La cristianofobia alarma al Santo Padre
Ha sido la foto más impactante en el inicio del nuevo año y ‘L’Osservatore Romano’ no podía ignorarla en su primera portada del 2011. La edición con doble fecha –de ayer y hoy– del órgano oficial de la Santa Sede se abre con la imagen del Jesucristo ensangrentado tras el coche bomba en Nochevieja contra la iglesia copta ortodoxa de Alejandría. Pero el titular quiere transmitir optimismo y alude a la invitación del Papa a celebrar un nuevo encuentro interreligioso en Asís, en octubre. “Con decisión sobre la vía de la paz”, afirma el periódico vaticano.
El atentado de Egipto hurga en una herida lacerante de la Iglesia católica. Los responsables vaticanos –incluido el propio Papa– llevan tiempo muy alarmados. Los hechos de Alejandría agravan su inquietud. Son un mal presagio. Las reacciones buscan un difícil equilibrio entre la obligada denuncia, la indignación contenida, la solidaridad con las víctimas y la llamada al diálogo como antídoto de la violencia. Bajo ningún concepto quieren ofrecer pretextos para más persecuciones o para respuestas que retroalimenten el fanatismo anticristiano.
Si Juan Pablo II pasó a la historia, ante todo, como un ariete para derribar el comunismo pormedios pacíficos, las circunstancias podrían obligar a su sucesor, Benedicto XVI, a replantear su misión originaria. Hasta ahora su prioridad ha sido intentar la recristianización de Occidente y la purificación interna de la Iglesia tras los escándalos de pederastia. Pero emerge cada vez con mayor urgencia otra tarea: defender la libertad religiosa en todo el mundo y salvar a las minorías cristianas. El desafío no se limita al universo musulmán, donde la amenaza a los cristianos es una cuestión de vida o muerte, sino que se extiende a países donde se practica una represión más sutil, como Cuba, Corea del Norte, China o Laos. Es sintomático el hecho de que el Pontífice haya incorporado a su léxico el término cristianofobia. Lo usó en el discurso a la curia, en vísperas de la pasada Navidad.
El portavoz del Vaticano, el padre jesuita Federico Lombardi, ha usado sus mejores virtudes diplomáticas al comentar lo sucedido en Alejandría y la reacción –de reproche al Papa– del imán de la universidad islámica de Al Zahar, el respetado Ahmed al Tayeb. Lombardi optó por agradecer las condolencias ofrecidas por el líder islámico y atribuyó su tono displicente hacia el Pontífice a una posible incomprensión debido a una traducción equivocada. No quiso echar más leña al fuego. Según Lombardi, “es necesario que la obligada solidaridad hacia los cristianos golpeados no se convierta de ningún modo en una ocasión para alimentar el conflicto entre religiones y civilizaciones, que sería deletéreo”.
Un tono también mesurado usó el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. En declaraciones a Radio Vaticano, Tauran consideró que los ataques a los cristianos constituyen una “perversión de la religión”, pero luego añadió una reflexión que resume certeramente la actitud predominante en el entorno papal: “Creo que debemos evitar dos cosas, la cólera, que siempre es mala consejera, y la indiferencia”.
En Italia la repercusión del último gran atentado anticristiano ha sido enorme. El diario Il Giornale, propiedad de la familia de Berlusconi, recuperó ayer en primera página un apocalíptico texto de la desaparecida periodista Oriana Fallaci, escrito después del 11-S, y subrayó el carácter profético de sus pensamientos. Fallaci, en su superventas La rabia y el orgullo, alertó de que la moderna guerra santa islámica “destruirá nuestra cultura, nuestro arte, nuestra ciencia, nuestra moral, nuestros valores y nuestros placeres”. El prestigioso vaticanista del periódico, Andrea Tornielli, escribió que el Papa alberga el “gran miedo” de que exista “un plan global anticristiano”.
Uno de los laicos más influyentes y bien conectados con el Vaticano, Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, constató en un artículo en el Corriere della Sera que “de verdad el siglo XXI se presenta como un nuevo siglo del martirio”. “Quizás el martirio revela al cansado cristianismooccidental de nuestro tiempo la fibra peculiar de ser cristiano, que atrae odio de forma emblemática”, concluyó Riccardi.
Desde Estados Unidos se formulan, a propósito de la cristianofobia, análisis no tan apasionados, más pragmáticos. John L. Allen Jr., vaticanista del National Catholic Reporter y biógrafo de Benedicto XVI, considera que la cristianofobia está desplazando de la agenda vaticana otros temas importantes como la lucha contra la pederastia o la superación de la crisis de las vocaciones sacerdotales. Según Allen, la agudización de las persecuciones a los cristianos impacta en la psicología vaticana con una intensidad que no siempre se sabe percibir. Además, la angustia por el futuro de las minorías cristianas está condicionando por completo la diplomacia vaticana, convirtiéndose en el objetivo geoestratégico número uno de la Santa Sede. Eso lleva inevitablemente a dejar en un segundo plano problemas como la lucha contra la pobreza o la resolución de conflictos.