Mítin de Vox en Vistalegre.

AR.- No es preciso que me detenga en proyectar todo lo escrito sobre Vox en los últimos meses. Y en particular sobre las inquietudes vitales de su líder, un maniobrero apeado del PP cuando el PP no quiso cubrir sus expectativas económicas. Tampoco respecto de la desconcertante ambivalencia liberalista-identitarista de sus dirigentes. La presencia en Vox de personajes como Jaime Alonso, Rafael Bardají, Ignacio Arzuaga, Rocío Monasterio o Francisco Javier Prieto, entre otros muchos, constituyen razones más que sobradas para desconfiar de sus propósitos.

Es un ejercicio nada complicado que dejo a los lectores.Una vez demostrada la incapacidad de los partiditos identitarios de constituirse en alternativa y representar una amenaza electoral para el sistema, y ante la perspectiva de que surgiera un Salvini de difícil control, convenía a ciertos poderes exteriores provocar una alternancia pseudoidentitaria manejable y dócil. A mi me quedan pocas dudas de que ese, y no otro, fue el objetivo del nacimiento de Vox, a lomos de un trepa, para que cumpla el papel asignado. Y el papel asignado era evitar que los votos desafectos al sistema fueran a parar a formaciones políticas que proclamaran alto y claro la inviabilidad de una Europa manejada por las mafias globalistas de siempre.

Es evidente que muchos antiguos votantes del PP no están dispuestos a aceptar más bandazos en lo que deberían haber sido los principios y los valores del partido: el aborto, la unidad de España, la defensa de la familia y de la religión católica. De esa voluntad de propinar una patada a la mesa se está beneficiando Vox. Muchos electores conservadores se han sentido traicionados -y con razón- por sus representantes clásicos, quienes se habían resignado a asumir la hegemonía moral de la izquierda. Son esos antiguos votantes del PP los que están sirviendo de base social a Vox. Porque no nos engañemos: el chiringuito laboral de Abascal no es un proyecto transversal como los de esos partidos identitarios europeos que se nutren sobre todo del antiguo votante de izquierda. Vox ha renunciado a la batalla ideológica y, por consiguiente, no está en condiciones de arrancarle un solo voto a la izquierda en sus múltiples expresiones. Ni siquiera a Ciudadanos. Vox se alimenta solo de los votos que pierde el PP y cifra sus expectativas electorales en esos trescientos mil españoles, razonablemente hartos del arrinconamiento de sus ideas, que hoy parecen estar dispuestos a pasarse el voto útil por el forro. Es decir, que lo que pierde el PP lo gana Vox y el Frente Popular. De hecho, ni el experto más optimista cree probable que Vox tenga opciones más allá de alcanzar un escaño por la circunscripción de Madrid. Fuera de la capital de España, es prácticamente imposible que Vox logre otra cosa que detraerle votos al PP, en beneficio del Frente Popular y de la culminación del gran proyecto para la demolición de la nación española.

No es extraño que los medios al servicio de la izquierda estén estos días tan ufanos con la musculatura exhibida por Vox en Vistalegre y que está siendo linimentada sobre todo por antiguos peperos. Saben que Vox puede ser definitivo para que el Frente Popular alcance mayoría de escaños en unas próximas elecciones que se jugará, no en clave partidista, sino de bloques ideológicos.

Mientras Sánchez empieza a reagrupar bajo su mando a toda la izquierda, la derecha está más atomizada que nunca, lo que favorece la estrategia mundialista de un Frente Popular que se imponga en las urnas gracias a los miles de votos conservadores arrojados a la basura. Y no creo necesario explicar lo que supondría para España otra pasada por la izquierda radical durante toda una legislatura de cuatro años.

Yo sería el primero en felicitar a Vox y respaldar su proyecto si fuese capaz de arrancarle a la izquierda sólo un uno por ciento de los votos que recibirá de antiguos votantes del PP. Pero no será posible, porque Vox no ha sido concebido como un partido transversal al servicio de un proyecto identitario favorecedor de las capas trabajadoras ni de la regeneración moral de la sociedad española, sino como un instrumento de la derechona expepera para cubrir las necesidades económicas de unos pocos. Por eso sus opciones se sitúan en torno a los 300.000 votos -el PACMA (Partido Animalista contra el Maltrato Animal) obtuvo en las últimas elecciones 284.848 sufragios-. De esos votos, insisto, una abrumadora mayoría corresponderían a personas que anteriormente han votado al PP. ¿Es esto lo que tenemos que celebrar? Pues va a ser que no.