Las bombas que no mataron
Un obús había tocado el edificio, pero no había estallado. Había pasado a través de las viejas gruesas paredes y se había tumbado a descansar a través del umbral del dormitorio de los guardias. La madera del piso estaba humeante aún y en la pared de enfrente había un roto. Una hilera de volúmenes del diccionario Espasa-Calpe había brincado en un remolino de hojas sueltas. Era una granada de 54 centímetros, tan grande como un recién nacido. Después de conferencias sin fin aquí y allá, vino un artillero y desmontó la espoleta; el obús vendrían a recogerlo después. Los guardias transportaron el enorme proyectil, ahora inofensivo, al patio. Alguien tradujo la tira de papel que se había encontrado en el hueco entre la espoleta y el corazón de la bomba. Decía en alemán: ‘Camaradas: no temáis. Los obuses que yo cargo no explotan -Un trabajador alemán'”.
Éste es un párrafo perdido dentro del libro del escritor español Arturo Barea (Badajoz, 1897-Londres, 1957), autor de La forja de un rebelde, una de las novelas que describe con mayor precisión cómo se desarrolló la vida en Madrid durante la Guerra Civil. Los sabotajes de armamento con mensajes de ánimo a las filas republicanas en el interior aparecen también descritos en obras como El asedio de Madrid (1938), de Eduardo Zamacois; Gavroche en el parapeto (1937), de Elías Palma y Antonio Otero, o en periódicos de la época como El Socialista o Milicia Popular.
Tras una larga tarea de investigación en archivos nacionales (Madrid, Alcalá, Ávila y Salamanca) y hemerotecas, V ha localizado abundante documentación oficial donde la Policía Militar, quintocolumnistas y milicianos que cambiaban de bando informaban a Franco de numerosos casos de obuses que no explotaron en el frente y que contenían mensajes de ánimo. Los escritos, hasta hoy inéditos, certifican que estos episodios fueron reales, a pesar de que hasta ahora habían pasado desapercibidos para los historiadores, que los consideraban producto de la propaganda republicana o de la invención de los autores. Incluso un personaje tan relevante como Santiago Carrillo no dudó en afirmar, preguntado por el asunto, que todo este tipo de historias sólo podrían ser producto de “bulos y leyendas urbanas” ya que en su opinión “nadie se atrevería a poner en riesgo su vida escribiendo mensajes de este tipo en obuses que fácilmente se pudieran ver”.
Pero la Guerra Civil no deja de sorprender, y los archivos históricos aún conservan en sus entrañas numerosas ‘joyas’ que demuestran que los hechos descritos por Barea, Zamacois o Palma sí tuvieron lugar. Documentos oficiales que dan fe de sucesos humanos extraordinarios, en unas circunstancias límite en las que no fueron pocos los trabajadores que arriesgaron sus vidas en fábricas de armamento españolas (en zona franquista) y alemanas para no causar dolor o muerte, y que además tuvieron el valor de escribir una nota de ánimo al ‘enemigo’ en un medio tan destructivo como un obús.
Al ver la documentación, el hispanista Paul Preston sólo pudo mostrar “auténtica alegría” ya que resuelve una vieja curiosidad sobre la extensión de este fenómeno. “Conocía lo que decía Barea y lo que salió en Milicia Popular, pero no sabía que era algo tan extendido ni que el bando rebelde se hubiera enterado”, confiesa fascinado Preston. Para el prestigioso historiador “es de celebrar la localización de documentos que demuestran la existencia de obuses y bombas lanzados por los rebeldes militares que no explotaron en sus objetivos republicanos. Es fascinante poder ver a través de estos documentos una muestra de la solidaridad de obreros demócratas españoles y extranjeros a favor de la República asediada. Tanto obreros españoles en zona rebelde como otros tantos extranjeros en Alemania, Italia y Portugal corrían graves riesgos saboteando los artefactos explosivos. Que así fuera es una prueba más de cómo la República española fue un símbolo de la lucha antifascista para los demócratas de todo el mundo”.
Una preocupación para Franco
Otro reputado historiador, Alfonso Bullón de Mendoza, rector del CEU, director del Instituto de Estudios Históricos y autor de numerosos libros sobre la Guerra Civil, también ha valorado esta documentación: “Definitivamente prueba la existencia de proyectiles nacionales saboteados y con inscripciones a favor del Frente Popular”. De no menos relevancia, añade Bullón, “es la demostración de que este tipo de actos preocupó al general Franco”.
Entre los papeles destaca un testimonio escrito que se hizo llegar a Franco después de tomar testimonio a un miliciano que cambió voluntariamente de bando y se pasó a los rebeldes. El declarante detalla textualmente que en la retaguardia del sector de Pozuelo hallaron varios proyectiles sin explotar y que uno le llamó la atención porque tenía un cartón blanco en el sitio de la espoleta. En él pudieron leer por un lado ‘Sorpresa’, y por el otro ‘Compañeros, de los proyectiles que saldrán de este cañón, no temáis que no explotará ninguno. Soy de los vuestros. U.H.P’. (Uníos Hermanos Proletarios).
En el mismo documento se intuye la preocupación del propio Franco por este hecho, ya que en la parte final del texto se puede leer que “en su vista, S.E. El Generalísimo ha dispuesto que se vigile a los artificieros para evitar casos como el presente”.
Los llamados quintocolumnistas -agentes infiltrados que informaban a los altos cargos franquistas de lo que ocurría en zona republicana- también dieron cuenta a lo largo de toda la geografía española de su preocupación por estos sabotajes. En uno de los telegramas encontrados se informa desde Alicante que “los técnicos rojos” hallaron en el interior de unos proyectiles estas palabras: ‘Españoles, somos hermanos vuestros y no queremos haceros ningún daño’. Según refleja el informe, esta misma frase se había encontrado también en la espoleta de un obús tras un bombardeo en Madrid.
“La que pase por mi mano no explotará”
Otro escrito, éste desde Barcelona, recogía que en el último ataque entre las bombas que no estallaron hubo una “que se clavó doce metros bajo tierra, y una vez sacada, se encontró esta inscripción en un trozo de hierro en la espoleta: ‘Los obreros antifascistas de Palma de Mallorca saludan a sus hermanos’.
Otra de las comunicaciones del S.I.P.M. (Servicio de Información y Policía Militar), al servicio de Franco, alarmaba de este suceso: “Algunas de las bombas arrojadas por la Aviación Nacional en Sagunto, en alguna parte de Extremadura y en Jaén, al ser examinadas por técnicos rojos, resultó que contenían un papelito con la inscripción. ‘La que pase por mi mano no explotará'”.
El nerviosismo de Franco al ser informado de estos sabotajes fue en aumento. Primero mandó distribuir una orden que instaba a su ejército a poner en marcha medidas de precaución para evitar los actos de sabotaje en polvorines y depósitos de municiones. En un documento posterior, Franco llega a instar a que “el personal que entre para manipular armamento deberá ser no sólo de absoluta garantía sino que debe además estar convenientemente vigilado”.
A estos hombres que irritaron a Franco y se jugaron el pellejo cargando obuses que jamás explotaron, la historia no les guarda un lugar de honor. Jamás se les hizo un homenaje ni se les puso una calle. Algunos fueron localizados y los mensajes de ánimo significaron su sentencia de muerte. Hoy, generaciones de españoles, aunque no lo sepan, viven gracias a ellos. No temáis, vuestras bombas salvaron vidas.