¿Nucleares? Un debate serio, gracias
A estas alturas de la historia a nadie se le escapa que la política energética posee un claro componente ideológico. Máxime si se valora el modelo de desarrollo social que queremos alcanzar sin perder ni un ápice del bienestar tecnológico que hemos alcanzado y del cual no queremos renunciar. Inclusive ecologistas históricos como James Lovelock o políticos como Felipe González, que otrora se reivindicaron como fervientes antinucleares, han hecho un ejercicio de metamorfosis y son en la actualidad defensores de la energía nuclear. Lo cual no deja de ser significativo, a la par que meritorio. Porque por arriesgarse a decir cosas como éstas, algunos ecologistas, para los que Lovelock era un venerado ídolo, pasó a ser un infame traidor. Es la soledad de la disidencia que se palpa a diario y a la que algunos prefieren acercarse de puntillas. Esta circunstancia, que no es baladí, debería hacernos pensar seriamente en todo lo que está aconteciendo en Japón y, en consecuencia, ejercer nuestra capacidad de raciocinio que debiera alejarse de la sempiterna rareza de pensar más con el estómago que con la cabeza. Ejercicio poco habitual por otra parte.
En mi opinión, me parece muy frívola la forma en la que se ha informado sobre la tragedia nipona. Y es que no hace falta ser físico nuclear o catedrático de tecnología nuclear para intentar tratar el tema no sólo con más rigor sino también con un poco más de frialdad. Porque ante un drama tan colosal como están viviendo los japoneses, con 70.000 niños buscando a sus familias y la mayoría de ellos obligados a refugiarse en centros de evacuación, un número indeterminado de muertos, millares de desaparecidos y un tercio del país devastado, en Europa en general y España en particular se ha aprovechado la circunstancia para atacar infamemente la energía nuclear, utilizando en algunas piezas informativas imágenes de una refinería de petróleo ardiendo. Lo que demuestra una vez más que el límite entre la moralidad, el rigor y el sentido común es muy escaso, por no decir inexistente. Por tanto, a mi juicio, no podemos condenar a la inanición a una tecnología -que en líneas generales muestra excelentes resultados- por un accidente cuya causa es un desastre natural que ha sobrepasado largamente los límites de lo esperable. Porque en honor a la verdad, la central de Fukushima –cuya lenta agonía se ha narrado en riguroso directo esperando un desenlace trágico- se diseñó para hacer frente a un posible seísmo de grado 8. ¿Obviamos interesadamente que la central ha sufrido un seísmo diez veces más intenso con más de ochenta réplicas, la gran mayoría de escala superior a seis y, por si no fuera poco, un maremoto de casi diez metros?
Por supuesto que entiendo el más que justificado miedo de la población temiendo una tragedia similar a la acaecida en Chernóbil, aunque las circunstancias y las infraestructuras son diametralmente opuestas. Sin ir más lejos, la madura sociedad japonesa no tiene nada que ver con el bolcheviquismo de la extinta URSS. Ni que decir tiene que comparto plenamente la desazón de la ciudadanía ante las palabras huecas de la casta política -maestros en dar bandazos continuamente sobre este tema-. E igualmente es evidente que se produzca una sacudida popular en Alemania en contra de las nucleares. Y que, como consecuencia, los verdes vayan a gobernar un Länder, Baden-Württemberg, bastión de la derecha alemana y que la gran derrotada sea Angela Merkel, que ha pagado con creces en las urnas su ambigüedad sobre el tema. Y, por supuesto, entiendo las posiciones de los ecologistas acerca de la peligrosidad de los residuos radiactivos, una cuestión aún no resuelta.
Sin embargo, ¿olvidamos, por ejemplo, que la sangre que utilizamos en transfusiones se esteriliza con radiaciones ionizantes? ¿O que la industria utiliza isótropos radioactivos en multitud de áreas tales como la ecología, la medicina, la agricultura, la industria y la biología? ¿O que nuestra vida, en su conjunto, se mueve en un mundo radioactivo? ¿O que cada vez que acudimos al dentista o a un hospital entramos en una zona que cuenta con energía atómica? ¿O que los equipos de Rayos X utilizan radiaciones nucleares para funcionar? ¿O que la mayoría de los sensores de humos del mercado cuentan con un isótopo que activa el sistema de alarma?
Ciertamente, estos argumentos no son fundamentos absolutos para posicionarse sobre la necesidad o no de las nucleares, pero sí para argumentar y debatir estoicamente, justamente a la inversa de lo que se está haciendo. Porque, al fin y a la postre, sin centrales nucleares la energía en España sería mucho más cara, algo de lo que hay que estar al corriente, sobre todo si se defienden posturas radicalmente en contra. Sin ir más lejos, el Estudio de los Efectos del Apoyo Público a las Energías Renovables sobre el Empleo, elaborado por la Universidad Rey Juan Carlos, en colaboración con analistas del Instituto Juan de Mariana, señaló que entre el año 2000 y el 2008, el gobierno español comprometió un total de 28.671 millones de euros en subsidios públicos al fomento de energías renovables, un dinero sufragado íntegramente por el bolsillo de los contribuyentes, ya sea mediante nuevas subidas en el precio de la luz (como ya está pasando) o a través del aumento de impuestos. ¿No deberíamos tener en cuenta que el recibo de la luz ya es lo suficientemente alto para plantear una alternativa desnuclearizada en su totalidad y no caer en una utopía irreal?
Con todo, huelga decir que apoyo las renovables. Pero las renovables no son suficientes para sustentar las necesidades de la sociedad del siglo XXI. ¿Está el mundo dispuesto a vivir como los Amish? Y eso no quita para que continuemos estudiando exhaustivamente las fuentes energéticas renovables de las que podemos disponer y las alternativas a la nuclear como el carbón y el gas – muy costosas por otra parte- y valorar las ventajas e inconvenientes de todas y cada una de ellas, siendo conscientes de sus costes, su impacto sobre el medioambiente y su seguridad. Esta es la hoja de ruta. Sin embargo, me temo que para trazar las líneas estratégicas a seguir hay que dejar a un lado la ideología y los prejuicios. Y hoy por hoy esto es impensable.