Apuntaciones sobre la Transición y el Alzamiento
Producía vértigo -dicen algunos protagonistas de la tra(ns)ición política española- abrir de par en par las puertas y ventanas a la democracia real. Producía vértigo -añado yo- porque quienes entonces mandaban en España -Juan Carlos de Borbón y Adolfo Suárez- querían “devolver al pueblo la soberanía política que se había ganado, por ejemplo y no únicamente, en aquel lejano 2 de mayo de 1808”, olvidando que esa misma soberanía fué secuestrada por Fernando VII en 1814, y se puso en juego a lo largo del siglo XIX en diversas ocasiones por muy diferentes intérpretes o dueños de dicha soberanía, hasta culminar en el golpe de Estado protagonizado por el general Martínez Campos en 1874, que entregó de nuevo España a los Borbones en cuyas manos permaneció hasta el 14 de abril de 1931. Esa misma soberanía popular decidió en aquel momento que España debía ser una República y que los Borbones nada tenían que hacer ni decir en ella. Y fue ese mismo pueblo soberano quien decidió -a lo largo de un trágico plebiscito de sangre y fuego que duró cerca de tres años- que esa Segunda República no debería ser socialista sino otra cosa distinta: un Estado Nuevo, capaz de fijar en el presente y de trasladar al futuro los valores permanentes y utilizables del pasado. Desde 1939 hasta 1976 ese mismo pueblo soberano fue recobrando -poco a poco y sin duda demasiado lentamente- la soberanía total que en su nombre había entregado el 1 de octubre de 1936 la Junta Militar de Defensa al general Francisco Franco.
2. El alzamiento.
Los “demócratas” y los “progres” hacen cuanto pueden para ensuciar la palabra “Alzamiento” en todo lo que se refiere al fenómeno político que se produjo los días 17, 18, y 20 de julio de 1936 en una buena parte del territorio nacional. Ellos prefieren llamarle “golpe de Estado” o “sublevación militar” porque así también ensucian otro fenómeno político -el “franquismo”- que denuncian haber nacido esos días y en esa forma, consiguiendo así denigrarlo y descalificarlo desde los puntos de vista político y popular.
Dos motivos hay para rechazar y combatir la versión demócrata y progre del Alzamiento que tuvo lugar esos días en diversas ciudades y en ciertos sitios de España, concretamente el 18 de julio en la mayor parte de estos y aquellas. El primer motivo es que dicha versión no se ajusta a la verdad histórica, sino que la deforma; el segundo, que con tal deformación se pone en peligro el presente y el futuro de nuestro pueblo tanto en lo que se refiere a su bienestar particular y actual como en lo que respecta a su misión universal de servir como explorador, guía y acicate de nuevas rutas y nuevos horizontes políticos e históricos. La triste realidad de lo que España es hoy hace innecesario el detallar estos argumentos.
La palabra “alzamiento” no tiene en sí misma significado positivo o negativo, aunque en líneas generales predomine el bueno sobre el malo. En estricto sentido gramatical, un alzamiento tan solo es la acción de alzar algo o de alzarse alguien. Dentro de la comunidad lingüística española no existe mas que un alzamiento condenable: el delito que comete quien oculta los bienes con que debe retribuir a sus legítimos acreedores. No puede por sí mismo estimarse de ninguna forma reprobable el levantar algo o alguien hacia arriba, o el ponerlo en un lugar más alto, ni el dirigirlo hacia arriba, ni el subir o aumentar el valor o la intensidad de algo… No se puede rechazar que el labrador dé la primera vuelta a la tierra o el rastrojo que quiere cuidar o cultivar. Es perfectamente legítimo y aceptable el levantar o poner algo o alguien en posición vertical, el construir o edificar algo. Depende de que sea bueno o malo lo que se proponga -o consiga- producir o causar quien alce algo, el que su alzamiento sea estimable o censurable; o el que se retire o quite una cosa de donde se encuentre instalada; o el que se suspenda o deje sin efecto un castigo o una prohibición…
Es absolutamente intrascendente, pero con matices buenos, el cortar los naipes barajados en juegos de cartas; o el colocar de modo ordenado los pliegos que han de formar los tomos y así poder encuadernarlos; o el alcanzar una altura determinada. Merece alabanzas y reconocimientos el subir o aumentar de valor algo. No es en sí mismo ni malo ni bueno el hacer que algo sobresalga del suelo: depende del por qué y para qué se haga ese alzamiento. Es perfectamente legítimo y del todo aconsejable que en defensa de sus derechos alguien se alce apelando de algo ante quien pueda reconocérselos; todo lo contrario es el quedarse con algo o adueñarse de ello sin derecho. Por último -y pido que mis lectores me disculpen por tan larga descripción de diversas formas de alzamientos- es bueno o malo, según los casos y momentos, el sublevarse en contra de algo o de alguien, sobre todo si con ello se emprende una lucha armada y se causan víctimas o daños a personas inocentes.
Seguiremos hablando.