El Papa pone fin a las actividades de una monja que convirtió un monasterio en un putiferio de progres, famosos y millonarios
Benedicto XVI prosigue su operación de limpieza moral en la Iglesia católica. Su último golpe ha sido contra una abadía de monjes cistercienses con 500 años de historia y ubicada en uno de los templos cristianos más antiguos de Roma, la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, fundada hace 17 siglos y que contiene reliquias de extraordinario valor.
Aunque el Vaticano actuó con discreción, en marzo pasado, la noticia ha acabado saliendo a la luz y no la han desmentido, aunque prefieren no facilitar excesivos detalles. El monasterio, en el que vivía una veintena de monjes, ha sido cerrado por orden del Papa. Los religiosos han sido redistribuidos en otros monasterios. La drástica medida se tomó por diversas razones, de tipo moral, por las cuestionables prácticas litúrgicas, por el entorno social que frecuentaba la basílica y por irregularidades económicas.
Hace ya años que la abadía era escenario de conductas que levantaban sospechas y creaban malestar en la Santa Sede. Con todo, en el año 2008, el propio Benedicto XVI inició en la basílica un maratón de lectura de la Biblia que duró una semana y fue retransmitido por la RAI. Un año después se ordenó una “visita apostólica” (término vaticano equivalente a inspección) que concluyó con la destitución del abad, Simon Fioraso, un ex diseñador de moda de Milán, y dos de sus más cercanos colaboradores. Oficialmente se esgrimieron como motivo las transgresiones en la liturgia y problemas de gestión. Parece ser que había también conductas morales que la Iglesia consideraba inadecuadas.
La basílica se convirtió en un punto de encuentro de cierta aristocracia romana, los ‘Amigos de la Santa Cruz’. Se organizaban noches de moda y otros actos mundanos. El templo acogió también visitas de personajes famosos, como las cantantes estadounidenses Madonna y Gloria Stefan.
Otro motivo de incomodidad para el Vaticano fue que la basílica sirviera de escenario para los bailes religiosos de sor Anna Nobili, un singular personaje que durante años, antes abrazar la fe en Jesucristo, ejerció de gogó de discoteca en Milán y que, según su propias declaraciones en diversas entrevistas que se encuentran en internet, llevaba una vida sexual bastante agitada. Sor Anna, desprovista de velo cuando actúa, ha creado unos bailes, que realiza con música y ante el altar, con la cruz en la mano. Se contorsiona y se tumba en el suelo. Según ella, la danza es una manera estupenda de acercarse a Dios y de celebrarlo. Ha actuado también en teatros. En las entrevistas que están colgadas en la red, la monja, muy simpática y locuaz, confiesa que en su época de bailarina trabajaba en una discoteca que cerraba a las 8.30 de la mañana. “Entregué mi cuerpo a muchos chicos”, dice. El descubrimiento de la fe le hizo cambiar radicalmente de vida, si bien conserva el desparpajo de entonces y el amor por la danza. “Jesús me ha devuelto la virginidad”, asegura. “La Eucaristía es el más potente de los psicofármacos”, enfatiza la monja.
El Vaticano ha querido acabar con una situación que incubaba el escándalo en una basílica que fue fundada en el año 320 después de Cristo por santa Elena, madre del emperador Constantino, a quien se atribuye haber traído a Roma reliquias tan valiosas como fragmentos de la cruz en la que murió Cristo, un clavo y el hueso de un dedo de santo Tomás. Demasiada historia para resistir tanta frivolidad.