El insulto final
Llevamos varios días a vueltas con las declaraciones del alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, sobre la nueva ministra de Sanidad, Leire Pajín. Va siendo hora de pasar página. Porque mientras nos ocupamos de esta nimiedad, se producen otros ‘insultos’ mucho más flagrantes que atentan contra la dignidad de los que aún nos sentimos españoles.
Driss Jettou, el infame ministro del Interior marroquí que fue el encargado de coordinar la invasión del islote Perejil por parte de sus pordioseros, a principios de julio de 2002, ha sido vergonzosamente condecorado por el ejecutivo de Zapatero con la Cruz de la Orden de Carlos III “por buenas acciones en beneficio de España y de la Corona”.
Si esto es así, hay que plantearse si España y la Corona comparten los mismos objetivos. España está por encima de la Corona y de cualquier otra consideración. Y esa inoportuna condecoración al esbirro de un gobierno enemigo de España, es una felonía. Por no hablar directamente de traición.
Para muchos españoles, los servicios secretos de Marruecos estuvieron detrás de los atentados del 11 de marzo de 2004, cuya manipulación interesada por parte del PSOE, posibilitó el triunfo de Zapatero en las elecciones generales.
Ha llegado el momento de hablar alto y claro. Sin miedo a que nos etiqueten de esto o de lo otro, dejándonos de hipocresías y de paños calientes. Los marroquíes aquí están de más por un sinfín de razones. La primera es que un amplio sector de la población española no les queremos. Estamos hartos de sus provocaciones y de sus ataques constantes a España. De la violencia de género que esos cobardes practican contra las mujeres. De sus amenazas de muerte y de que sus clérigos vayan predicando el odio en las mismas mezquitas que generosamente les hemos permitido levantar en nuestro suelo.
Dado que no es posible la integración de estos chabacanos, que regresen por donde han venido. Nadie les ha llamado. Se han hecho odiosos para la mayoría de los españoles, y se lo han ganado a pulso. Porque en lugar de esforzarse por entender, o al menos respetar nuestra cultura, han querido imponer sus repugnantes usos y costumbres.
Se sirven de nuestra tolerancia para mostrarse cada día más intolerantes, y utilizarán nuestras instituciones democráticas para destruirnos.
No olvidamos ni perdonamos la masacre del Once de Marzo. Sabemos que lo hicieron zarrapastrosos marroquíes, posiblemente siguiendo instrucciones del condecorado sodomita, Driss Jettou.
La obligatoriedad de llevar el pañuelo islámico en los países musulmanes debería ser motivo suficiente para prohibirlo en los países civilizados. Sin embargo, los mismos que se proclaman abanderados de la modernidad más trasnochada y casposa, defienden su uso en nombre de la libertad.
Una cosa es cachondearse de los morros de una tipa, y otra mucho más grave es hacerlo de España y de los españoles. Para lo segundo no hay perdón.