El follón árabe ya da miedo
Antonio G. González.- Hace semanas quedó claro que el mundo se enredaba en Libia. Las revueltas populares de jóvenes urbanos ajenos al islamismo radical, es más, hartos de que ésa fuera la única salida a unos regímenes autoritarios y corruptos apoyados por EE UU y Europa con la excusa de la lucha contra el terrorismo pero por razones petroleras y gasísticas obvias, no parecían hegemonizar el alzamiento contra Gadafi. Una mezcla confusa de rivalidades tribales súbitamente reabiertas, islamismo infiltrado, movimientos en suelo libio de las dos potencias regionales que se hallan hoy en liza por el control árabe -Arabia Saudí e Irán-, a pesar de su inestabilidad potencial interna, impedía ver claro.
Se sumaba la sangrienta reacción del dictador libio, la división europea a la hora de que Occidente interviniera militarmente -como si las experiencias de Palestina, Irán y Afganistán no bastaran- y, por último, el rechazo total a tal intervención el mundo musulmán por parte de las potencias emergentes del XXI (China, Brasil, India y Rusia, que bloquearon, junto con Alemania, que la misión militar derivara en una invasión terrestre). Pues bien, el viernes una delegación de los rebeldes libios no logró en Washington el reconocimiento diplomático norteamericano, a pesar de que la Casa Blanca -que sostuvo a Ben Ali y a Mubarak por décadas y luego, cuando la gente se hartó y se echó a la calle, los dejó caer de un día para otro- reiteraron que Gadafi debe marcharse… Libia, sin embargo, hoy es ya lo de menos. En Siria, donde el liderazgo de los modernizadores era más claro, sucede otro tanto de lo mismo a medida que no logran ganar. Y en Bahréin, sede de la famosa V Flota norteamericana.
Es más, incluso los países que se han librado de gobiernos autoritarios -Egipto y Túnez- con esas revueltas urbanas, se hallan ya sumidos en una marea de protestas inevitables ante la falta de proyectos y liderazgo que huele a lo peor: una nueva frustración de la modernización árabe (la segunda tras la de las décadas posteriores a la emancipación colonial), que puede arrastrar a lo inimaginable y traspasar sus fronteras. A estas alturas de la película, el follón árabe -con lo explosivo de su situación económica y demográfica- da más miedo que nunca.