ZP se fue a la guerra
Uno creía que a estas alturas de la película ya había visto todos los digos y diegos de Zapatero habidos y por haber. Hagamos memoria. Hemos visto a Zapatero congelando las pensiones, cuando otrora a voz en grito y ataviado de la pleitesía sindicalera puño en alto y pañuelo de haute costure en sus mítines de Rodiezmo, se jactaba de ser el presidente de lo social y el adalid de los pensionistas. Pese a tanta propaganda –y en un giro sospechosamente copernicano – disminuyó el sueldo a los funcionarios, eliminó la ayuda a la natalidad, nos ha tomado el pelo con la ley de dependencia y un sinfín más de bandazos, dignos de las mejores películas de los hermanos Coen. Y resulta que cuando creíamos que ya no podría mutar más, después de ser caperucita roja en Manhattan, la tierna fábula de Bambi, el pacifista redomado y el líder de los parias, resulta que ahora se ha vuelto marxista. Y no porque haya querido como Karl poner en práctica la socialización, las expropiaciones y la construcción del hombre nuevo que reclamó Marx como pilar de la sociedad socialista, igualitaria, justa y feliz, sino porque se ha abrazado a las tesis de Groucho y se ha apuntado a eso de Estos son mis principios, si no les gusta tengo otros. Y ahora ZP se nos va a la guerra, pero en contraste con la canción sin dolor y sin pena.
Y es que en un intento por desmarcarse de la guerra de Irak y ocultar las contradicciones que evidencian su pacifismo alterable, se empeña en recalcar que las diferencias con la intervención española en Libia son enormes. Hay que ver cómo hace demagogia quien llegó al poder utilizando una posición antibélica pancarta en mano y ahora, experto en eufemismo, camufla como apoyo humanitario su ardor guerrero. Sería cuestión de recordarle que Libia es un país rico en petróleo con una dictadura de décadas, exactamente igual que Irak en su momento. Y huelga decir que Libia ha sido aliada de Occidente en general y de España en particular durante años. Sólo hace falta ver las fotografías del Rey Juan Carlos con Muamar el Gadafi -a quién Su Majestad llamaba mi hermano- o las bellas imágenes con Ruiz-Gallardón entregándole las llaves de oro de Madrid, o las bonitas estampas de la Jaima en Moncloa en sus escarceos con Rodríguez Zapatero. O, en el colmo de la desfachatez, el que España exportase a Libia material de defensa y militar por valor de más de 6,9 millones de euros en el primer semestre de 2010. Es decir, las dictaduras genocidas de hoy –como la de Libia- habían sido muy poco antes de la intervención militar los invitados a la mesa en distintos foros internacionales, por ende también en España.
Sin embargo, tiene razón en algo. Las diferencias son, en efecto, enormes. No sólo porque el apoyo de la Unión Europea a esta acción militar es inexistente, sino porque a Irak, España envió una fuerza de estabilización. Se trataba, pues, de una misión de postguerra. Por el contrario, Zapatero ha enviado a Libia cuatro aviones de combate, una fragata y un submarino. Estamos, lo disfracen como lo disfracen, en una misión de guerra en toda la regla, del mismo modo que, a pesar de los eufemismos, hemos participado en la guerra de Afganistán. Zetapé en estado puro, pues.
En honor a la verdad, no estoy diciendo que no haya que intervenir contra el tirano de Trípoli. De hecho, soy de los que piensan que la caída de un tirano siempre es buena si detrás no llega otro régimen más atroz -Jomeini en Irán es un claro ejemplo de ello-. Con todo, ¿alguien puede olvidar que Sadam Hussein practicó un genocidio gaseando a cuatro millones de kurdos? Por supuesto que no. Lo peor, no obstante, es el silencio cómplice de los cómicos, que, a diferencia de Irak, hacen mutis. Es decir, las mismas personas que clamaban No a la guerra ahora se aferran a la defensa de las víctimas de la represión de Gadafi ante la insurrección de parte del pueblo libio para prestar su apoyo a Zapatero. Entran arcadas, por tanto, ver cómo los acólitos del No a la Guerra han justificado el alineamiento militar de España desde antes de la resolución de la ONU y del comienzo de los bombardeos contra Gadafi como un mal menor.
Sin embargo, quizás absorto en mi malicia patológica, no he reparado en que quizás la farándula antiamericana está preparando las pancartas, las pegatinas y piensan de nuevo patear la calle o llenar de consignas el Festival de Cine de Málaga para sentirse de nuevo treinta años más jóvenes o, tal vez, ya que son los nuestros los que gobiernan, estarán pensando en ver qué hacen ante la mano que les llena los bolsillos de subvenciones. No hay duda, su doble rasero les delata.
NO AL GUERRA.