La Navidad: Tiempo de reflexión y de fe
Desde hace un tiempo y cada vez con más frecuencia, nos ofrecen una serie de programan películas, coloquios y documentales en los que intentan generar dudas y controversias sobre la existencia de Dios y con mayor empeño aún sobre la figura de Jesús como personaje real. Proliferan los libros sobre este tema, que se convierten en “bestsellers” y más tarde en películas que baten record de taquillas, donde se presentan historias con mucha acción y despliegue de medios humanos y técnicos, que desatan pasiones, inducen a dudas y ofenden a los que vemos como se ultraja a nuestra figura más entrañable, la de Jesucristo, en relatos que no guardan relación alguna con la realidad. Y siguiendo la pauta de esa “memoria histórica zapateril” tergiversan pasajes, episodios y personas sin la menor consideración y respeto, consiguiendo el pretendido perjuicio a temas de enorme transcendencia para el Cristianismo, que parece ser el objetivo que persiguen.
A las anteriores y ya conocidas del “Código da Vinci” y “La sangre de los Templarios”, por citar a dos de las más conocidas sobre este tema, que tratan de la infamante falacia sobre los amores de Cristo con María Magdalena, de los que según indican en la última de las citadas descienden los Templarios, se escriben y publican otras con mayor o menor difusión, en las que pretenden y desgraciadamente consiguen en bastantes casos, que el lector, sino es muy versado en estas cuestiones o muy convencido en sus creencias, caiga en el error y en la duda. Días pasados vi una de ellas en la que arqueólogos de una universidad inglesa o norteamericana, no recuerdo bien este detalle, encontraban unos documentos y mapas que indicaban la existencia de una antigua cámara de video, de hacía quinientos años, en la que se hallaba filmada la cueva donde se hallaba el sepulcro de Cristo y a éste muerto e incorrupto en su interior.
El empeño de los protagonistas era poder encontrarla y contemplar a través de ella la verdadera imagen de Jesús. No sólo resultaba incongruente el hecho de la existencia de esta cámara cinco siglos atrás, cuando ni siquiera se conocía la técnica más rudimentaria de la fotografía, ni tampoco las pilas.Resultaba más insólito aún, que siguieran funcionando después de tanto tiempo. La sepultura según nos contaban se hallaba bajo el cauce de un río, en el interior de unas alcantarillas de la Jerusalén de aquella época. Todo un cúmulo de fantasía que como novela de Julio Verne hubiera resultado pasable, si no se hiciera referencia a una figura que a los cristianos nos merece el máximo respeto y veneración. Los enemigos de estos arqueólogos, es decir “los malos y perversos”, eran miembros de una extraña secta religiosa, cuyo nombre era una deformación de la palabra “iluminatis”, empeñados en que esa cámara no se descubriera para que no se desacreditara la creencia de que Jesús había resucitado al tercer día y había subido a los cielos en cuerpo y alma. Un hecho que de hacerse público y demostrarse, según los dirigentes de estos alucinados asesinos, supondría un tremendo desastre para la cristiandad. Por ello no dudaban en “cargarse” a comunidades religiosas, científicos y a todos cuantos tuvieran alguna relación con la dichosa “camarita”. Toda una sucesión de aventuras, amoríos, carreras, persecuciones, asesinatos y demás ingredientes habituales en este tipo de películas, con el decidido propósito de mantener el interés del espectador y sembrar el desconcierto y la posible duda entre los cristianos, poniendo en peligro la fe de los más tibios.
Como película de aventuras y de mucha acción resultaba interesante, siempre que se la considerara como la fantasía de un guionista con mayor o menor genialidad e imaginación. La vi hasta el final y me entretuvo. Esta es la verdad. Aunque no pensé por un solo momento, ni me vino al intelecto, que todo cuanto estaba ocurriendo en la pantalla, podría referirse ni remotamente una posible realidad. ¿Pero todos los que la hayan visto pensarán lo mismo?. ¿No podrían haber elegido otro incentivo, como la búsqueda de un talismán o tesoro para su argumento y haber dejado al margen a una figura tan sagrada?. Yo les confieso, sin el menor ánimo de incordiar, que me es lo mismo para creer en Él y seguir su maravillosa doctrina, el hecho de que realmente muriese como hombre y su cuerpo pueda estar enterrado en algún lugar de la antigua Jerusalén, ascendiendo a los cielos su espítitu divino, como daban a entender en la película, o la versión oficial de que resucitó al tercer día y subió en cuerpo y alma a su reino celestial, donde moran los justos. El primer argumento, que es el que se plantea en la citada película y yo no acepto, de ser verdad, tampoco influiría en la fortaleza de mi fe. Estimo que para sentir y amar a Cristo y seguir su mensaje, no hacen falta los milagros y sucesos extraordinarios, sino sólo la fe y creencia de que esta figura entrañable y todos cuantos le rodeaban en su vida pública existieron realmente y que se trataba de Dios hecho hombre para redimirnos y salvarnos. Esto es lo único y suficiente para mí. ¿Por qué se iba a tener que debilitar mi fe si como hombre muriese y su divinidad, que es lo realmente importante, fuera la que ascendiera a ese Reino prometido al final de nuestras vidas?. No es a Jesús como hombre al que seguimos y veneramos, sino al Jesús que es Dios y a sus mensajes de paz, de amor y de esperanza.
Hay muchos misterios insonsables en nuestra religión y en todas las demás creencias, que el hombre jamás podrá comprender, al menos en esta vida, por lo que es absurdo que intentemos aclarar estas incógnitas para sustentar nuestra fe. Alguien dijo que la fe ve lo invisible, cree lo increíble y recibe lo imposible. Y estoy plenamente de acuerdo. No estimo aconsejable perderse en el laberinto de teorías y postulados, que rodean las creencias religiosas, incluida la nuestra, porque el “quid” de la cuestión no está en demostrar la verdad o falsedad de los mismos, sino en creer que aún sin llegar a comprender sus inevitables misterios, (como todo lo sobrenatural), la admitimos y sentimos profundamente como única y verdadera sin necesitar más explicaciones. Yo creo en Jesús, admiro su trayectoria humana, me solidarizo con sus palabras de amor, me alegro y reconforto con la conmemoración de sus hechos más entrañables, como éste de la Navidad y comprendo, valoro y me duele su pasión y horrible muerte, siendo el más justo, porque debo aceptar que sin esos sufrimientos y tan trágico final nuestra redención y su mensaje doctrinal no se hubieran realizados. Lo demás francamente y que me perdonen los que puedan sentirse molestos o confundidos, no tiene excesiva importancia a mi entender, ni influye de manera decisiva en mis creencias y el reconocimiento de su Divinidad y la transcendental importancia de su legado.
Existen otras cuestiones que también escapan a la lógica y a la razón y en las que yo tengo asimismo mi propio criterio, aunque puede estar en consonancia o controversia con la teoría más generalizada y aceptada. Yo lo veo así y lo expongo sin ánimos de polemizar. Que conste. Siempre se ha creído o nos han querido hacer creer que los muertos velan y protejen a los vivos que han quedado y querido en esta vida.
Es muy común la postura de acudir con nuestros ruegos a ese familiar fallecido invocando su intercesión ante Dios para protegernos del posible mal, concedernos eso que tanto deseamos y necesitamos o sencillamente para que nos ayude en nuestro peregrinaje terreno al objeto de que podamos realizarlo tranquilos y a ser posible felices. Es frecuente que se acuda a esa persona amada y desaparecida físicamente, para solicitar su mediación en las alturas celestiales. Yo no lo creo así y me gustaría que si estoy en un error pudieran rebatírmelo y aclararlo.. Opino que cuando alcanzamos esa eternidad más allá de la vida y de la muerte, perdemos toda relación con los seres de este mundo, aunque hayan sido amados más que a nuestra propia existencia. La explicación es bien sencilla. Si en el mundo ultraterreno en el que descansan eternamente fuera posible continuar el contacto con los que han dejado en este valle de lágrimas, nuestro dolor y sufrimiento repercutirían necesariamente sobre ellos y esto sería contrario a lo que preconizan las Sagradas Escrituras sobre ese paraíso celestial donde se goza plenamente de una felicidad y una paz que no son nada parecidas a las que se puedan gozar en este mundo.
La razón nos hace pensar que todo contacto o conocimiento terreno con lo sobrenatural es más que improbable, casi imposible diría yo. Y lo siento por tantos adivinos, médiums y espiritistas que dicen gozar de la facultad de entrar en contacto con el más allá y nos dicen que sienten, gozan y sufren de nuestras alegrías y tristezas. Nuestros difuntos no pueden sentir ya ninguno de nuestros problemas y emociones, ya que significaría continuar padeciendo con los males, falsedades y desgracias de sus seres queridos más allá de este mundo y sufrir una eternidad terrible. A los seres que ya no forman parte física de nuestras vidas sólo debemos tenerlos presentes en nuestras oraciones y firmes en nuestro recuerdo, como único y posible homenaje y gratitud a lo que ellos hicieron por nosotros. Que se nos quite de la cabeza la idea de que velan por nosotros, somos nosotros los que debemos velar y recordarlos en nuestras oraciones y pensamientos, pues son los que más lo necesitan. Y esto tampoco desdice, ni minimiza nuestra fe. .
En este tiempo de Adviento y Natividad que conmemoramos los cristianos, católicos y evangélicos sin distinción, es bueno detenernos a pensar estas cuestiones para afianzar aún más nuestra fe, buscando verdades y realidades que la fundamenten y desasociando de nuestras creencias cuestiones y problemas que en nada deben hacernos dudar, porque no suponen elementos contradictorios a nuestros auténticos sentimientos religiosos.
Yo así lo tengo asumido y nada de cuanto digan, tergiversen y me intenten explicar variarán mis convicciones religiosas y mi profunda creencia en ese único Dios que se hizo hombre para redimirnos y darnos un maravilloso ejemplo de amor y generosidad y ser consciente asimismo de que las personas que formaron parte de su vida terrenal, en especial su Madre, deben gozar hasta la hora de mi muerte de mi respeto y veneración. En esta fe y en el seno de esta Iglesia deseo llegar al final de mi vida.
¡A TODOS, SIN EXCEPCIÓN, FELIZ NAVIDAD!