Mientras los ojos del mundo están puestos sobre Libia, el Estado marroquí continúa tranquilamente con su represión contra los opositores
Zineb el Razhoui/Guin Bali.- Dos nombres, dos caras, Fadoua y Karim, dos víctimas de la arbitrariedad, sin duda no los únicos, pero su triste suerte ha emocionado a Marruecos. Karim Chaïb, de 21 años, perdió su vida en los violentos disturbios que sacudieron a la ciudad de Sefrou tras las manifestaciones del 20 de febrero. Un vídeo muestra a numerosos policías ensañándose con él en un callejón de la ciudad mientras se escuchan los gritos indignados de algunas mujeres. Aunque la escena se produjo delante de testigos, esto no ha impedido a las autoridades “maquillar” su crimen. Karim fue enterrado por la mañana muy temprano en presencia de un número muy limitado de miembros de su familia sin que los resultados de la autopsia hayan sido hechos públicos.
Sin embargo, otros vídeos de la ciudad agobian a las fuerzas de la represión, como éste que muestra a un miembro de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) tirado en el suelo y ensangrentado y en el que acusa a los miembros de la Policía Judicial de haberle golpeado y robado su teléfono móvil.
Otras imágenes insoportables son las de Fadoua Laroui, de 25 años, originaria de Souk Sebt. Ella fue la primera mujer que se quemó a lo bonzo tras ser expulsada de su chabola y verse en la calle con sus dos hijos. A Fadoua Laroui se le negó el acceso a una vivienda social con la excusa de que era madre soltera y que, por tanto, no podía ser considerada jefe de familia. Centenares de personas la acompañaron en su entierro sin que las autoridades hayan hecho la menor declaración respecto a su caso.
En otras ciudades ha habido muertes sin aclarar, como los cinco cadáveres calcinados encontrados en una sucursal bancaria saqueada en Al Hoceima. Las detenciones se cuentan por centenares y se han anunciado siglos de prisión contra los manifestantes. Los relatos de torturas y detenciones arbitrarias son legión, el Ejército ha sido despegado en algunas ciudades, como Dajla, donde los llamados “marroquíes del interior” han cometido agresiones contra el pueblo saharaui bajo la mirada cómplice de las fuerzas del orden, tal y como ocurrió hace unos meses en El Aaiún tras el desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik.
Todo esto ocurre mientras el Estado marroquí sigue mostrando su discurso de democracia y canta alabanzas sobre sus “avances”. Hasta ahora, Mohamed VI no ha dado ninguna señal a favor de las reivindicaciones del Movimiento del 20 de febrero. Sólo se han filtrado algunos rumores de reorganización ministerial a través de los opacos muros del Palacio Real, rumores a los que los jóvenes ya han respondido durante las manifestaciones celebradas el pasado domingo en varias ciudades de Marruecos: “No queremos que el rey nombre ministros más competentes, queremos que deje de nombrar ministros”, insistieron.
Frente a estas reivindicaciones legítimas, el Estado responde, de momento, con amenazas e insultos telefónicos en plena noche, intimidaciones…, en lo que parece ser la vía escogida por el Estado para contrarrestar el cambio que quiere imponerle una amplia parte de la población.
Los ejemplos abundan. El local de la sección de Rabat de la AMDH, donde los jóvenes del 20 de febrero se reúnen, fue asaltado la noche del 27 de febrero y el caricaturista Khalid Gueddar escapó por los pelos de un acuchillamiento muy cerca de su casa en la capital marroquí el día anterior.
Marruecos pretende imponer el terror con métodos de otros tiempos mientras continúa vendiendo su imagen de Estado moderno y más “abierto” que los otros países de la región. Entre el desprecio de sus dirigentes y la complacencia europea, el pueblo marroquí se rebela contra la cleptocracia a las órdenes de Mohamed VI.