Visita de un Papa (I)
Debió de ser por esa tendencia mía a nadar contra la corriente, cuando la marea parece demasiado previsible. Lo digo porque a diferencia de la mayoría, a mí nunca me gustó el estilo Wojtyla, sobrecargado de efectos mediáticos, tan inmerso en la cultura del espectáculo, que su entierro pareció el de una estrella de rock. Era casi como una especie de Madonna de lo religioso, y su enorme carisma popular nunca casó con un pontificado rico en conceptos profundos. Para decirlo con una metáfora al uso, Wojtyla surfeó sobre los grandes retos de su tiempo, pero nunca hizo submarinismo.
Ratzinger, en cambio, siempre me pareció un pensador importante y cuando tuve la ocasión de leer su diálogo sobre la razón y la fe con Jürgen Habermas, que se celebró en la Academia Católica de Baviera en el 2004, me convencí de que, además de profundo, este hombre era valiente, no en vano asumía los retos más complejos de la modernidad. Lógicamente, sus postulados y los míos distan tanto como la misma razón y fe de su diálogo, pero si algo resulta estimulante es el debate de ideas confrontadas, especialmente cuando debajo de ellas hay mucha lectura y mucha reflexión. Al fin y al cabo, lo enriquecedor no es coincidir en las respuestas, sino atreverse a formular las preguntas difíciles. Y sin duda Ratzinger es un hombre que se interroga.
Por supuesto, ello no acalla las críticas que deben hacerse al Vaticano, especialmente en cuestiones socialmente hirientes. Pero también es cierto que desde Juan XXIII no se había visto un Papa más decidido a poner foco en los rincones más oscuros de la Iglesia. Y sus postulados respecto al islam o a la relación con la secularidad son de vuelo alto. Ahí está su discurso en Westminster. Veremos cómo sigue, pero, sin tantos aspavientos y con menos carisma que otros, Ratzinger demuestra una categoría intelectual que sin duda enriquece su papado.
Como era de esperar, su visita ha concitado todo tipo de polémicas, desde las más razonadas, como las de los vecinos, hasta las más estúpidas, intentando arrimar el ya jurásico discurso anticlerical al molino político. Personalmente, estoy encantada de su visita, y no sólo por lo obvio: pone a Barcelona en el mapa, consagra un monumento histórico, es el líder espiritual de miles de nosotros, hablará en catalán, etcétera.
Además, creo que este Papa desea fervientemente construir puentes de diálogo entre religiones, y esa voluntad, en los tiempos actuales, es una actitud luminosa. Bienvenido, pues, Sa Santedat. Bienvenido en nombre de algunos de esos no creyentes como yo misma que no confundimos nuestras convicciones con la mala educación y que pensamos que el diálogo entre razón y fe es uno de los más profundos que pueden darse. Bienvenido y gracias por culminar el sueño de Gaudí, que es el sueño de miles de catalanes.