En la imagen, africanos del antiguo Congo sostienen varias manos amputadas por los colonizadores belgas.

Por José L. Román.- No debe extrañarnos el apoyo de Bélgica al golpista Puigdemont. Los problemas a nivel nacional o internacional que no se resuelven a tiempo, tienen después muy difícil solución. Más de treinta años subiéndose a nuestra chepa y orinándonos en la cabeza sin tan siquiera poder respirar por miedo a ser tachado de fascistas, y ahora, cuando hartos de tanto abuso y tanto adoctrinamiento antiespañol, salimos a la calle para poner fin a su impunidad y hacer valer nuestros derechos como españoles que somos, entonces, todavía tienen la poca vergüenza de inventar mentiras y patrañas con las que presentarse como un pueblo oprimido por un estado autoritario y supremacista, y recibir el calor de Bélgica.

Lo de Cataluña se cae por sí solo. Basta observar las miles de empresas que abandonan el barco y ponen su patrimonio a buen recaudo en cualquier parte del resto de España, para darse realmente cuenta del porqué, y de quienes huyen esas empresas. Si la estampa que pintan y quieren vender los golpistas y sus colaboradores sobre España, fuese mínimamente real, les aseguro que don dinero no huiría de Cataluña y se refugiaría en Madrid, Valencia o Zaragoza.

Pero, volvamos a Bélgica, ¿que clase de país es este que nos intenta dar lecciones de moral, cuando en pleno siglo XX llegó a tener zoológicos humanos en los que exhibían a los niños congoleños y se permitía al público darles de comer como si fuesen chimpancés? Diez millones de congoleños fueron masacrados por su execrable rey Leopoldo II.

Por otra parte, no deberíamos olvidar que fue Bélgica, al igual que Francia, la bestia negra de nuestro pueblo cuando el terrorismo de ETA nos golpeaba sin piedad. Sus autoridades políticas se negaban a extraditar a los terroristas que se refugiaban en su territorio, considerándolos héroes que luchaban por la liberad y por la democracia. Poco les importaban a aquellos políticos belgas las víctimas inocentes españolas que eran asesinadas por los criminales etarras en cualquier punto de nuestra Patria, ni el clamor de nuestro pueblo pidiendo justicia.

La etarra Natividad Jáuregui comiendo en Gante, en una foto de su cuenta de Facebook bajo la identidad de María Sukalde

Tampoco pareció importar mucho a aquellas autoridades el brutal atentado de Atocha, cuando varios trenes de cercanías españoles abarrotados de trabajadores y de jóvenes estudiantes, reventaban un 11 de marzo de 2004 a primera hora de la mañana al explosionar los artefactos colocados por los islamistas. Doscientos muertos y mil quinientos heridos no inquietaron mucho a las autoridades belgas, sabedoras de que en sus entrañas se ubicaba el mayor nido de yihadistas de Europa.

Que Bélgica sea santuario de terroristas, golpistas y un nido de yihadistas, no es atribuible a políticas ajenas a las de sus propias autoridades, es fruto de la irresponsabilidad de sus distintos gobiernos. El buenismo ejercido para con los terroristas vascos de la ETA, y el desprecio tan repugnante de sus mandatarios para con España, vuelven a ponerlo de manifiesto dando refugio y cobertura al golpista Puigdemont y a sus colaboradores.

Musulmanes en Bélgica.

Pero, lo peor de todo, es que todavía hay “juntaletras” que se hacen llamar periodistas, y politiquillos de medio pelo, que dan valor a las infamias e injurias que vomitan contra nosotros, por el solo hecho de no ser pronunciadas en español.

España, a diferencia de Bélgica, ha sido un país digno, noble, acogedor y hospitalario, donde las personas honradas siempre se habían sentido seguras y queridas. Hasta que un buen día, tomaron el timón de la nave nacional personajes que, entre otras aberraciones, se dedicaron a vitaminar a los secesionistas y a importar de países como Bélgica lo peor y lo más execrable de sus indignos mandatarios: división entre sus ciudadanos, y el patrón de como dar refugio a terroristas, a delincuentes de toda calaña, y a la lacra yihadista que atenta en Europa con el dinero procedente de las subvenciones públicas.

Molenbeek, barrio de Bruselas

Creo que nos jugamos mucho. Por eso no hay que arriar las banderas nacionales españoles. Porque cuando la unidad de la Patria está en juego, bajo ningún concepto se deben aceptar lecciones morales de un país como Bélgica. Sólo el sentido común debe imperar en estos casos. La ciudadanía debe ser informada de lo que sucede sin ningún tipo titubeo o de discurso ambiguo. O se conciencia a los españoles de que el tumor independentista debe ser extirpado de raíz, o estos que desafían al Estado y buscan apoyos en países como Bélgica para romper la convivencia pacífica entre los españoles, se acabarán saliendo con la suya.