Los cuentos chinos de Zapatero
Hace años, cuando regresábamos a casa de madrugada, después de haber dejado en la bandeja del redactor jefe el reportaje que habíamos hecho durante el día y de haber tomado copas, en el “Gijón”, en “Oliver”, en “Mayte Comodoro” y en la wiskería del diario “Pueblo”, solíamos ponernos “estupendos”, como aquel personaje de Valle Inclán, y siempre acabábamos haciendo “revoluciones de salón”, a base de frases y consignas más o menos ingeniosas. Repetíamos mucho aquello de “prohibido prohibir” que se puso de moda en mayo del 68. Entre otras frases memorables, recuerdo aquella que solía proferir a voces el ínclito Raúl del Pozo que decía: “Cuidado, camaradas, que los chinos ya han desembarcado en Almería”.
Recuerdo aquel tiempo como quien revive un viejo amor. Éramos, tal vez, “tenores huecos”, a la sombra de un poder omnímodo. Jugábamos a ser de izquierdas y revolucionarios y a profetizar, en voz baja y clandestinamente, el advenimiento del cambio y de la democracia. Exaltábamos la libertad como el valor más alto de nuestra existencia. Teníamos fe en nuestro presente y en nuestro futuro. Amábamos nuestro pasado, unos por haber sido hijos de rojos y otros por haber nacido de padres azules. Convivíamos en alegre y esperanzada juventud.
Reflexiono sobre lo que acabo de decir, mientras leo las noticias del día y me entero por Internet de mil cosas más que en mi juventud no me enteraba, pero me siento, como Neruda, “acorralado entre el mar y la tristeza”. Leo los periódicos y comento, para mi artículo en la edición balear de “El Mundo”, la gira de Zapatero por Oriente y, ahogado por el aburrimiento que me producen tanto sus lamerones como sus detractores, vuelvo a la frase de Raúl y compruebo que, efectivamente, los chinos ya han desembarcado en Almería.
No encuentro grandes ideas para comentar el asunto. Apenas me sirvo de pequeñas vivencias. Zapatero, por ventura, sueña con ser el Marco Polo universal del siglo XXI, siempre mercader y aventurero.
Dejadme decir algo sobre los chinos.
Por cortarme el pelo, mi peluquera china me cobra la mitad de lo que me suele cobrar mi peluquera mallorquina. Hablar de mis peluqueras puede parecer, a primera vista, una solemne mariconada. Lo propio, según mi sexo y edad, sería hablar de mis barberos, que también los tengo en mi calle: argentinos, italianos, mallorquines y, por supuesto, chinos. Me informo detalladamente de la gira oriental de Zapatero y de que China está “impresionada” por las reformas del Gobierno español y “protegerá” las economías de España y de Europa, nos comprará deuda, se hará con el negocio de las Cajas de Ahorros y, tal vez, con el de los aeropuertos más rentables del país, entre ellos el de Mallorca, seguirá despachando cerdo agridulce y aletas de tiburón en sus restaurantes y vendiendo baratijas en sus abigarradas tiendas. De lo que hacen y seguirán haciendo las “mafias chinas”, mejor que se encargue su sucesor que, sin duda, será muy experto en negociar con los sindicatos del crimen. ZP ha vuelto contento de China, pero me temo que, más que venderles nuestra deuda, les ha vendido un “burro” mendaz, puesto que ese asno privatiza lo que debió nacionalizar, cuando proclamó su talante socialista.
Peor sería que, por vender deuda pública, vendiese culo privado.