Apuntaciones en torno al tema de la nación y el nacionalismo
Cada día que pasa me parece más conveniente que nunca el perfilar un nuevo partido político. Así se deduce del enfrentamiento entre el rancio disparate que tiñe a cuantos defienden los planteamientos separatistas, con sus novedosos apuntaladores sociatas, y quienes para combatir a los partidarios del regreso a la Edad Media propugnan el retorno de un viejo españolismo.
La raíz del problema se encuentra en el cada vez menos claro concepto de “nación”, que la desdichada y necia Constitución de 1978 esparció a voleo por todos los ámbitos geográficos y políticos para que lo cultivaran y recogieran a su gusto los interesados en prosperar o tener acomodo social y económico…
No creo pecar de aburrido ni presuntuoso si recuerdo a mis posibles lectores que las principales posiciones ideológicas en este tema, manantial de otras tantas posturas políticas, son tres: a), la liberal, que en el fondo considera a la nación como una finca propiedad de uno o varios amos, cuyo límite son las fronteras debidamente inscritas en el registro de la historia, y que se explota o administra por un club de contables bautizados como políticos; b), la antigua o tradicional, que establece las fronteras nacionales de acuerdo con un criterio de identidad racial, cultural o sentimental de los habitantes de un concreto predio; y c), la que yo gusto de llamar comunitarista y republicana, que parte de la realidad histórica y actual de los pobladores de un determinado territorio, valora y utiliza las empresas compartidas por todos ellos a lo largo del pasado, y considera las fronteras como hitos de justicia y libertad ejemplares para los que viven fuera y dentro de ellas.
Si analizamos más concreta y pormenorizadamente algunas de las llamativas polémicas cotidianas sobre estos temas, nos daremos cuenta de hasta qué punto tan tontiloco llega la extricta aplicación de la segunda posición ideológica antes citada. La beatería cultural de los nacionalistas tradicionales conduce a dar más importancia a los signos externos que a las personas. Quiero decir que para ellos valen más los usos y las costumbres de sus antepasados que los derechos de las mujeres y los hombres que actualmente conforman la nación soñada. De esta forma, la discriminación y la explotación de sus convecinos -obligados a practicar una tradición débil e incluso a veces agonizante- sirve, por ejemplo, para “normalizar” una lengua que, como todas ellas, únicamente es normal si la utiliza de modo natural y espontáneo un pueblo.
Una de las más llamativas características de nuestro actual momento político es la clara subordinación de la izquierda al nacionalismo separatista. Desde su aparición en la escena política, el pensamiento ilustrado y progresista se mostró incompatible con el charivari nacionalista. Todo lo contrario sucede hoy en día. Una explicación de lo que ahora sucede apunta a que buena parte de los que se consideran “gente de izquierda” consideran más progresivo el dedicarse a subvertir el sistema establecido que a proteger los derechos y los intereses vitales de sus convecinos. Otra explicación señala que el apoyo izquierdista a los separatismos se produce como consecuencia de la necesaria lucha electoral para la búsqueda y el logro del Poder. Lo único, o por lo menos lo principal, que importa en esta competición es el marginar a los otros participantes con posibilidades de triunfo.
Eso es lo que vemos a diario, cada vez más acentuado, desde el año 1978. Primero la redacción, y luego la reforma de los Estatutos autonómicos, han sido armas utilizadas por la izquierda para conquistar el Poder local o nacional, o para perpetuarse en él. No se ha tenido en cuenta para nada la posibilidad de que se deshaga España, ni la evidente realidad de que con tales normas empeora la convivencia interna de los “nacionales” sujetos a ellas, y la externa de dichos ciudadanos con el resto de todos los demás españoles.
Lo peor de todo, sin embargo, es a mi juicio que nuestra izquierda haya sustituido sus históricas reivindicaciones o propuestas en favor de la justicia, los derechos humanos y la ciudadanía universal, por una simple apetencia de poder y beneficios económicos, ambos conseguidos por medio del frágil tinglado construído sobre pequeñas constelaciones de mitos e identidades “nacionalistas” pequeño-burguesas…