Elegía japonesa
Es posible que sea por el paso de los años- cuando las primeras canas empiezan a despuntar en mi cabeza- o acaso la distancia y el tiempo, pero lo cierto es que cada día tengo más estima por las culturas civilizadas, por el respeto hacia los demás y, sobre todo, por la buena educación y el saber hacer. Tal vez, el hecho de ser testigo del comportamiento ejemplar de un país que acaba de ser destrozado por un aciago seísmo de magnitud 9 en la escala de Richter -y cuyas imágenes siguen conmoviéndonos a cada minuto-, me hace reparar en la belleza que esconde la tragedia. Y es que a pesar de nombres impronunciables en un idioma bastante lejano, de ojos asustados por la furia de la tierra, mientras miramos entre horrorizados y fascinados la televisión y las redes sociales siguiendo al minuto lo que sucede, no nos percatamos de la belleza de la colectividad y de lo verosímil que resultan los versos de la primera de las Elegías de Duino del genial poeta alemán Rainer Rilke, que de lo terrible lo bello no es más que ese grado que aún soportamos.
Por eso, ese mismo pueblo, roto ante la más absoluta de las tragedias, ha dado una asombrosa lección al mundo. A la sazón, no hemos visto ni una escena de caos, ni un saqueo, ni un robo, ni siquiera a nadie colándose en las múltiples filas –algunas de más de cuatro horas de espera- para comprar combustible o acceder al transporte público. Tampoco hemos visto a nadie pancarta en mano pidiendo la dimisión del primer ministro o la abdicación del emperador. Ni mucho menos a ningún partido político intentando sacar réditos políticos de la tragedia ni ningún medio de comunicación llamando a la movilización para derrocar al poder. Tan sólo paciencia, estoicismo y disciplina. Por tanto, orden en medio del desastre, organización allí donde la naturaleza ha sembrado la destrucción, trabajo colectivo sin fisuras para recuperar y reconstruir todo lo que ha desaparecido y sobre todo, una gran nación.
¿Se imaginan ustedes esa misma tragedia en nuestro país? No me cabe la menor duda, que no sólo habríamos contemplado el hundimiento de miles y miles de edificios, sino igualmente al latrocinio continuo a los supermercados, al saqueo de los domicilios y, principalmente, a una incompetencia más que sistematizada, incluida de nuestra clase política que no se hubiera organizado para trabajar globalmente sino que habría entrado en un carrusel de acusaciones mutuas por no prever la magnitud de la tragedia. Y es que está claro. Si gobernara la derecha en ese momento, la izquierda chiquilicuatre, sus altavoces mediáticos y demás acólitos, no sólo no habrían cerrado filas en torno al gobierno de turno, sino que, además, estarían pancarta en mano con un archiconocido nunca mais para culpar del terremoto a la derecha, por no tomar medidas. Y si gobernara la izquierda no sólo la movilización brillaría por su ausencia, sino que viviríamos sainetes berlanguianos acusando al régimen anterior y al gobierno de Aznar de no haber capacitado al país para soportar la virulencia de la tierra y sus consecuencias, amén de perdonarle toda la gestión de la tragedia.
A la vista de todo esto, ¿nos puede sorprender cómo esta cultura, esta tradición milenaria ha tenido semejante comportamiento? En absoluto, sólo hace falta ver como los japoneses son educados en el concepto del conjunto y en la disciplina social para entender esta conducta, lo cual les hace ser una nación admirable y que nos ha enseñado en sólo una semana cómo funciona un país, cómo se reinventa ante la adversidad y cómo debe sobreponerse a la devastación. Un ejemplo que es la mejor de las elegías.