El orgullo del mendigo
El genial director de cine Luis García Berlanga ha fallecido a los 89 años. Una de sus obras maestras, la inolvidable “¡Bienvenido, Mr. Marshall!”, retrataba en todo su patetismo a la España cateta de pan y cebolla de principios de los años 50. Un país de charanga y pandereta ansioso por recibir las migajas de una ayuda económica a la que no sabía si tenía derecho. La eterna España del limosneo, de la sopa boba, de los pícaros y los lazarillos de fingidos ciegos, sigue tan viva hoy como hace sesenta años. Con la diferencia del color y los avances audiovisuales, la película de Berlanga podría volver a filmarse para retratar lo grotesco de una narcotizada sociedad española empeñada en no ser nada, y en vivir, como barrocos hambrones, del limosneo y la mendicidad más bochornosa.
Preferimos vivir de rodillas, que morir de pie. Portugal, como unos años antes hizo Italia, amenaza veladamente a los trileros de la UE con abandonar el eurochiringuito, harta de ver que siempre ganan los mismos ‘ganchos’ conchabados con los trileros. ¡Bien por Portugal! Porque el origen de la ruina de Portugal, Irlanda, Grecia y la propia España, es este sistema de economía de casino que nos han impuesto desde Bruselas con la aquiescencia de una clase política pesebrera compuesta por politicastros mediocres y ramplones, ganapanes resabidos y paniaguados arrogantes.
Tenemos que soportar el trágala de los abusos de Marruecos, primero contra España, y ahora contra el Sáhara, sólo porque cuatro hermafroditas de aquí disfrutan bajándose al moro para que los chaperos del integrismo islámico los sodomicen mirando a La Meca. Tenemos que permitir que los chinos nos hundan en la miseria, en virtud de unos acuerdos que firmaron otros países, como Francia y Alemania, y que en nada nos benefician. Nosotros no teníamos, y seguimos sin tener, nada que ofrecer al mundo, y menos a los chinos. Sabíamos fabricar zapatos, juguetes, algunas prendas de ropa y… ¡jamones! Poco más. Con esa ‘tecnología’ de vanguardia, y una vez se deslocalizaron las escasas empresas españolas, poco nos queda ya que hacer en este mundo de economía de casino que cada día habla más mandarín y menos inglés, y que nunca habló español.
¡Bien por Portugal! A ver qué día tenemos aquí unos políticos valientes que se atrevan, al menos a insinuar, que podríamos plantearnos hacer lo mismo que nuestros vecinos de Poniente. No vamos a sacar nada de China, ni siquiera la caja de bombones de la que hablaba Forrest Gump. A lo sumo, una caja de zapatos para nuestro zapatero remendón, con un escatológico contenido que mejor es no mencionar. Algo que los castizos definirían como una buena m*.
España se está empobreciendo por momentos para que un puñado de gañanes de la banca privada juegue a ser alguien donde nunca será nadie. Ni los rústicos de Santander, ni los aldeanos de Bilbao, metidos a usureros internacionales, tienen nada que hacer versus los poderosos cárteles anglosajones del tocomocho. Que se queden en sus aldeas y pedanías jugando a ser los caciques de pueblo que siempre han sido. Sus aventuras de ultramar nos cuestan dinero a los ciudadanos de este país. Al paso que vamos, nos echarán también del grupo de países PIGS (cerdos), a saber: Portugal, Italia, Grecia y España. ¡Los ingleses son muy ‘graciosos’ barajando siglas! Tienen la ‘gracia’ por donde amargan los pepinos. De todos modos, muy pronto estaremos en el pelotón de los torpes con Albania, Kosovo, Moldavia… ¡En fin! Lo más florido del mundo mundial.
Entretanto, proclamamos ufanos nuestro orgullo de no ser más que donnadies en la escena internacional, tanto en lo político como en lo económico. La política del ‘ceroizquierdismo’ practicada por Zp y sus voceros y charlatanes de feria, ha dado sus resultados. Se ha conseguido la igualdad entre hombres y mujeres: ahora todos somos ‘mujeres’. Ya somos un país asexuado y hermafrodita, un país de castrados donde nadie se atreve a levantar por la voz por temor a ser considerado ‘políticamente incorrecto’ y silenciado para siempre con una orden de alejamiento. De alejamiento de la realidad. Sólo nos queda el ‘orgullo’ de ser un país gay. ¡Menudo orgullo! Tenemos lo que nos merecemos porque todos fuimos valientes. ¡Valientes cobardes!
¿Dónde están la dignidad y la hombría de otras épocas? Ahora, según ha proclamado el tramoyista Banderas, hasta el toreo es ‘femenino’. Todo es, o ha de ser, femenino. O lo que es lo mismo: sin atributos. Algunas mujeres empiezan a dar signos de inquietud al comprobar que sus parejas ya lucen unas axilas y piernas mejor depiladas que las suyas. Sus chorbos pasan más tiempo en el tocador y huelen mejor que ellas. También se embadurnan con cremas y afeites propios de lujuriosas cortesanas, y se aplican potingues y mascarillas. Se pintarrajean con una voluptuosa e incierta sensualidad los carnosos labios, y se arreglan las cejas; bifurcándolas, podándolas y segándolas, y renegando de la viril ‘uniceja’ propia de los patrios homínidos de Atapuerca.
Somos los eslabones perdidos de una herrumbrosa cadena de majaderías. A fuerza de ser metrosexuales, ya no somos nada y, dentro de poco, éste será un país de métricos castrados. Nos harán mear sentados, por aquello de la igualdad de sexos, y, a poco que nos descuidemos, nos obligarán a menstruar y a parir. ¡Qué asquito de afeminada igual-da! ¿Qué fue de aquel macho ibérico que olía a campo, sudor y tabaco? ¡Ya está bien de mariconadas! ¿Somos un país o una película de Almodóvar?