El ramito de violetas
Hoy la he visto y aunque no me ha mirado, sigo creyendo en Dios y agradeciéndole ese prodigio de criatura. Fue a la salida de casa camino de la parada del autobús. Ella pasaba ante mi puerta con la coquetería de la que se sabe guapa y “requetechula” como diría un mejicano. Era como si la hubieran forjado a base de cinceladas celestiales. ¿Serán así los ángeles…? Esa grata contemplación era un armonioso conjunto de espléndida juventud, belleza y perfección. Llamó poderosamente mi atención su mirada cándida y luminosa en un rostro carente de “potingues”. Limpia y pura como el agua que fluye del manantial y embellece con su benéfica presencia el entorno en que se mueve. Iba hermoseando la calle y sabiendo además que lo hacía.
Mientras la pude contemplar antes de perderse calle arriba, mi imaginación se llenó de fantasías. Nada eróticas por cierto, sino admirativas y gratificantes. Que uno ya no está para determinados quehaceres, aunque la vista se mantenga en plenas aptitudes. Fue todo tan maravilloso como fugaz. Cuestión de minutos. Los suficientes para que yo llegara a la parada del autobús, mientras ella se perdía camino de alguna parte o algún afortunado mortal que la esperaba. No hubo pensamientos y deseos que pudieran profanar ese regalo de Dios, porque sólo admiraba tanta perfección. Me recordaba aquella lejana novia jerezana cuya foto llevaba en mi cartera y la confundían con la Virgen de Lourdes por su belleza y expresión. Se la hicieron con motivo de interpretar ese papel en una función teatral del colegio y aún terminada nuestra relación yo la seguí llevando como si fuera una estampa, hasta que otra posterior de la Inmaculada de Murillo ocupó su lugar donde aún continúa, pues es mi advocación mariana favorita desde mis años de infancia, cuando estudiaba el catecismo de Ripalda.
Soy un romántico empedernido y moriré cuando Dios lo disponga, que espero tarde mucho, sintiéndome así. Algo que las actuales generaciones no comprenden porque viven una época donde se desconoce el respeto, nada exento de amor hacia la mujer, de la que he sido siempre más “quijote” que “tenorio”. La criatura que más ha llenado y gratificado mi vida. Hoy han quedado obsoletos aquellos valores éticos que en mi juventud y madurez formaban parte de nuestras costumbres porque en la actualidad se consideran parte de un pasado que estamos empeñados en desterrar de nuestras conciencias y sabemos no volverá. Y es una lástima. Pienso que con tales premisas no es nada extraño que cada vez sea más frecuente la “violencia de género”, incluso con el resultado de muerte, ya que el hombre ha olvidado ese trato delicado y respetuoso con el que antaño trataba a la mujer en general y a la suya en particular, aunque evidentemente se dieran las consiguientes y tristes excepciones.
He iniciado este artículo hablando de esa belleza callejera que tanto me impactó, pero no quiero detenerme en este punto, sino abarcar a todas esas circunstancias y detalles que nos hacen amar las cosas y nos causan deleite espiritual en esos momentos. Porque opino que el concepto de belleza es mucho más amplio y puede referirse incluso a los pequeños e inadvertidos detalles que nos rodean y que en muchas ocasiones no sabemos valorar. Hay belleza en esa melodía que serena y relaja nuestro espíritu en esos momentos de soledad, cuando se deja divagar libremente a la imaginación y se despiertan los sueños y nostalgias que, aunque aparentemente dormidos, nunca nos han abandonado.
Estoy oyendo en este instante la famosa canción “El ramito de violetas”, que Cecilia, la joven cantante tan trágicamente desaparecida, compuso e interpretó. Su letra me llena de ternura y pienso en ese amor llevado al grado máximo, pues se expresa a través de un romance anónimo y prohibido que ambos viven aunque desde muy distintas perspectivas. Las violetas, llamadas flores del deseo y del amor, dicen que tienen una gran cantidad de propiedades curativas. Deben ser las que más, pues abarcan a todos los órganos de nuestro cuerpo y también a las conmociones y sobresaltos de nuestro ánimo. Incluso es un buen remedio para la alopecia. ¿Quién podría creer que esas sencillas y bonitas florecillas iban a tener la solución contra la calvicie?. Su nombre “Viola Odorata”, según cuenta la mitología, procede de “IO”, amante de Júpiter, que para evitar los celos de su esposa Juno, la convirtió en ternerilla y creó a las violetas para alimentarla y asimismo de su agradable e intenso aroma que se utilizaba para elaborar amorosos filtros y hoy muy gratos perfumes. Los antiguos romanos las llamaban “lágrimas del cielo o de los dioses”, pero lágrimas de alegría, pues preludiaban el cambio en las estaciones del año. San Bernardo las llamó flor de la humildad y se adoptó como símbolo de la Virgen , la suprema humildad. El más puro misticismo y las leyendas más curiosas se han relacionado con esta belleza de la naturaleza de tan precoz floración. Tiene también su vertiente anecdótica, que nos cuenta que “Violeta” es la canción talismán del Villareal C. de F., pues la cantan antes de cada partido con evidente buena suerte.
Pero asimismo se puede encontrar belleza en la relación con tu pareja, llena de cariño y abnegación. En la compañía de esa mujer de la que sigues enamorado a pesar de los años transcurridos y de los contratiempos padecidos en esa mutua y solitaria compañía. Cuando hay amor, todo se hace más fácil y placentero y existe belleza hasta en esas pequeñas divergencias que alteran la cotidianidad de nuestras jornadas y nos hacen ver que no estamos solos, sin que en ningún momento dejemos de admirar en nuestra inseparable compañera a la joven que nos fascinó en un instante, nos enamoró en unas relaciones más o menos largas y se convirtió en nuestra luz y en nuestra sombra. La ves como lo más bonito y valioso de tu existencia. La clave de la duración conyugal radica en gran medida en que has podido conocer su belleza interior, que es mucho más fuerte y consistente que la que luce externamente. Algo que te hace comprender que sin esa mujer a tu lado tu vida carecería de sentido. En toda pareja estable donde el amor está presente se suceden complicidades, tristezas, momentos de alegría, charlas intranscendentes, instantes de ansiedad, tragedias inesperadas, etc. Todo un cúmulo de sensaciones que gracias al mutuo cariño y abnegado proceder se gozan o superan sin grandes dificultades. Y este modo de vivir amando tiene una belleza indiscutible.