cataluña”. El también panfleto clandestino Boletín de Información de Oficiales y Suboficiales, de inspiración comunista, correspondiente al mes de marzo de 1972, luego de asegurar (mintiendo) que “Blas Piñar se reúne con un grupo de generales con los que se dedica a la conspiración política”, se expresaba así : “El Capitán General, al presidir el acto y, por tanto, apoyar las ideas políticas y ultrafascistas de Blas Piñar, ¿lo hacía a título personal o como tal Capitán General?”.
En esta línea se pronunció también la revista democristiana Discusión y Convivencia, en su número 20/21 de febrero-marzo de, 1972. En él, Fernando Baeza Martos hacía un comentario a mi discurso en Barcelona, con el título de Invocación a la catástrofe. Este discurso -escribía- “ha constituído, en la mejor traducción heroico-fascista, un catálogo de altisonancias y desplantes, con líricas evocaciones del pasado, con jactanciosas alusiones al presente. Todo ello entre aplausos y ovaciones de un público enardecido, que hasta penúltima hora no había tenido la seguridad de que se fuera a celebrar el acto. Como fuere, constituyó un clamoroso éxito de puertas para dentro”.
Como compensación, recibí de don Marcelino Olaechea Loizaga, arzobispo dimisionario de Valencia, una carta, fechada el 14 de febrero de 1972, en la que me decía :
“Muy querido amigo
“He oído su discurso en el Palacio de la Música, de Barcelona. Lo he reoído, pues mi ´otro yo`, mi secretario don Joaquín Mestre (lo tenía grabado). Mi aplauso más entusiasta, al que acompaño mi oración. Pido al Señor conserve para grandeza de su Iglesia y de su España, por muchos y muchos años, el vigor que hoy tiene, la mente, el corazón, la cultura, la acrisolada honradez, y la garganta de un gran apóstol. Un fortísimo abrazo”.
“Otra carta estimulante fue la del 17 del mismo mes y año, que me hizo llegar el marqués de la Florida, Luis Benítez de Lugo y Ascanio, en su calidad de presidente de la Hermandad Nacional de Alféreces Provisionales. Decía así:
“Mi querido amigo:
“Estas líneas son para transmitirte el acuerdo de esta Junta Nacional, en su sesión Plenara celebrada el pasado dia 12, de expresarte la felicitación más cordial por tu brillante y patriótica intervención en el acto celebrado en Barcelona, el dia 26 de enero pasado, con motivo del XXXIII aniversario de la liberación dicha ciudad. Me complace trasladarte dicha felicitación y la mia personal, con un fuerte abrazo”.
El miércoles de la semana posterior al acto, tenía que visitar al Caudillo. Lógicamente le había pedido audiencia con antelación. Ese miércoles será para mí un día inolvidable. La víspera, es decir, el martes, tuve que hacer un viaje a Palma de Mallorca. Acababa de morir en la capital del archipiélago mi madrina y tía carnal. Fui en avión, con mi esposa, para asistir al funeral y al entierro. Al regresar a Madrid, en un periódico, y durante el vuelo, leí la esquela mortuoria del general Miguel Moscardó, hijo del héroe del Alcázar José Moscardó Ituarte. Éramos, tanto de él, como de su esposa -María Jesús Morales y Vara de Rey- muy buenos amigos.
Desde el aeropuerto de Barajas fuimos a la Capitanía General, en la calle Mayor. Suponíamos que allí se habría trasladado el cadáver. No era así.
Y siendo las tres de la noche, llenos de cansancio, decidimos ir a nuestra casa, y a la mañana siguiente averiguar de dónde salía el entierro. Mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme con una tarjeta de Antonio Urcelay, entonces capitán de navío y ayudante de Franco. En la tarjeta decía que le llamase a mi regreso de Mallorca. Me daba su teléfono. Tenía urgencia de hablar conmigo. A una hora tan intempestiva dudé sobre la impertinencia de una llamada. La hice, pero esperando un número de tonos que bastara para decirme si el sueño profundo le impedía oírme. Y fue así: colgué el auricular sin tener respuesta y me fui a la cama.
Reanudo el tema en la sala de espera próxima al despacho del Caudillo. Entre otros, estaban citados para aquel miércoles 2 de febrero de 1972, Tomás Pelayo Ros y Alejandro Fernández Sordo, que era entonces director general de Prensa. Durante el tiempo que precede a la entrevista se charla, como es natural, por los convocados. Es curioso que Pelayo Ros eludiera y no comentara en absoluto el acto reciente y magnífico del Palau de la Música.
Cuando me llamaron para la entrevista, me crucé con José Antonio Girón de Velasco y con Vicente Gil, un hombre bueno y leal. El primero salía del despacho del Caudillo. El segundo se limitaba, cogido de su brazo, a acompañarle. José Antonio Girón me dijo: “Te lo he dejado mollar”. Se refería, lógicamente a Franco.
Saludé con respeto y admiración al Generalísimo. Y hablamos. Quienes dicen que el Caudillo no dejaba hablar, no se expresan con acierto. Los que callaban ante el Jefe del Estado, lo hacían, sin duda, por timidez o por temor a formular opiniones que no coincidieran con las de Franco, pero jamás porque Franco les impusiera silencio. En cualquier caso, yo, en las entrevistas que pedí y me concedió, dije con toda libertad lo que me parecía oportuno. En la que ahora comento, y a raíz del tema de Barcelona, Franco me dijo que era éste un momento de moderación. La palabra moderación se había puesto de moda. Sobre la moderación, en la ciudad condal, se había dado una conferencia en un local vinculado a Sebastián Auger, fundador del Diario Femenino, propietario de la magnífica revista Mundo, de política internacional, que había comprado en Madrid, y de la Editorial Dossat, que había publicado un libro, en cuyo prólogo López Bravo exaltaba los éxitos económicos de los países comunistas.
De moderación hablaba también desde la vicesecretaría general del Movimiento, Eduardo Navarro, quién se enorgullecía de formar parte de la conjura de los moderados. Y de la moderación se escribía igualmente en la revista fundada por Joaquín Ruíz Giménez, Cuadernos para el Diálogo.Yo me negué a la invitación, que el propio Ruíz Giménez me hizo para figurar en la lista de fundadores de la misma. Me tomé la libertad de preguntarle a Franco si por casualidad leía esta publicación, porque empleaba su mismo lenguaje. Más aún, añadí, si “la moderación” era la política conveniente, y así lo entendía el Caudillo, yo estaba dispuesto a echar el cierre metálico a la obra que tenía en marcha, pues mi visión de los problemas planteados podía ser equivocada , mientras que la del Jefe del Estado, con más perspectiva y experiencia, sería la más conveniente para España. Por otro lado -concluí- es mucho lo que estamos arriesgando, y no sólo yo sino mi familia. Yo, en cuanto a tiempo de ocio, salud, amenazas de toda índole y perjuicios de carácter profesional, y mi familia, toda vez que mis hijos tenían frecuentes enfrentamientos con los marxistas en la Universidad. A uno de ellos le habían dado una paliza -que quedó impune- y tuve que ir a recogerlo a un sanatorio. Otro, fue expulsado de la Universidad Complutense por el Decano de la Facultad de Derecho, siendo inútiles las gestiones y los recursos puestos en marcha para remediar el daño. Me puse de pie para despedirme. Fue una despedida brusca pero cortés. “Tiene muchas visitas esperando, mi general”. Me dio la mano y salí cariacontecido. Algo grave ocurría. Y lo supe.
Al regresar a casa, preocupado, hice partícipe a mi mujer, sólo a mi mujer, de esta preocupación. Entendí que a Franco le flaqueaba el pulso, y que un cerco le iba atenazando, a la vez que sembraba duda y confusión sobre los que éramos absolutamente leales. La consigna no era otra que bajar la guardia, aunque en el lenguaje oficial se dijera que no se bajaba. “Ya no hay hombre”, le confesé a mi esposa, “pero razón de más para seguir inquebrantable a su lado. Si un padre pone de manifiesto señales de debilidad, y de ésta tratan de aprovecharse sin escrúpulos los que le rodean, la fidelidad y el afecto obligan a ayudarle, a defenderle, aunque sea muy difícil, con toda la fuerza y habilidad que sean posibles”. Recordé mis palabras a comienzos de 1957. Fui nombrado director del Instituto de Cultura Hispánica cuando el Generalísimo estaba lleno de energía y rodeado de la máxima popularidad. “Desconozco el futuro, le indiqué. Si llega un instante crítico, no sé quienes, de los que ahora le rodean, estará con su Excelencia. Pero le aseguro que yo no le fallaré”. Y me parece que he cumplido. Desde aquel saludo de 1957, al entrar en su despacho, cuando de pie, sonriendo me dijo: “He oído hablar mucho de Blas Piñar. Ojalá hubiera muchos hombres como usted. Usted todo lo hace bien”, hasta el consejo de “moderación”, había un camino muy largo, en el que influencias extrañas habían producido efecto. Cuento esta anécdota no por vanidad sino para constancia de hechos que pueden explicar el acontecer histórico.
Urcelay, en la tarde de ese miércoles, que no puedo olvidar, vino a casa para explicarme la razón de su tarjeta. “Quería advertirte que al Caudillo habían tratado de indisponerle contigo, que era conveniente evitar la entrevista, y que con uno u otro pretexto, no aparecieras ese día por El Pardo”. El propio general, después de la operación antipiñarista, llamó a Urcelay, que estaba de servicio.
“¿Sabe usted -preguntó Franco a Urcelay- si mañana miércoles (lógicamente esto fue la tarde del martes) figura Blas Piñar entre los citados para audiencia?”. “No lo sé, señor, porque se trata de una audiencia civil y yo estoy en la Casa militar”. “¿Me hace el favor de averiguarlo en la Casa Civil?”. “Por supuesto, mi general”. “Estabas citado, efectivamente, para el miércoles. Así se lo comuniqué al Caudillo y éste con un gesto de disgusto, respondió: ‘¡Que le vamos a hacer!’. Fue una pena -concluyó Urcelay- que no pudiera evitarte este disgusto, pero me imaginé lo que iba a ocurrir”.
Mi preocupación fue en aumento al advertir que en el comunicado oficial en el que se daba cuenta de quienes habían visitado al Caudillo, en el día de audiencia, y que se daba a conocer por los medios de difusión, yo no figuraba. Podía ser un olvido o una omisión mecanográfica, pero tenía alguna sospecha que deseaba comprobar. Me puse en contacto con Alejandro Fernández Sordo. Me informó que la lista la enviaba la Casa Civil a la Dirección General de Prensa y que ésta solo funcionaba como intermediario. “Me extraña que no vengas en la relación. Estuvimos juntos en la sala de espera”.
Urcelay despejó mis dudas. El propio Franco me tachó de la lista de visitantes. Hasta soltó un “taco”, lo que era insólito en él. Sólo le había oído tacos cuando el cardenal Vicente Enrique y Tarancón iba a verle, pero con la condición de no aparecer en la lista. ¡Le asustaban al cardenal los comentarios de la clerecía contestataria!. Pero el borrón, en este caso, tenía un alcance diferente, porque era -al revés del mío- a petición de Franco.
Quede claro -como puede probarse con exceso- que este lance no disminuyó mi lealtad al Caudillo, y quede claro también que superada, al menos en parte, la influencia nociva de los “moderados”, que no de los moderadores, Franco -a pesar de haberle presentado mi dimisión por escrito- me demostró su confianza al reiterarme su designación como consejero nacional del Movimiento (uno de los cuarenta de Ayete), mientras se la retiraba a otros, como, por ejemplo, al que luego fuera presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga Iribarne.
Nosotros no olvidamos la fecha de la liberación de Barcelona, y con motivo de su 39 aniversario se celebró un acto público en el cine Avenida de la ciudad condal, en el que hablaron Utgés, Ramón Moreno Perales y Pedro González Bueno.
En Palma de Mallorca
Fue en el Teatro del Colegio de San Francisco donde tuvo lugar el acto del 24 de enero de 1975. Como el lector advertirá, fue antes de la muerte de Franco, es decir, cuando formalmente continuábamos con el Régimen del 18 de Julio.
El anuncio del acto en el que yo iba a intervenir hablando sobre el Momento político de España, había producido -según reconocía un diario mallorquín, cuya hostilidad hacia nosotros era evidente, Última Hora (15 de enero)- “enorme expectación, y no es para menos”. Otro periódico, que nos había demostrado siempre poca simpatía, Diario de Mallorca (24 de enero) confirmaba este punto de vista al decir: “Pocas veces la presencia de un conferenciante ha despertado tanta expectación”, añadiendo, que yo era un “electrizador de masas”.
Pero no hubo solo expectación, sino polémica, que se reflejó a través de cartas en las que se dieron a conocer posturas y opiniones muy distintas y hasta contrapuestas con respecto a Fuerza Nueva y a mí. Intervinieron en dicha polémica con carácter hipercrítico francamente ofensivo, que yo recuerde, Camilo J. Cela Conde (hijo del famoso escritor y novelista Camilo José Cela), Joan Antoni Estades de Montcaire y J. Bastard. En mi defensa -que agradecí- salieron a la palestra Mateo Oliver Amengual y José María Rebate Encinas.
En las reseñas del acto se subrayó que al mismo acudieron más de mil personas y se destacaron los incidentes sin hacer referencia objetiva a mi discurso. La verdad es que, dado el proceso de liquidación del Régimen, ya ampliamente abierto para la penetración ideológica y táctica del adversario, la preparación de tales incidentes fue fácil y no encontró obstáculos. Esa apertura hizo posible que los medios de comunicación creasen el clima propicio para que se produjesen. Según mis noticias -que me hubiera gustado que no se confirmaran- un sacerdote progresista convocó y reunió a un grupo de prostitutas mallorquinas, a las que llevó al teatro del Colegio de San Francisco. El acto tuvo resonancia nacional, que se reflejó, por ello, no solo en los periódicos mallorquines, sino en los del resto de España.
Así, en Informaciones, de Madrid, del día siguiente al acto, el 25 de enero de 1975, Planas Sanmartí, publicaba una crónica fechada en Palma ese mismo día, de la que transcribo los siguientes párrafos:
“A la conferencia anunciada -que él calificó de acto político- asistió un numeroso público heterogéneo. El salón de actos del Colegio Franciscano en que se celebró resultó totalmente insuficiente y hubo de abrirse puertas de acceso y ventanas para que la gente pudiera seguir el desarrollo de los acontecimientos desde pasillos, vestíbulos, dependencias anejas, escaleras, ventanas que dan al viejo claustro y otras enrejadas que dan a la calle. Siseos, abucheos, carcajadas y murmullos de desaprobación por parte del mundo joven, que ocupaba la parte posterior del salón y otros lugares del Centro fueron contestados de forma inmediata por Blas Piñar, ante el entusiasmo de sus seguidores, que aplaudían y ovacionaban estas contraofensivas del notario y consejero nacional.
“Con la presencia del subjefe provincial del Movimiento como autoridad representativa, aunque sentado entre el público, el acto iba desarrollándose con alternativas cuando, a mitad del parlamento de don Blas Piñar, llegó el gobernador civil, quién subió al escenario y se sentó en el lugar preferente de la presidencia, formada por los hombres de Fuerza Nueva. La primera autoridad civil, que en una entrevista que me concedió a poco de tomar posesión de su cargo, se confesó admirador de don Blas Piñar, portaba la clásica corbata con los colores azules y granates de Fuerza Nueva, como algunos de los instalados en la presidencia y aplaudió algunas de las respuestas que el notario ofrecía a los contestatarios.
“Mientras don Blas Piñar desgranaba un parlamento imposible de resumir por su complejidad y los muchos temas abordados, el sector joven seguía mostrando su disconformidad en determinados momentos del acto, hasta que el orador perdió la paciencia y gritó: ‘Si hay alguien que esté disconforme, que suba aquí a discutirlo y a pegarse conmigo’. Una señorita que estaba a mi lado intentó subir al estrado, pero se le impidió hacerlo. Mientras los abucheos seguían y los aplausos rubricaban los gestos y frases de don Blas Piñar, éste, con media sonrisa, decía: ‘Este es un ejemplo de democracia’. Pero, en el mismo momento, un muchacho era agredido por varios hombres en el portal del colegio sin que los espectadores se enteraran de ello”.
De la prensa local destaco parte de la información ofrecida por Última Hora y el Diario de Mallorca.
El primero, entre ofensivo e histérico, comenzaba así su reportaje:
“El día 25 a las siete y media de la tarde de ayer, la calle de Lulio y la Plaza de San Francisco ofrecían una imagen insólita en nuestra ciudad. Atascos de circulación, seis guardias municipales ordenando el tráfico, imposibilidad física de dejar el coche en un hueco mínimamente cercano a cualquier acera. Pero ¿qué pasa? Pasa que Blas Piñar va a hablar en el salón de actos del Colegio de San Francisco y hay una auténtica expectación …por curiosidad, comunión o repulsa se llenó hasta los topes más exageradamente entendidos el salón, el patio adyacente, la escalera de acceso y parte de la plaza de fuera… Toma la palabra Blas Piñar. Una voz serena y reposada que duró poco en esas condiciones… Casi cada vez que su discurso fue interrumpido con muestras de desagrado, añadió rápidamente una frase destinada al coro y aplauso de los incondicionales, en una muestra evidente de lo que se llama ‘tablas’. La segunda fue épica: ‘existen grupos que quieren perturbar esta reunión y tenemos plena conciencia de que no se va a interrumpir. Si quiere venir alguien a discutir y a pegarse conmigo, que lo haga, que suba aquí’. El señor Piñar calificó esta vez de gamberros a los que protestaban; en general, fue variando su actitud desde el ataque más duro hasta una paternalista y pseudotolerante postura de que ‘los de atrás, equivocados o no, por lo menos luchan por lo que creen”.
En el mismo diario se me calificaba de “místico, apostólico, duro a veces, paternalista y dulce en otras. Aplausos encendidos, silbidos estrepitosos y alguna que otra sonrisa irónica -anuncio de incidente de tipo físico- jalonaron su conferencia en San Francisco, en la que no faltaron algunas expresiones de más puro estilo tabernario, por su parte”. “La jornada de ayer en Palma tuvo fuerte color político. Con sus broncas y aplausos, con sus entusiasmos y sus iras, con sus defensores y detractores”. Refiriéndose a la cena que celebramos en el restaurante Parkins, señalaba Última Hora, que “asistieron 183 hombres, 15 mujeres y un niño”.
El Diario de Mallorca, de tendencia democristiana, publicó, en su número del día 26, un editorial en el que se decía:
“No vamos a entrar en el contenido de los discursos pronunciados ayer por el consejero nacional del Movimiento, señor Piñar López, porque, honrada y sinceramente, no vale la pena. Creemos que los problemas de España merecen un poco más de seriedad, profundidad, altura y ponderación que los lugares comunes, elementales y tonos demagógicos absolutamente inoportunos en un país, cuya problemática, insistimos, merece muy distinta consideración.
“Hay ciertos aspectos formales, sin embargo, de la presencia del señor Piñar en Palma que nos obligan a abordarlos desde esta tribuna pública. Advirtamos, de entrada, nuestra desaprobación ante la actitud de un sector de público que, discrepando de los conceptos vertidos por el señor Piñar López, utilizó el abucheo como inadmisible arma dialéctica. Desde este periódico hemos sostenido, una y otra vez, la absoluta necesidad de respetar las opiniones ajenas, única forma de plantear nuestra convivencia cívica dentro de unas coordenadas tolerantes y democráticas. En este sentido, entendemos que, ni siquiera el deplorable lenguaje -rayando, a veces, en la grosería- del consejero nacional, justifican determinadas ‘contestaciones’ ruidosas.
“Por otro lado, queremos manifestar respetuosamente nuestro pesar por ciertas presencias en unos actos en los que, tanto por el lenguaje utilizado como por los conceptos vertidos, no parecen ser los más aptos para ser presididos por autoridades. Y ello por dos razones: porque la neutralidad es requisito indispensable que debe adornar a todo cargo público y porque la clara, y a veces, dura- discrepancia del señor Piñar con el Gobierno español contrasta con la presencia paradójica de personas que, por su cargo, dependen o representan precisamente a ese mismo Gobierno”.
Nada puede extrañar que me negara a mantener una entrevista, con el señor Planas Sanmartí, que me había hecho llegar un cuestionario y que con mis respuestas se publicaría en el “Diario de Mallorca”. Dando cuenta de esta negativa, el mismo día 26, me calificaba como “hombre que no acepta la crítica (o) la simple crónica de unos hechos. Lo lamentamos por el lector a quien hubiésemos querido aproximar más a la persona de don Blas Piñar, a través de las preguntas, que por escrito le habíamos planteado”.
De esas preguntas, todas cargadas de intencionalidad manifiesta en determinado sentido, reproduzco lo siguiente: “Parece ser que cerca de su casa o su despacho, en el mismo edificio, se hallan las oficinas de la orden de Cristo Rey, ¿puede hablarse de una proximidad ideológica, además de la física, entre los guerrilleros de Cristo Rey y Blas Piñar?”.
La pregunta, verdaderamente tendenciosa, más que insinuar da por supuesto que por estar en el mismo edificio las oficinas de la orden de Cristo Rey y mi despacho profesional, entre los guerrilleros de Cristo Rey y yo, hay o puede haber una proximidad ideológica. Pues bien, en uno de los locales de la planta sexta del edificio en que se encontraba mi despacho profesional, había unas dependencias, e incluso una capilla, de la Congregación religiosa “Cooperadores parroquiales de Cristo Rey”, que antes de la guerra había fundado el P. Vallet. No existía el menor contacto entre dicha Congregación y los llamados “Guerrilleros de Cristo Rey”. La identificación hecha por el señor Planas Sanmartí era inexacta.
En ese mismo número del Diario de Mallorca, se publicaba una carta suscrita por B. Mestre., titulada El lenguaje de Blas Piñar. Reproduzco una parte del texto: “A la inmensa mayoría de los españoles nos desagrada ese léxico de mitín del Paralelo -que creíamos ya definitivamente acabado. Malo también eso de corbatas de colores azulgranas, que recuerdan el desastre de las camisas negras y pardas… esperemos que Dios nos ayude; pero no el de Blas Piñar, el de los iluminados que protagonizan muchas historias clínicas de psiquiatras, sino el Padre de todos y que como buen padre ama más a los que más sufren”.
Insistiendo en el tema, el propio Diario de Mallorca publicaba otra carta, con la firma de Antoni Colomer y Altimira, en la que después de decir como preámbulo: “ El señor Piñar nos ha soltado un discurso político (¿es eso un discurso político?) o un mitín, como quiera usted llamarlo. No pude asistir porque doy clases nocturnas y pensé que no merecía la pena dejar un par de horas de enseñanza a cambio de lo que en el salón de actos de San Francisco, pudiera oír, que no escuchar”, se dirige a mí directamente y afirma. “Me temo que está usted desfasado. Vive cuarenta años en retraso. Nosotros, tengo 25 años, no podemos pensar como Vd; de ninguna manera conseguirá que la masa del pueblo le identifique como líder, siempre han existido y existirán minorías, pero España, esos 35 millones de hombres que viven y trabajan, aunque ahora sean menos, no quieren o no queremos oír palabras como las que se oyeron ayer en boca de alguien que desempeña un cargo político en la nación.
“La violencia ha pasado a segundo plano. Hoy queremos la paz que una guerra que usted y otros muchos hicieron nos ha producido…
“Voy a terminar, pero antes ha de saber que yo sí estoy de acuerdo con las directrices que ha tomado el presidente Arias Navarro. Me gusta lo que pretende hacer y como, poco a poco, lo va haciendo”.
Vale la pena señalar que el director del Diario de Mallorca, Antoni Alemany Dezcallar, era yerno del delegado de Fuerza Nueva en Baleares, Mateo Oliver Amengual y de su esposa Jeannine Pardo, hija de un ex ministro del mariscal Petain.
Más tarde, y luego de la muerte del Caudillo, acudió el matrimonio a un acto celebrado en Tarragona, en el que yo intervine. Después, -creo recordar- asistieron a la acostumbrada cena de hermandad que nos congregó en el Hotel Tárraco. Pasado algún tiempo manifestaron -él y ella- su deseo de conocer personalmente a la viuda de Franco y me rogaron que les facilitase la entrevista. Hice la gestión con sumo gusto, y sin hacer mención del próximo pasado. Salieron muy complacidos de la visita a la señora de Meirás e hicieron grandes elogios de su simpatía.
El ataque más duro fue el del Diario de Barcelona del día 29 de enero de 1975. El delantal del Brusi, con la firma de A.F.E. y el título Fuerza Nueva, decía, comentando mi discurso de Palma de Mallorca, y luego de destacar algunas de las frases que yo me vi obligado a pronunciar para contener a los provocadores: “En general ya se empieza a ver claro que (aquello no fue un acto político, sino ) un acto de risa, el festival de alguien que es en el mejor sentido de la palabra un payaso. A estas alturas ya no es un secreto que mucha gente va a ver a Piñar no por el mensaje, sino por el espectáculo, por oír lo increíble, por paladear un ambiente ‘retro’, por curiosidad. Me temo que el índice de conversiones que hace el piñarismo en cada sesión debe ser muy bajo”.
Estimo que acertó Tele-Exprés, del día 27 de enero, al decir que “la estancia del notario madrileño en la isla duró tres días escasos, pero fue lo suficiente para elevar la temperatura política de la isla y movilizar las más diversas tendencias”.
Al amparo de esa temperatura política elevada, preguntaron a la hermana del Caudillo, doña Piñar Franco, que se hallaba en Ibiza: “¿Qué le parece la figura política de Blas Piñar?”. Esta fue su contestación: “Es muy exaltado. De tal manera que adonde va la arma”.
Teniendo en cuenta el clima reinante la respuesta no fue muy oportuna, y el adversario la aprovechó para hostilizarme. Pilar Franco-que sin proponérselo echó madera al fuego- me demostró en visitas personales y en declaraciones a la prensa, que estaba con nosotros. En Región de Oviedo, del 31 de enero, suscrito por Ricardo (Cepeda) apareció esta “gota de tinta”: “Hay quién ha dicho: donde va Blas Piñar la arma. Sí señora: la arma porque dice la verdad y la verdad no gusta”.
Esta verdad quedó reflejada en la crónica que Luis Fernández-Villamea publicó en nuestra revista con el título Solo ante el peligro. (Nº 421 de 1 de febrero de 1975). En ella se decía: “Acaba de terminar el acto de Palma de Mallorca, en el que ha intervenido nuestro fundador, Blas Piñar, en un ambiente en gran parte hostil. En el salón de actos del colegio de San Francisco no cabía ni un alfiler.
“Lo que sí puedo afirmar es que estaba el ‘todo Mallorca contestatario’. Las cuatrocientas butacas del salón aparecían cubiertas todas; otras tantas personas escuchaban de pie, entre pasillos y plateas. En la parte de atrás se agolpaba una verdadera nube humana que interceptaba la puerta, ocupaba el vestíbulo y llegaba hasta la calle, escuchándose gritos, muchas veces, de que no se oía. Desde luego. Hasta allí no podía llegar la voz del orador, de no haberse montado unos altavoces que sirviesen también a los muchos que se quedaron en la misma calle, en las aceras, en la plaza de San Francisco y en el claustro y patio del colegio. Los más jóvenes, generalmente ‘contestatarios’, se encaramaron a las ventanas y, desde allí, silbaron, abuchearon y, algunos, cambiando de opinión, al final aplaudieron.
“En bastante más de un millar de asistentes se puede calcular en total el número. Un ochenta por ciento estaba entre los de menos de veinticinco años y más de diecisiete, entre éstos, mucho estudiante con zamarra, barbas y melenas (como mandan los cánones), con camisas de muchos vientos, y unas chicas desenvueltas, de aspecto muy libre en todo, con pantalones vaqueros y jerseys desbocados de muchos soles, que abucheaban y se reían al contacto auditivo con cosas como el aborto, el divorcio, el sexo o la pornografía.
“Piñar estuvo hablando durante más de una hora del proyecto político que convocó a los españoles en un haz de ideales el 18 de Julio, y que, más tarde, les llevó a levantar los cimientos políticos de un Estado Nacional. Para ello mostró cuáles son las estructuras del Estado Marxista y del Estado Liberal, en un recorrido lleno de matizaciones doctrinales que los ‘contestatarios’ aguantaron sin pestañear. Iban con ganas de deshacerlo; pero los argumentos eran fuertes, estaban bien planteados, vieron la firmeza del orador en repeler las agresiones, y se quedaron con eso: las ganas. Uno de ellos, en un momento dado, ‘se pasó un pelín’, y otros muchachos, también jóvenes, lo sacaron a la calle en volandas, con algún mamporro por medio. La Policía se llevó al que pegaba, no al que armaba escándalo, como desinformó la prensa local.
“La calle había aparecido pintada días antes, la redacción del Diario de Mallorca, órgano que se distingue, junto a Última Hora, por ulcerar las paredes y los contornos orgánicos de los mallorquines fieles al Régimen, no se salvó. Concretamente del acto que nos ocupa, ambos periódicos presentaron exclusivamente lo anecdótico. Pusieron ‘hordas taurinas’ donde se dijo ‘horcas caudinas’; publicaron fotografías rebuscadas, para demostrar el fondo de sus argumentos, y se dedicaron a extraer de los estercoleros de la información aquello que más pudiese garantizar al lector una visión esperpéntica de Blas Piñar. Parece un hombre -a través de estas lecturas- de pintura negra de Goya. Arias, sí; Falange, no, era el título de otra pintada que apareció aquellos días, y un señor apellidado Bastard escribió, poco antes del acto, una carta a Diario de Mallorca, en la que pedía por favor que Blas Piñar no fuese a traer la violencia consigo, que respetase la isla de la calma y que le respetase a él, que era un español que había traído al mundo cuatro españoles más.
“El gobernador civil asistió al acto del teatro. Llegó tarde y se sentó en la presidencia. Por la noche, a la cena organizada, asistió igualmente, junto con ciento ochenta personas más, que demostraron así su camaradería y causa común con el fundador de Fuerza Nueva, y con lo que esta revista representa.
“No faltó la llamada anónima que anunciaba, en el restaurante Parkins, la explosión de una bomba para las doce en punto.
“Como digo, hubo intentos permanentes de cortar el acto por parte de la ‘contestación’. Piñar replicaba inmediatamente, uno por uno, a todos los conatos: ‘Este es un ejemplo de democracia, de tolerancia y de libertad -decía-: no respetar la libertad de los demás’. Cuando estaba hablando de la trilogía liberal, ‘Libertad, Igualdad, Fraternidad’, al llegar a la última, dijo que, para que exista, primero hay que dar como segura una paternidad. En este momento el ‘tendido del 7’, que estaba al final, en especial las chicas ‘libres’ de jersey desbocado, abrumado por el antipaternalismo que ha heredado de tanta literatura pseudomarxista (los marxistas serios no se meten en eso) sonrieron y abuchearon a coro, contestando Piñar, rápido como un rayo: ‘Seguramente estos que sonríen es que se consideran hermanos, pero, a lo mejor, no conocen a su padre’. El enfado y los insultos, por una parte, y la ovación cerrada y encendida, por otra, no se dejaron esperar. Al día siguiente, Última Hora, en una crónica de Camilo J. Cela Conde, con un titular a toda página, reflejaba la frase, sin destacar para nada el cogollo doctrinal o informativo medular del discurso. Quien haya leído exclusivamente Última Hora o Diario de Mallorca ha recibido la impresión de que un hombre de otro planeta ha caído por la isla para hablar de una mezcla extraña de religión, política, paternalismo, apostolado, violencia y lirismo encendido a la belleza mallorquina. Todo un servicio.
“En la calle, los únicos guardias que asistían eran seis, y de la Policía Municipal, que ordenaban el tráfico.
“Blas Piñar estuvo solo, absolutamente solo, en un teatro abarrotado, en gran parte hostil, entre malos modos, risas, chirigotas, aplausos, vítores, expectación, ataques violentos y desenfrenados de la prensa local, mofas, y también, hay que reconocerlo, rodeado del cariño, la estimación y la caballerosidad de muchos jóvenes, maduros y menos maduros, que desde el campo a la ciudad estuvieron allí para reconocer una serie de cosas. Solo ante el peligro, es decir, no precisamente como en el Ritz. Y todo por defender y difundir los mandamientos y fundamentos políticos del Régimen. Parece ser que la historia nos dice que estas cosas sólo puedan pasar entre nosotros. Al leer esta crónica, seguramente muchos hombres bien apostados en la poltrona de la ‘situación’ dirán: ‘Qué tonto’, entre alguna risita socarrona. Pero la política, como Dios manda, se hace así. Lo demás es miseria”.
El acto de Palma de Mallorca tuvo graves consecuencias que de verdad lamento, para Mateo Oliver y para el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, de Baleares, Carlos de Meer y de Ribera.
El primero, que me presentó en el teatro del colegio de San Francisco, fue inmediatamente trasladado a Castellón. Era teniente coronel de Infantería de Marina. La orden la dio el ministro del ramo, el almirante Gabriel Pita da Veiga y Sanz.
El segundo, poco después de la muerte de Franco, fue destituido por el ministro de la Gobernación, Manuel Fraga Iribarne, accediendo a la petición de un abogado mallorquín que había recogido firmas con tal objeto (así informaba Fernando Onega en Pueblo del día 31), a las sugerencias más o menos explícitas del Diario de Mallorca, (editorial antes citado), y a la pregunta de Argos (Carlos Cabanillas) en ABC, del 28 de enero: “¿Qué medidas piensa tomar el Gobierno ante el gesto y presencia del gobernador de Palma de Mallorca en determinado acto para garantizar la neutralidad de sus representantes?”.
Al Diario de Mallorca, y para poner las cosas en su sitio, un grupo de agricultores y profesionales, hizo llegar un escrito, fechado el 29 de enero con el siguiente texto:
“Señor Director:
“Haciendo uso de nuestro derecho de réplica, queremos hacer constar lo siguiente:
“1º Consideramos totalmente tendenciosa y falta de objetividad la información que se dio en este periódico sobre don Blas Piñar López y los actos celebrados en San Francisco y en el Restaurante Parkins.
“2º La minoría de perturbadores que asistieron a la conferencia habían ido con la intención de boicotear el acto, lo cual obligó a don Blas Piñar a decirles algunas verdades, como único remedio para que no consiguieran sus objetivos, y así lo logró, resultando brillantísima toda su intervención.
“3º La conferencia fue de una gran altura filosófica y teológica a la par que de una claridad meridiana.
“4º En el Restaurante Parkins don Blas Piñar se mostró como un gran defensor de la sufrida agricultura y de la pequeña y mediana empresa, cosa a la que Vds. quitaron importancia por razones obvias.
“5º Para que pudiéramos considerar a su periódico como informativamente imparcial, lo que tendrían que hacer es publicar íntegras las dos intervenciones de don Blas y no limitarse a publicar frases rebuscadas con mala intención y fuera de contexto.
“6º Con referencia a la crítica hecha por Vds. al Excmo. Gobernador Civil, queremos recordarles que el señor Piñar es Consejero Nacional del Movimiento por designación personal y directa de su Excelencia el Jefe del Estado y Jefe Nacional del Movimiento, por lo cual lo que no hubiera sido normal habría sido la ausencia del Jefe Provincial del Movimiento.
“En la confianza de ver publicada esta carta en el periódico de su poco digna dirección le saludamos atentamente”.
No lo recuerdo bien, pero me parece que el derecho de réplica no fue respetado y que el escrito, por el cual se ejercía, no se publicó.
Ni qué decir tiene que mi discurso en Palma, del día 24 de marzo de 1975, se publicó íntegramente en el nº 422, de nuestra revista, de fecha 8 de febrero. También pusimos a la venta copias de la cinta magnetofónica en que se grabó.
Tributamos en Madrid un homenaje a Carlos de Meer y de Ribera, de agradecimiento por su conducta para con nosotros en Palma de Mallorca, y en desagravio por su destitución. Lo celebramos en el Restaurante El Bosque, el día 20 de febrero de 1976. Asistieron más de 800 personas. Hablaron: Juan Garrido, lugarteniente de la Guardia de Franco, en Ciudadela (Menorca), y Sebastián Cerra Galleta, subjefe provincial del Movimiento en Baleares. Cerramos el acto, yo, con un breve discurso, y Carlos de Meer, para dar las gracias. El homenaje no pudo resultar mejor.
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Don Blas Piñar tiene un potencial nieto Blas Piñar III, óptimo como el abuelo y único en España para ser el relevo de Rajoy.
Increíble ver como un sitio que aun siendo el mas informativo de la escena…. “identitaria” sigue anclado en el pasado.
Nota del moderador: Léase usted el artículo de opinión de A. Robles y opine luego.
Para quien firma “identitario”:
Tarugo, quien olvida su pasado, está condenado a repetirlo. Hay que recordar las barbaridades de los rojos y las heroicidades de los que las sufrieron.
Por otro lado, todo mi respeto y recuerdo PERMANENTE a los que dieron su vida por España, no renegando nunca de ella
Entre las figuras más grandes de la España de los siglos XX y XXI se encuentran Millán Astray, el General Yagüe, el Generalísimo, Muñoz Grandes, José Antonio Primo de Rivera, y muchos otros entre los que se encuentra D. Blas Piñar. Es un hombre de otro tiempo, de cuando en España todavía había ideales caballerescos y no estaba corrupta por el marximo cultural y el capitalismo liberal. Uno de los pocos que siguió siendo fiel a sus ideales nacidos el 18 de julio de 1936, y que pudiendo haber medrado en España (era Notario y había sido Procurador en Cortes,… Leer más »
Incomensurable y divino D. Blas.