En qué quedamos
Acabamos de revivir una tradición de más de cinco siglos que se cuestiona en cinco minutos sin otro argumento que la aconfesionalidad del Estado. Sin embargo, sus detractores son los mismos que acuden sacando pecho a las procesiones de las que reniegan, son los que invierten dinero público para explicarnos en folletos de diseño qué es el Ramadán o los que defienden a capa y espada la discriminación de la mujer porque se practica por supuestas exigencias de determinado credo.
Son los que han prohibido que los militares rindan honores a las imágenes de Semana Santa, los que retiran los crucifijos de los colegios, los que consideran un atentado a la libertad la colocación de belenes en Navidad y los que han iniciado una carrera de desmantelamiento sólo del cristianismo. Es un laicismo a la carta que persigue un objetivo muy concreto.
Son los que se vanaglorian de respetar las costumbres gastronómicas del Islam en los comedores de los colegios públicos mientras que, a la vez, presumen de erradicar en esos espacios el respeto a la vigilia durante la cuaresma. No puedo comprender este laicismo selectivo que sólo a algunos afecta, que es estricto en su aplicación según y conforme, que es una excusa inigualable para dar rienda suelta a antiguos y presentes rencores.
Estoy de acuerdo con el derecho a la libertad religiosa y con un Estado aconfesional. Ello supone las mismas oportunidades para todos al margen de las creencias que practiquen. Por esa misma razón es insultante e inaceptable que la burla y la crítica a la religión cristiana se hayan convertido en la seña de identidad de los “progres” acomplejados que tanto daño hacen a una sociedad milenaria con su inquina, sus ganas de venganza y su incultura.
Ignoran que casi todas las tradiciones arraigadas en el mundo, incluso las festivas, están basadas en un origen religioso de expresión popular. En consecuencia, es una barbaridad arremeter contra las celebraciones religiosas en nuestro país bajo el manido argumento del Estado aconfesional. Tendría que ser al revés. Este Estado en el que creo y por el que trabajo cada día de mi vida, garantiza la convivencia desde el derecho a mantener , disfrutar y respetar unas costumbres sin menoscabo para las demás.
Pero en España, nuestros “progres” previsibles lo interpretan a su manera. Son revanchistas y se enfrentan exclusivamente contra las manifestaciones de la tradición cristiana. Así justifican su cuota de modernismo pasado de moda. No practican la misma intransigencia en otras direcciones, lo que les resta toda credibilidad y coherencia. Por eso, recién finalizada la Semana Santa me parece de justicia compartir esta reflexión de expansión y de tolerancia, de unión y de admiración.
La Semana Santa, tal y como la vivimos en nuestro país, nació por la proliferación de asociaciones gremiales que se reunían para celebrar sus cultos en una España que vivía bajo el dominio del Islam. Más tarde, cuando se culminó la reconquista, esas asociaciones fueron evidenciándose con mayor nitidez exhibiendo las imágenes que con tanto celo habían venerado en épocas más hostiles.
Se convirtieron en auténticas colaboradoras de la corona debido a la labor social que desarrollaban. Cubrían huecos que de otra forma habrían permanecido en el olvido asistencial. Actuaban atendiendo a colectivos ignorados o despreciados. Ayudaban a leprosos, entonces enfermos proscritos y desahuciados. Acompañaban a moribundos humildes hasta sus últimos minutos de vida. Protegían a madres solteras para que su futuro no fuese la prostitución.
Un respeto a este pasado, a esta trayectoria no es mucho pedir. Un respeto a nuestra cultura y nuestra historia, tampoco. Además, con el transcurso del tiempo, aquellos orígenes han evolucionado ofreciendo un auténtico alarde de obras de arte que genera puestos de trabajo. Es un atractivo turístico que nos debería provocar la más enorme sensación de orgullo e identidad.
Recién finalizada esta Semana Santa, destapemos el cinismo y la hipocresía que se alimentan gracias a un estado aconfesional mal entendido.
*Alcaldesa de Fuengirola y portavoz del PP en el Parlamento de Andalucía.