Apuntaciones dignas de recuerdo
Hay diversas maneras de referirse a la guerra que hubo en España desde el 18 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939. Fuera de nuestras fronteras se la conoce como “guerra de España” y se la considera el acontecimiento más importante de la historia europea habido entre la Primera Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial. De todos los conflictos acaecidos por entonces, nuestra guerra fue el que más llamó la atención y dividió la opinión de los europeos y americanos. Nosotros la conocemos -sobre todo desde que somos monárquicos, democráticos y parlamentarios- como la Guerra Civil por antonomasia, olvidando que en aquel periodo hubo guerras civiles de diversa intensidad y duración en Rusia, Finlandia, Hungría, Lituania, Yugoeslavia, Albania y Grecia, por ejemplo.
2 . Sobre Joaquín Costa
Costa fue la conciencia atormentada de la España en que vivió. Había nacido en Monzón, provincia de Huesca, el año 1846, en el seno de una familia numerosa y humilde. Pasó su adolescencia en Graus, pueblo vecino al de su nacimiento, trabajando en la tierra y sintiéndose profundamente infeliz. A los 15 años se trasladó a Huesca, donde vivió desde 1862 a 1867 trabajando como artesano y albañil durante el día y estudiando por las noches para obtener el título de Bachiller en aquel Instituto General y Técnico. Allí ganó un concurso convocado para becar a “doce artesanos discípulos observadores de la Exposición Universal de París”, lo que le permitió residir en la capital de Francia nueve meses durante el año 1867, a sus 21, siempre trabajando. Su experiencia francesa incentivó más su capacidad de trabajo y su voluntad de ascenso y superación, puestas a prueba en cuanto regresó a España y comenzó a preparar su traslado a Madrid, conseguido en 1870.
Con 24 años inició en la capital sus estudios en la Universidad, y en ella se doctoró a los 28 en Derecho Civil y Canónico, a base de talento, codos y trabajo asalariado. Mientras trabajaba, siendo ya doctor, se presentó sin éxito a varias oposiciones universitarias. A partir de 1876 se refugió en la Institución Libre de Enseñanza regida por Francisco Giner de los Ríos, entregándose totalmente a la actividad intelectual, lo que le permitió en parte superar los complejos causados por sus muchas dolencias físicas y su fracaso sentimental. Además de la enseñanza universitaria en la Institución, encontró tarea y éxitos a través del ejercicio de la abogacía. Tuvo también una relación sentimental con la viuda de un amigo, de la que nació una hija, pero como nunca se casó el trato con ambas mujeres no fue nunca muy efusiva. Rompió con la Institución Libre de Enseñanza cuando decidió intervenir de modo activo en la vida política española, lo que le convirtió en un constante perdedor de mil causas diversas, desde premios a cátedras y el intento de formar un partido político, hasta su muerte, acaecida tras un enorme deterioro físico en enero de 1911, ahora ha hecho cien años, cuando él tenía 65. De entonces para acá se le ha juzgado de mil formas: desde considerarle una especie de santo civil a calificarle y tenerle por un loco desaforado.
Con justicia podemos considerarle como la conciencia atormentada de la desgraciada España que le tocó vivir. Fué un hombre lastrado por la progresiva atrofia muscular que creció desde sus brazos a todo su cuerpo y acabó por incapacitarle y hacerle morir; una persona marcada toda su vida por la pobreza y la soledad, con notables problemas afectivos; careció de ideología y de militancia partidistas, lo que explica los diversos usos que se han hecho de su pensamiento y su figura.
Para nosotros -para José Antonio y quienes nos consideramos joseantonianos- fue un soñador de una España distinta a la monárquica alfonsina, una España que quiso regenerar moralmente y por la que luchó mientras pudo hacerlo mediante sus escritos, su palabra y su acción directa, hasta que murió pensando en ella y dolorido por no haberla podido mejorar.
Que estas líneas sean un modesto homenaje a tan extraordinaria persona.
3. La participación obrera en la empresa
Ahora que se habla tanto de la crisis económica y del paro que provoca no debemos olvidar que para solucionar este y aquella solo existen dos procedimientos: uno es el de conservar las cosas como estaban antes de que la crisis empezara, suprimiendo eso sí -en la medida de lo posible- cuantas cosas la provocaran; el otro exije decidirse por llevar resueltamente a cabo una revolución económica. Está claro que el mundo de hoy, dominado por poderes económicos y conservadores -entre los que se integran los falsos progresistas que se fingen socialdemócratas- ha optado por el procedimiento más cauto, sin darle importancia a los sufrimientos que ello causa a la mayor parte de los humanos, privados de buena parte de sus ingresos -o de todos ellos- por no tener trabajo o tenerlo de forma insegura o limitada, mientras que la minoría dirigente -política y/o socioeconómica- apenas siente los efectos de la crisis o incluso gana más con ella…
Sin entrar por el momento en mayores profundidades, a mí me parece que la crisis originada a partir del año 2007 demuestra por sí sola que los hombres del siglo XXI no pueden hacer frente a los problemas creados por la globalización de su convivencia y por el progreso técnico y lúdico de la misma si sólo tienen en cuenta los dogmas y las ideas del capitalismo y del socialismo, sistemas creados en el siglo XIX causantes de todo lo bueno y todo lo malo que la humanidad vivió en el siglo XX. Es preciso revisar ambos, rescatar de ellos lo válido, dejar lo que no sirva y esforzarse por crear un sistema eficiente adecuado a las circunstancias y exigencias de los nuevos tiempos.
Ese sistema es el que yo llamo democracia económica. Está fundamentalmente basado en la participación activa de los trabajadores en la economía y en la política, pero de modo diferente a como lo hacen por medio de la lucha de clases o la sumisión y el conformismo predicados hasta ahora.
Con la ayuda de Dios y la paciencia de mis lectores iré esbozando en sucesivas apuntaciones las líneas esenciales de la democracia económica que propugnamos quienes no somos ni de izquierdas ni de derechas.