La República que no fue ‘rex-publica’
El día 14 se ha cumplido ochenta años de la proclamación de la II República Española. No hace falta aclarar que los republicanos de entonces, de los que deben quedar muy pocos o estar para pocos bretes, junto a los que “añoran” un Régimen que no conocieron y los que oyeron campanas y les gusta ese sonido aunque no entiendan bien su melodía, estarán frotándose las manos ante este evento y preparando las banderas tricolores para ocupar calles, plazas y todos los espacios posibles, reivindicando el regreso de un sistema político que tan ingratos recuerdos nos dejó a muchos de los que tuvimos que soportarlo. Y no porque la República en sí no sea recomendable, todo lo contrario, me parece una magnífica fórmula política para mantener al ciudadano interesado en la gobernación de su país mediante la elección y el control de los que han de desempeñar las altas funciones ejecutivas y con la ventaja de que si no responden a su confianza y expectativas, se eliminan en los siguientes comicios y a otra cosa mariposa. Son muchas las naciones regidas por este sistema de gobierno que marchan de maravilla y gozan de una envidiable paz ciudadana, pero no son pocas también las que no aceptan el resultado de las urnas y se enfrentan en cruentas guerras civiles por defender al elegido o derrotado que no acepta su fracaso, sobre todo en países tercermundistas.
En España durante el periodo republicano, algunos de sus dirigentes no supieron estar a la altura de las circunstancias y obrar con objetividad y lo convirtieron en una especie de casa de Tócame Roque, donde cada uno hizo lo que le vino en ganas, viéndose el gobierno impotente para poner orden y concierto en ese caos total entre sus diferentes y enfrentados partidos, grupos y estamentos. Como en el caso de Andrés Nin, el líder del POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, que fue secuestrado en Barcelona y ejecutado en Alcalá de Henares por orden del gobierno siguiendo las directrices de Stalin, por su afinidad trotskista. Porque en la España de entonces, por si algunos lo desconocen aún, dependíamos de los dictados del “padrecito” Stalin, a través de su embajador Marcel I. Rosenberg, que se encargaba de dirigir nuestra política interna y externa y de expoliar todas nuestras reservas en oro del Banco de España a cambio de un material de guerra no muy efectivo. Nos quedaron sólo unos kilos de plata como depósito y garantía, cuando Franco se hizo cargo del gobierno. Admirable y no muy conocido fue el gesto de los españoles de entonces que cedieron sus joyas, incluso las alianzas, para compensar la falta de reservas de la nación. Pero esto no se menciona en los actuales libros de texto.
El español es inconformista y rebelde con el que manda y poco amigo de alegrarse de los éxitos de su vecino y es asimismo indolente y poco propicio a arriesgadas aventuras en aras de algún ideal. Exceptuando a los fanáticos y exaltados de ambos bandos, derecha e izquierda, en los que nos hemos empeñado en dividir a España. El pasado ha demostrado que mientras no cambien nuestros genes seguiremos cometiendo los mismos y seculares errores. La República no podrá ser un sistema viable para la gobernación de este país, mientras que vivamos envueltos en celos y rencillas entre regiones y sigamos con las irreconciliables y constantes diferencias ideológicas. Defectos que Ortega y Gasset, describió muy acertadamente en su obra “La España invertebrada”,… “ la desarticulación de España como nación radica en la crisis histórica de su proyecto de vida en común…”y más adelante añadía que “La acción directa de determinados grupos sociales, los pronunciamientos y los separatismos, son reflejos de un proceso de desintegración que avanza en riguroso orden, desde la periferia al centro”. Algo que sería impensable en una nación regida por una monarquía firme y responsable o un gobierno fuerte y autoritario, sin que se tenga que llegar a la dictadura.
La actual monarquía, que ha sido llamada por algunos “república coronada”, debido a sus vacilaciones y dejadez de funciones, no parece capaz de imponerse y mantener unida a la nación, impidiendo su vertebración y desintegración en los diecisiete pequeños “estados” independientes, algunos de los cuales andan empeñados en eliminar todo vestigio de lo español tras sus ficticias fronteras. Y nada de esto figura y se permite en esa Constitución que sólo exhiben y aluden cuando interesa a sus particulares intereses. Esta es la realidad le pese a quien le pese. Y si Dios no lo remedia o no tenemos gobierno capaz de poner freno a este desbarajuste y a tan extrañas componendas por mantenerse en el poder, nada podrá impedir que España desaparezca como nación del mapa geográfico y político, a pesar de su largo y magnífico historial. Es necesario que el Rey, harto ya de que lo intenten manipular, manejar o dirigir, se imponga de una vez y con firmeza para terminar con este maremágnum e impedir que continúe este Estado de “desecho”, en el que lo han convertido políticos de todas las tendencias sin escrúpulos y de pocas luces. Ya es hora de que la preocupación por la ética, la justicia, la dignidad y el respeto a nuestras creencias, tan excesivamente profanadas y vejadas, se impongan y se consiga un equilibrio que prevalezca.
La República no fue una panacea, como intentan hacernos creer los que nos atosigan con esas consignas, series televisivas, películas y novelas, en los que nos presentan unos personajes modélicos, idealistas y de exaltados sentimientos cívicos, como paradigmas de un Régimen que no coincide con el concepto que del mismo tenemos los que vivimos en esa época, a pesar de que se dieran magníficos ejemplos ciudadanos en la izquierda y en la derecha. De justicia es reconocerlo. Tampoco creemos que su implantación, sea exclusiva garantía y sinónimo de democracia, desarrollo cultural, libertad y justicia social. Estamos viendo que sus seguidores y adeptos no nos están ofreciendo una conducta tolerante y respetuosa con los ideales políticos y creencias religiosas de los demás. Ha sido triste y bochornoso el espectáculo ocurrido en la capilla de la Politécnica de Madrid, por una serie de jóvenes desnudas, provocativas y soeces, que irrumpieron en la iglesia durante los actos litúrgicos y ante los fieles asistentes, con el único propósito de hacer daño y recordarnos épocas que creíamos superadas. Más aún al tratarse de universitarias.
También hay que destacar la anunciada procesión laica para el Jueves Santo, utilizando el mismo recorrido que nuestras procesiones para ofender a las conciencias católicas, como así lo anuncian. Todo ello ante la pasividad de unas autoridades que parecen ignorar que la libertad no es patente de corso para que unos cretinos se mofen impunemente de lo que para una gran mayoría de ciudadanos merece un respeto y veneración. Pienso que no todos tienen que ser creyentes, ni pertenecer a una religión determinada y también que se debe respetar y tolerar al que no profesa creencia religiosa alguna, como agnóstico o ateo. Pero ese mismo respeto y tolerancia lo pedimos y exigimos para los que sí lo somos. Creo que ha llegado el momento de que nos olvidemos por un instante del precepto evangélico de “poner la otra mejilla” y demostremos que ser católicos no supone pertenecer a una manada de ovejas necias y cobardes. Las dos experiencias republicanas que hemos tenido han sido desastrosas en este aspecto, la segunda sobre todo, y a juzgar por los que reclaman su regreso y sus maneras de reivindicarla, como acabamos de exponer, nos hacen creer con mayor fundamento que si aquella fue nefasta, la próxima sería aún más catastrófica.
El recuerdo de esta época está asociado al período más violento y enfrentado que han sufrido los españoles y al levantamiento y consiguiente guerra civil por parte de los que se sintieron ultrajados y perseguidos por un gobierno que no sólo no los protegía como era lo correcto y obligado, sino que los encarcelaban y asesinaban sin otro pretexto o culpa que no ser afines a sus ideas. No se percataban de que la violencia, cualquiera que sea la forma en que se manifiesta, es una reacción muy difícil de justificar y que más tarde o más temprano ha de pasar factura. Nos movemos en un mundo violento, pero todo ser humano tiene un límite de tolerancia y cuando éste se rebasa, se responde de manera violenta también ante los errores y abusos sufridos, pues no hacerlo sería de cobardes y dar la espalda a la esperanza en un futuro más digno y el derecho a una libertad que otros convierten en libertinaje. Ésta es la razón de que muchos nos sintamos desconfiados y distantes de esa bandera tricolor, cuyo morado no tiene significado histórico alguno, pues simboliza una época que no quisiéramos haber conocido y sí poder olvidar.
De todas formas, la República fue implantada en España después de unas elecciones municipales convocadas por el Rey el 12 de abril de 1931 y en la que, ironías de la vida, ganaron los monárquicos en número de concejales elegidos: 29.953 contra los 8.855 que consiguieron los republicanos. Pero el triunfo de éstos en las grandes capitales, que no en el cómputo total donde obtuvieron una derrota aplastante, hicieron que los líderes republicanos lanzaran las masas a la calle y la proclamaran con una marea implacable y ruidosa que nadie pudo o quiso detener, pues la derecha siguiendo su cobardía habitual, quedó sumisa y callada y dio por hecho esta victoria cantada, que no obtenida. Además, que no se trataba de un plebiscito o referéndum sobre Monarquía o República, sino unas elecciones municipales como las próximas a celebrarse. Alfonso XIII, abandonado por sus “incondicionales” y su gobierno, se vio en la obligación de abdicar y exiliarse para evitar un enfrentamiento ciudadano, que posteriormente nadie pudo evitar se convirtiera en una cruenta guerra civil que llenó de cadáveres nuestros campos y de rencores nuestros sentimientos. Revanchas y odios que han regresado a los ochenta años fecha.
La bondad de un régimen no está en la institución que lo representa, sino en la persona o equipo gubernamental que lo rige. Ni la Monarquía es un residuo de aquella nefasta y abusiva época feudal, ni la República la quintaesencia del mejor y más representativo gobierno, aunque debería serlo. De ahí el repelús que nos inspira a los que la hemos vivido, ver esas banderas tricolores, tan ilegales como las franquistas del “águila”, sin que nadie las impida y siempre en manos de una izquierda radical y enconada, que provoca y ultraja a los que no aceptan sus normas revolucionarias y anárquicas, como si ese Régimen fuera privativo de ellos. Yo no soy monárquico, como me figuro que le pasará a la mayoría de los españoles, pero tampoco me satisface ese republicanismo de izquierda, intransigente y anticlerical que quieren imponernos los sucesores de los que ayer nos lo hicieron pasar tan mal.
Me ilusionó la llegada de Juan Carlos, como me figuro ocurriría a la mayoría de los españoles y siempre me ha admirado y he respetado la figura de la Reina, que tan dignamente representa sus deberes y funciones. Algo que, a mi juicio, no han podido igualar y menos superar, ninguno de sus tres hijos, ni consortes. Muchos creen que la Corona es algo caduco y pasado de rosca, ya que se trata de un régimen de privilegios a un grupo selecto, cuyo único mérito es haber nacido en el seno de una determinada familia o ingresar en ella gracias a uniones matrimoniales posteriores en las que a veces no se han tenido en cuenta circunstancias y condicionantes que son precisamente las que les dan el derecho a gozar preeminencias y privilegios. Acepto ambos sistemas políticos, siempre que exista un respeto mutuo y una convivencia pacífica y civilizada y que sobre todas las ideas y fórmulas prime la integridad y dignidad de España, independientemente de que se gobierne bajo una corona real o mural.
De acuerdo con todo. La República fué un golpe de estado, y luego nos quieren hacer creer que el golpista fué Franco.