Dunia: Kiss Me Not on the Eyes’, película sobre la ablación
Jocelyn Saab es una libanesa que ha visto el horror de cerca. Como corresponsal de guerra ha estado en Vietnam, Irán, Irak, Kurdistán, Afganistán… Después decidió abandonar el periodismo y denunciar las mismas historias a través de documentales y películas. Ayer presentó en San Sebastián, dentro del ciclo de Donostia Kultura Otras rosas rojas ‘Dunia: Miss Me Not on the Eyes’ rodada hace cinco años, pero que todavía sigue recorriendo los festivales por la forma tan valiente de afrontar temas que en su cultura son tabú.
-¿Cuál es la trama argumental de ‘Dunia’?
-Es la historia una joven que quiere ser bailarina como su madre, pero no le resulta fácil porque en Oriente no se considera una profesión noble. Compra un espejo cuando tiene 23 años para ver por primera vez su cuerpo. Trata sobre una joven que quiere decir lo que va a ser.
-La película lleva cinco años recorriendo el mundo. ¿Cómo se ha recibido en el mundo árabe y en el occidental?
-En Occidente ha sido algo progresivo. Comenzó en Suiza, donde tuvo un gran éxito, al nivel de las películas americanas. Luego pasó a Francia. Los distribuidores tenían miedo, pero cuando vieron la buena aceptación que tuvo en las pocas salas en las que se estrenó apostaron por ella. Empieza a ser aceptada porque habla de un Oriente que huye de los clichés, no hay estereotipos. En Occidente ha gustado porque habla de una espiritualidad que ya no existe en estos países. También ha sido bien aceptada por algunos sectores de los países orientales porque me he adentrado en las tradiciones culturales sin recurrir a lo más obvio, que hubiese sido mostrar a una joven con velo. Hablo desde la poesía, de la literatura y sobre todo desde la espiritualidad, donde la joven encuentra las claves para poder ser ella misma. He querido explicar que hasta dentro de las tradiciones se puede encontrar el camino para ser libre. He recurrido al sufismo, que reúne muchas corrientes de pensamiento y que está expresado en la danza. Formalmente me basé en los cuentos de ‘Las mil y una noches’. No hay que olvidar que son el germen de la novela moderna. ‘Dunia’ está cada vez más viva porque las personas encuentran respuestas a algunos de los conflictos que cada vez están más vigentes.
-También habla sobre la ablación.
-Sí, pero me gusta que la gente que ve la película profundice un poco más, que entienda cómo se puede romper el proceso de crecimiento espiritual de una mujer. La protagonista busca ser de una manera, de expresarse a través del baile, pero las tradiciones se lo impiden.
-Usted es una mujer directora de cine en el mundo árabe que en sus películas trata temas polémicos. ¿Le costó sacar adelante la financiación de este proyecto en una sociedad tan machista?
-¡Sí sólo fuera la financiación! Tenía unos socios en Egipto que diez días antes del rodaje me abandonaron porque recibieron presiones de los fundamentalistas. Cuando comencé a poner en marcha ‘Dunia: Kiss Me Not on the Eyes’ no era consciente de dónde me estaba metiendo. Trataba de una temática, la de la mutilación genital, que resultó ser una bomba atómica en Egipto y Líbano. Yo lo había tomado como el nudo dramático de la trama porque la ablación significa mutilar físicamente a una mujer, pero también espiritualmente. Intentaba explicar que a una mujer le puede resultar muy difícil desear algo fuera de ella si le falta parte de su cuerpo. Acabé peleándome contra un país, contra mi país, Líbano. Cuando terminé la película recurrí a las más altas instancias para que me ayudaran a estrenarla, pero también miraron hacia otro lado. Decían que había revuelto todo como si fuera una ensalada y que no me podían apoyar. Recibí amenazas de muerte y en los periódicos escribían mujeres incitando a que me mataran. Entonces tomé conciencia de lo que había hecho.
-¿Los actores tenían consciencia de dónde estaban trabajando?
-Sí. La actriz Hanan Turk, que hoy lleva velo, entonces quería convertirse en la embajadora de todas las mujeres de Egipto y así se lo escribí. Ella conocía el tema porque vivía en Grecia, donde estudiaba para cantar ópera. Le enseñaban a moverse con sensualidad porque también hacía ballet. A los 13 años su madre le llevó a Egipto y pasó lo de siempre. Una cámara oscura, una gillette… Después del rodaje, tras tanta presiones de los fundamentalistas, me dijo que era más fácil hacerse la víctima que ser líder de una causa y se doblegó. El protagonista masculino, el cantante Muhámmad Mounir, que decía que era muy moderno, también recibió presiones y me dio la espalda. Estas negaciones me han demostrado que el rodaje de una película puede convertirse en un acto de resistencia. Todo el mundo me echaba en cara que había lanzado una bomba cuando yo no soy nada violenta. Quería hacer una película de amor, pero se convirtió en guerra.