Es sabido que AD no informa acerca del cine español. Es un principio editorial que mantenemos a rajatabla. Hacemos la excepción si el odioso cine español nos depara noticias contrarias a sus intereses, que nosotros celebramos. La gala de los Goya, dedicada este año a la exaltación del feminismo, ha sido un fracaso en términos generales. Ni al público en sus casas ni a los cineastas presentes en el Madrid Marriott Auditorium pareció gustarles el guion presentado por los albaceteños (sic) Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla. De hecho, hubo invitados como Leticia Dolera que hasta se enfrentó a los presentadores en directo: «Os ha quedado un campo de nabos feminista precioso», espetó la directora a Reyes, que no sabía dónde meterse.

Pese al encontronazo, la gala fue la menos vista desde 2009, bajando por primera vez de tres millones de espectadores en diez años.

Las ayudas públicas al cine nacional constituyen otro desagüe abierto por el que se dilapidan decenas de millones de euros del contribuyente año tras año. Y es que, pese a recibir cuantiosas subvenciones, la rentabilidad de la industria cinematográfica no deja de descender, tal y como reflejan los datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. ¿Casualidad? Mientras que los políticos reiteran su apoyo a esta actividad empleando dinero público, el mercado (espectadores) intensifica su rechazo a las producciones nacionales. Como muestra, la siguiente: un total de 21 películas españolas estrenadas en 2016 tuvieron menos de un centenar de espectadores en las salas de cine. Se trató del 13% del total de películas españolas que se estrenaron ese año.

La mayoría de los metrajes españoles, fuertemente subvencionadas por el Gobierno, gira en torno a lo mismo: ridiculizan al español patriota, promocionan la ideología mundialista y fomentan las peores taras sociales. La moraleja de la película es que todo lo anterior es perfectamente normal.

El antiespañolismo del cine español es sin duda revelador del nivel de inmundicia moral de sus protagonistas. En la mayoría de los casos, el paso de las películas por las salas es puramente testimonial, demasiado fugaz como para prescindir del dinero público. Y es que los directores, actores y productores de nuestro cine no pueden seguir transitando por territorios rechazados por la mayoría social para luego pedirles a ésta que se pase por taquilla. ¿A ver qué? ¿A ver propaganda zafia y rala de una sociedad partidaria, pornográfica y frentista en la que los delirantes mensajes contra media España o contra la Iglesia son casi los únicos momentos dialogados del metraje? Cuando la política tiene que salir al auxilio del arte, es que entonces ese arte se ha prostituido tanto que es incapaz de vivir si no es a expensas de los políticos. Y eso no cuela. Y por eso de que no cuela, la basura que es el cine español, salvo contadas excepciones, nos resulta cada día más insoportable. Tan insoportable como la ridícula pajarita de Pablo Iglesias, el gesto impostado de Albert Rivera y el escaso talento de los dos chistosos de Albacete.