El rastro de Colón (I): Misterio de vida y muerte
Colón cambió el mundo, pero no sabemos dónde rendirle homenaje. El destino de sus restos mortales es tan obscuro como toda su vida. La mayor parte de sus cosas fueron obradas por algún misterio”, dice Fernando Colón, hijo del descubridor, al escribir la biografía de su padre. Si para su propio hijo resultaba Cristóbal Colón un personaje enigmático, no es extraño que traiga de cabeza a los historiadores desde hace cinco siglos.
Nadie con una trascendencia histórica tan patente ha logrado mantenerse en semejantes sombras. No sabemos con seguridad cuándo ni dónde nació Cristóbal Colón, cuál fue su estirpe, cuál su lengua, cuál su religión.
Se supone que nació en Génova hacia 1446-51. Sin embargo, el propio Cristóbal Colón jamás dijo en sus numerosos escritos que fuese genovés, ni escribió nunca en italiano.
El personaje ha dado lugar a hipótesis fantásticas. Se ha dicho que era una mujer travestida, como aquel papa medieval, Juan VII o Papisa Juana. Que era hijo del príncipe de Viana, hermano de Fernando el Católico y pretendiente al trono de Navarra. O que ya había estado en América antes del descubrimiento oficial de 1492.
No importa que nos haya llegado tan gran caudal de documentos de su propia mano. Es más, los escritos de Colón contribuyen a crear confusión sobre su persona, hasta el punto de que algunos historiadores han argumentado que para decir “negro”, Colón escribía “blanco”.
El hombre que al, descubrir un Nuevo Mundo, demostró que era verdad lo que la mayoría tomaba por loca fantasía, sigue siendo considerado por muchos como uno de los grandes mentirosos de la Historia.
Una cosa sí sabemos cierta sobre su vida: cuándo terminó. Fue en Valladolid el 20 de mayo de 1506, día de la Ascensión, hace ahora cinco siglos. Pero eso es sólo un paréntesis de certeza, sus restos mortales tendrían también un destino enigmático.
Como prólogo o preparación de esa nueva etapa misteriosa está el testamento de Colón, dictado ante notario el día antes de morir. Una cláusula ordena taxativamente que su hijo y cualquier heredero sucesivo “firme de mi firma”, que describe minuciosamente, incluidos los puntos.
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Salvador de Madariaga sostiene que se trata de una fórmula cabalística, y encuentra en su estructura triangular, especialmente en las S punteadas, una transfiguración del esotérico hexagrama o es trella de David. Madariaga apuntala así la hipótesis de que Colón era sefardita, un judío de origen español cuya familia habría emigrado cuando los judíos fueron expulsados por la Corona de Aragón en 1391.
Otros eruditos ven en esta fórmula un kaddish, la oración fúnebre que dicen los judíos para sacar un alma del purgatorio, que empieza: “Shaday, Shaday, Adonay, Shaday” (son nombres para designar a Dios sin utilizar el de Jehová, demasiado sagrado).
Los que refutan la condición de judío de Colón hacen otra interpretación, coherente con la gran vanidad del personaje.“. S. ”significaría Señor (tratamiento de almirante); “.S. A .S.”, sería Su Alta Señoría (tratamiento de virrey); “X M Y”, Excelente, Magnífico e Ilustre (tratamiento de gobernador, capitán general y miembro del Consejo). Como se ve, Colón era capaz de dejar también a los historiadores una herencia de polémica en su testamento. ¡Cuánto hubiera disfrutado viendo las cábalas que se hacen hoy sobre sus restos mortales!
El cadáver de Cristóbal Colón fue sepultado en Valladolid, pero el eterno descanso sólo le duró tres años. En 1509 fue trasladado a Sevilla y enterrado en la Cartuja de Santa María, donde también iría a parar en 1515 su hermano pequeño, Diego. No permaneció mucho tiempo en Sevilla, pues en 1537 su familia decidió trasladarle a la isla de La Española, hoy Santo Domingo. Le acompañaron los restos de su hijo Diego, que no hay que confundir con el hermano, y hallaron sepultura en la catedral de Santo Domingo, aunque incomprensiblemente no le pusieron lápida alguna.
Pero en 1795 pasó la isla a soberanía francesa, y las autoridades españolas decidieron llevarse los restos de Colón a La Habana. En 1898 Cuba alcanzó la independencia, y el gobierno español ordenó una nueva inhumación para traer los restos de nuevo a Sevilla, en cuya catedral se levantaría un pomposo catafalco. Allí se guarda un cofre de plomo lleno de lascas de hueso que corresponden a dos cuerpos diferentes, según los análisis.
Era el cuarto viaje post mortem de Cristóbal Colón. Y existen sospechas razonables de que en cualquiera de ellos se cometiesen errores de identificación de los restos a trasladar. En la catedral de Santo Domingo encontraron otra arca de plomo con la inscripción “Don Cristóbal Colón” y unos huesos dentro; los dominicanos mantienen, naturalmente, que ésos son los verdaderos restos de Colón.
En Sevilla, por otra parte, en 1950 se destapó una cripta en la Cartuja, donde apareció un esqueleto. Se supuso en principio que era del hermano Diego Colón, aunque otros sostienen que puede ser el propio Cristóbal, que se habría ahorrado así todos esos viajes oceánicos.
Luis Reyes