Tomemos como ejemplo una conversación a través del teléfono móvil de dos ciudadanos españoles anónimos.

– Disculpa, ¿te ha sucedido algo? Tardas mucho.

– Perdona, voy de camino; estoy ahí en tres minutos.

– ¡Oye!, que llevo aquí más de media hora.

– ¡Nada, dos segundos!

¿Les suena de algo? Pues bien, ¿cuántas mentiras es capaz de aguantar una sociedad? No tengo la respuesta, pero, les puedo asegurar que los españoles aguantamos todas las mentiras que nos echen, y muchas más. No solamente las aguantamos, sino que las creamos. Mentir es una forma de nadar democráticamente por nuestro sistema de enseñanza como fórmula de cordialidad, donde un “a ver si nos vemos”, es como invocar a un limbo donde nadie será el culpable por muchos años que pasen, sin que tan siquiera medie una llamada telefónica.

Otro ejemplo lo encontramos cuando estacionamos nuestro vehículo en doble fila; esto nos lleva a mentir pero muy poquito: – “Tardo un segundín”. Y así, una vez tras otra; por ejemplo: -estoy en un atasco; no sonó el despertador, etc.

Pero, lo grave de todo esto, y que además nos hace gracia, es que la palabra mentira gira estrechamente ligada a la palabra corrupción. Las mentiras y la corrupción son los atajos que favorecen el abuso de unos, en perjuicio de otros, beneficiando a terceros. La mentira corrompe el sistema.

Cuando nos referimos al hijo que reiteradamente miente a sus padres, o al empleado que practica “pequeños hurtos” en la empresa y miente cuando lo descubren, estamos hablando de actos putrefactos y corrosivos que nos avisan sobre lo que luego saldrá de las urnas. El empresario que entrega una “mordida” para quedarse con un contrato y el político que la recibe simulando y engañando, son mentirosos y corruptos.

En España, los candidatos a la poltrona que se quejan en sus discursos de estar hartos de la corrupción, de lo que deberían estar hartos en primer término es de la mentira, sin embargo no la nombran; y no la nombran porque son los primeros que mienten como bellacos, como un paso previo a convertirse en corruptos y presumir después de ser más demócratas que nadie.

Hecho este preámbulo quisiera referirme a la polémica suscitada por la conveniencia o no, de exhibir en un estadio de fútbol la bandera separatista catalana de la estrella solitaria. La prudencia demanda en ocasiones un tiempo, aunque sea breve, para responder con ánimo sereno a quienes con apasionamiento se permiten, amparados por la democracia, pronunciarse en términos que ofenden de un modo muy grave a España y a los españoles.

Como todos ustedes conocen, la delegada del Gobierno en Madrid doña Concepción Dancausa, con muy buen criterio y teniendo en cuenta lo que ello ha representado en las últimas finales de este trofeo futbolístico, emitió una orden a través de un comunicado, en virtud de la cual, quedaba prohibida la exhibición en el estadio Vicente Calderón de la capital de España, de banderas separatistas con la estrella solitaria.

Pues bien, a renglón seguido, el titular del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número ONCE de los de Madrid, don Jesús Martínez Torres, aceptó el recurso presentado por la “Plataforma Drets” en nombre del socio barcelonista Francesc Josep Abad Esteve, contra la resolución de la Delegada del Gobierno de Madrid. El ilustrísimo señor juez, que trabaja de juez en la justicia, dijo en su resolución, y con ánimo de no extenderme, lo siguiente:

– “En ningún caso ha resultado probado que la exhibición de la estelada pueda incitar a la violencia, el racismo, la xenofobia o cualquier otra forma de discriminación que atente contra la dignidad humana”.

Viene como anillo al dedo aquella definición que nos enseñaban de niños sobre el verbo mentir. Mentir –nos decían-, es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. Creo honradamente que su señoría, no ha tenido esa intención, pero considero que en su riguroso, delicado y trascendente quehacer, se ha debido ver sometido a tres tipos de presión, la mediática, la ambiental y la violenta, pues a estas alturas, no se puede negar la evidencia del clima de violencia pública y matonismo separatista, que se vive en las calles de Cataluña.

Me inclino a pensar más bien, en una falta de información. No pongo en tela de juicio la indiscutible cualificación que lo llevó a superar la difícil oposición a la judicatura, lo que no obsta, para dejar patente una clara falta de conocimiento sobre los antecedentes de los últimos cuarenta años obrantes en las hemerotecas y en los archivos ministeriales de Justicia e Interior, respecto a lo que representa y ha representado para España y para los españoles, la bandera separatista con la estrella solitaria.

Como veo que los insultos al Jefe del Estado, los pitidos al himno nacional español, y los ultrajes a la bandera de España por quienes enarbolan la bandera separatista de la estrella solitaria, no enervan ni ponen escalofríos en el alma a los que tienen la responsabilidad imperiosa de actuar en consecuencia, citaré para no extenderme, algunos de los atentados perpetrados por el terrorismo catalán -hoy desactivado pero representado políticamente en las instituciones-, y que tuvieron como denominador común esa bandera a la que se exime de toda responsabilidad frente a la violencia, al racismo y a la xenofobia.

Pues bien, esa bandera separatista con la estrella solitaria representaba, sin ningún género de duda-, el atentado brutal contra el periodista Federico Jiménez Losantos en 1981, cuando cobardemente le dispararon en una pierna abandonándolo después a su suerte, siendo después liberado por la Policía. También el perpetrado contra el empresario catalán señor Bultó en 1977, y contra el señor Viola y su esposa en 1978, todos ellos brutalmente dinamitados con cargas explosivas adosadas en sus cuerpos con esparadrapo.

Podría citar también multitud de comportamientos racistas donde dicha bandera ha hecho acto de presencia; hechos que en nombre del separatismo catalanista, suponen un sometimiento al silencio de todos los que como españoles son insultados y llamados “charnegos”, o multados por las autoridades separatistas catalanas por rotular sus establecimientos mercantiles en español.

Y por último, podría también citar muchos comportamientos xenófobos, pero me referiré a los que ha tenido que aguantar una familia de Balaguer, donde sus hijos, acosados por una multitud al comenzar el curso escolar enarbolando la bandera de la estrella solitaria, han tenido que abandonar un colegio público por no respetarse su derecho a estudiar en español.

Era de suponer como es lógico, que la ley que declaraba ilegal el separatismo catalán, como banda armada, ilegalizaba el terrorismo, pero no el independentismo, lo que la hacía inútil de antemano, porque, si por el humo se sabe dónde está el fuego, disipar el humo sin apagar la llama es una torpeza técnica: si los bomberos dejan rescoldos, lo que quede del bosque arderá también.