Remunerados para masturbarse
Santiago Sierra acostumbra a rubricar sus misivas con el lema «¡Salud y libertad!». Lo ha tomado del militar y guerrillero navarro Francisco Xavier Mina, que luchó contra los franceses en la Guerra de la Independencia y se puso del lado de los insurgentes en la Revolución mexicana. También data sus cartas con los meses del calendario republicano francés. Sierra (Madrid, 1966) pertenece a una casta de artistas transgresores, herederos de una tradición que busca romper las convenciones sociales y morales a través de la provocación. En 1917, Marcel Duchamp elevó un urinario a la categoría de pieza de arte; en 1961, Piero Manzoni enlató sus propios excrementos. Sus efectistas acciones fueron el camino más rápido hacia la notoriedad.
Los proyectos de Sierra nunca pasan inadvertidos. Pretenden sacudir e irritar. Es el menos correcto de los artistas políticos de nuestro tiempo y algunas de sus obras coquetean, de hecho, con el gamberrismo. Entre sus materiales, se ha apropiado de basura en descomposición, alquitrán y yeso sin amasar tirado en la calle. Incluso de monóxido de carbono procedente de automóviles, con el que en 2006 quiso inundar la antigua sinagoga alemana de Stommeln (el humo no era visible y podía causar la muerte del visitante no advertido). La instalación, titulada ‘245 metros cúbicos’, pretendía ser una réplica de las cámaras de gas nazis. Las protestas de la comunidad judía llevaron a su cancelación.
Sierra ha sabido subvertir hasta los encargos institucionales. En 2003, el Gobierno de José María Aznar le invitó a la Bienal de Venecia. No se le ocurrió otra cosa que tapiar el pabellón español y exigir el documento nacional de identidad a todo aquel que quisiera entrar, en una denuncia de las políticas migratorias de la Unión Europea. Entre sus acciones en Londres destacan el ‘Contador de muertos en el mundo’, instalado en la fachada de una aseguradora, o los 21 módulos antropométricos hechos a partir de los residuos fecales que manipulan los intocables en la India.
«Lo que no sea un aplauso permanente a las virtudes del poder es siempre una provocación», reflexiona el autor en una de sus contadas entrevistas, ya que prefiere aparecer en los medios más por sus montajes que por sus palabras. «Me parece muy impertinente preguntar si es provocador a un artista con 20 años de carrera y un ritmo de trabajo tan intenso y serio. Con esa pregunta se pretende ponerme a la defensiva y se evita profundizar en mi trabajo, colocándome un sambenito simplista y envenenado. Yo soy un artista de mi época».
El último escándalo anterior a su rechazo al Nacional de Artes Plásticas tuvo como escenario la galería madrileña Helga de Alvear, que representa a Sierra en España. Su vídeo ‘Los penetrados’ mostraba a parejas de hombres y mujeres de raza blanca y negra sodomizándose. El mensaje: el sexo como símbolo del miedo a la inmigración. El artista colocó anuncios para encontrar voluntarios a cambio de 250 euros. El reclamo aseguraba que la cinta «sólo se proyectará en galerías de arte, no es pornografía».
«No intento colocarme por encima de un director de cine porno, porque realmente no lo estoy», se sinceraba. Su catálogo de infinitas rebeldías recoge hitos como ‘Contratación y ordenación de 30 trabajadores conforme al color de su piel’, ‘120 horas de lectura continua de una guía de teléfonos’, ’10 personas remuneradas para masturbarse’ y ‘Público segregado según sus ingresos fueran mayores o menores a 1.000 euros brutos durante un simposium’.