Sentiría, Padre, herir su amor propio, pero pese a su relevante personalidad, no es usted pieza bastante importante para que su cobro justifique la impresionante movilización que hemos presenciado estos días en contra de sus declaraciones del pasado jueves en ‘La Ratonera’. Cabe presumir que cuando se estime que la opinión está ya lo suficientemente calentada, se caerá de repente en la cuenta de que el culpable no es usted, sino todos los que defendemos unas ideas conformes al orden natural y al interés de las personas. Es por tanto que se está abonando el terreno para ilegalizar esas ideas y criminalizar el ejercicio del derecho a defenderlas. Frente a esa patulea que controla a un amplio sector de la opinión lanar española, usted es ahora el extremista, el reaccionario, un peligro perturbador de la paz pública, el empeñado en vivir agarrado al recuerdo de épocas pàsadas, y todo lo demás que se está diciendo de usted con motivo de su rechazo a las verdades oficiales que han sido establecidas por los peores como un inquebrantable dogma de fe.

Como contrapunto se exaltan las virtudes de la modernidad, del panfilismo de los creyentes, del relativismo moral, del olvido del pasado y de la concordia entre los españoles, de todo lo cual, como es sabido, su más caracterizado propugnador es Pedro Zerolo, consejero aúlico de Zapatero y muñidor de muchas de las políticas sociales que han conducido a España al desastre y al ludibrio, cuyos ataques a la Iglesia fueron constantes durante el zapaterismo.

Todo resuelto, pues, Padre. No mire más al pasado sino al futuro. Bajo la paterna benevolencia de los que corean estos días su nombre y no precisamente con el mejor léxico posible, España entrará alegremente por la vía del progreso retornando a la feliz trayectoria del nuevo orden y olvidando, como un mal sueño, aquella etapa donde la unión entre la Iglesia y el Estado nos ofreció los mejores años de toda nuestra historia.

Ya ve cómo hoy, hasta la cúpula católica española le descalifica a usted y chapotea en cualquier cloaca con tal de no rendir cuentas económicas al Estado. Mejor que yo lo ha dejado escrito un lector de este medio: “Que no nos vendan el cuento con la modernidad de la iglesia. Son los antiguos los que han construido el mundo en el que ahora vivimos, los que nos han dado la sabiduría, la ciencia, la auténtica moral guerrera, heroica, noble y fiel del cristianismo y no la de ahora que es débil, hipócrita y cobarde, a imagen y semejanza de ése pueblo que ya sabemos. La clave no está en modernizar el cristianismo, sino todo lo contrario, en volver a buscar otra vez las raíces de lo que nos hizo grandes. En lo antiguo está lo genuino, lo puro. Actualmente la palabra modernidad está asociada a los degenerados; y la élite lo sabe. Por ello pretenden llevarnos a todos a un pozo negro de mentiras, egoísmo, materialismo, falta de fe y aberraciones contra la naturaleza, que es lo más sabio y bello que hizo Dios en este mundo”.

De nada servirán estas hermosas palabras si no hay españoles que estén comprometidos en defenderlas en cualquier foro y ocasión. Sólo en un país de tan laxa musculatura moral como el nuestro podría darse el caso de que los avalistas mediáticos del zapaterismo -con toda la carga de vileza que esa condición reviste- se atrevan a alzar la voz y a adoctrinarnos sobre pulcritud periodística.

Sólo en un país como España, Padre, podría darse que los apologistas del desastre económico, de la inanición moral de los españoles, de la negociación con ETA, de la quiebra de miles de empresas, de la sangría económica provocada por la casta política, de la muerte de millones de nonatos, se atrevan aún hoy a aleccionarnos sobre moral. ’

Solo en una sociedad tan corrompida como la nuestra podría darse el caso de que los mismos que celebraron con alborozo la muerte de Manuel Fraga, la voladura de Carrero Blanco, la enfermedad de Esperanza Aguirre o más recientemente el accidente de Cifuentes, se atrevan a darnos ejemplos de ejemplaridad democrática. Por si no lo sabía, en muchos de sus mítines, Alfonso Guerra suele recurrir a la anécdota de la botella de champagne que descorchó el día que murió Franco. Hubo dirigentes de la izquierda española que dijeron haber festejado la muerte de Margareth Thatcher. No pocos izquierdistas españoles brindaban por los atentados mortales de la banda terrorista ETA. Incluso fue muy celebrada por los mismos que hoy le señalan a usted, la intervención de un tal Rubianes, ya fallecido, en una televisión pública para decir que “ojalá les explotaran los cojones a los españoles”. Como ve, una forma muy sutil y democrática de ejercer la libertad de expresión, que en él era imperio mientras que en nosotros sería un criminal desatino.

Es propio de esta gente, Padre, establecer los límites de su dudosa moralidad con criterios sesgados y siempre partidistas. Es decir, que si usted o yo nos desentendemos de la suerte que pueda correr Pedro Zerolo, que es cosa muy distinta a desearle la muerte, entonces nos convierten en seres abominables y en intolerables rémoras para el progreso de España. En cambio, Padre, si cuentas un chiste en público entrelazando el asesinato de Carrero con la modalidad deportiva del salto de altura, o haciendo mofa de la muerte de Franco, o deseándole una cruel agonía a los que se oponen a la independencia de Cataluña, entonces eres un ejemplar ciudadano, un dechado de virtudes progresistas, un modelo de tolerancia democrática y un espejo para el resto de tus compatriotas.

No es mucho más honorable la actitud de la jerarquía católica que usted tan bien conoce. Las dotes memorísticas del obispo de León no deben ser muy agudas, a juzgar por los hechos. Le pide a usted que se abstenga de emitir opiniones políticas, cuando la Conferencia Episcopal Española no hace otra cosa que intervenir partidariamente en las cosas políticas desde las terminales mediáticas que todavía controla. Le descalifican y le exigen recato por sus opiniones sobre fe y moral los mismos que callaron como putas babilónicas ante los escandalosos chalaneos con ETA del obispo Setién y de la mayor parte de la Iglesia vasca. Lanzan teas incendiarias contra usted por defender las mismas cosas que la Iglesia de Roma defendió durante siglos.

Una vez más, AD tiene que manifestar cuál es su postura y su función como órgano informativo. AD tiene todo el derecho intelectual y moral de ser contrario a determinadas exhibiciones que colisionan con nuestro modelo de vida y de sociedad. Yo reto al señor Sopena a un debate público, dónde y cuándo él quiera, para esclarecer nuestras dos posturas. Eso si tiene agallas.

Otro dato para la reflexión, Padre, es que mucha gente paria de este país se sienta dichosamente encauzada a asumir las ideas, y hasta las penas, que nos van marcando los responsables de la actual tragedia económica y social española. El síndrome de Estocolmo tiene algunas variantes españolas que merecerían ser analizadas con profundidad. Poco o ningún futuro tiene un país que se escandaliza por sus declaraciones sobre la Divina Providencia y en cambio deja sin castigar a los responsables de que millones de compatriotas perdieran su empleo y su dignidad. No solo eso. También habría que establecer una relación causa-efecto entre ellos y todos esos jóvenes que han perdido su derecho a un futuro decente, todas esas familias arrastradas a los servicios asistenciales, todos esos niños que dejaron de nacer, todos esos ancianos abandonados a su suerte y condenados a una muerte segura.

Sabe usted bien que esa gente que pretende suministrarnos dosis de su propia moralina es la misma que sembró esta nación de pobres morales y materiales, de sombras humanas con apego sólo al instinto; que instaló telarañas mentales en los jóvenes; que esterilizó la cultura poniéndola al servicio de sus innobles ideales; que enfrentó a hijos contra padres, a españoles de una idea contra españoles de otra, a mujeres contra hombres; que promocionó a la chusma y degradó a los excelentes; que subvencionó a las peores hienas de la selva; que hizo del Ejército una opereta bufa dirigida por una modistilla; que soterró los valores que tuviesen algún interés trascendental; que exaltó las peores taras del individuo en la telebasura, que convirtió las instituciones democráticas en un lodazal de corrupción y en un avispero de ilegalidades; que confraternizó con los verdugos; que se arrojó a los brazos de los nacionalistas sin alma; que abonó el suelo español con fielmo de la peor calidad. Fueron los protagonistas de nuestras peores pesadillas, los dirigentes grotescos que estrecharon lazos con los líderes menos recomendables del mundo; el hazmerreír del mundo y los tontos útiles de los clubes secretos y de las logias masónicas. Así que no nos extraña el clima de agitación contra usted que existe estos días.

Ya sabemos que el socialismo español, que la izquierda española, que los progresistas católicos, que los buenistas de toda laya… son sobre todo un clima inmoral, una coartada para imponernos el nuevo orden, un cuervo tricéfalo que sobrevuela las logias internacionales, la tumba de don Julián y las alcantarillas.

Reciba usted mi admiración, respeto y afecto, Padre Calvo.