Cuando la indignación acaba indignando
Segúnel diccionario de la RAE, “Indignación es enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”. Yo lo considero como una excitación del estado de ánimo espontáneo y de no excesiva duración. También dice que “indignante es el que indigna”, una definición que resulta un tanto macarrónica y propia de libros para párvulos y no de un diccionario oficial. A mi parecer, es una auténtica perogrullada, con todos mis respetos a tan docta Institución. Es como si intentaran informarnos que viajante es el que viaja y comerciante el que comercia. Son definiciones innecesarias ya que no aportan nada nuevo al conocimiento de nuestra lengua, pues sin tener que utilizar el libro de consultas todo el mundo conoce de antemano su significado. Es como decir que el color rojo es rojo. A mi entender Incluso diría que hasta me parece “indignante” el hecho de intercalar esta otra acepción.
Con la aparición casi de puntillas del librito “Indignaos” , escrito por Stephane Hessel, un héroe de la resistencia francesa contra el nazismo y prologado por nuestro José Luis Sampedro, ambos de 94 años, -que yo he leído íntegramente, incluso su prólogo-, ha surgido como un volcán en erupción el movimiento del “15-M” que ha ocupado, diría que invadido, las principales plazas de las capitales españolas y algunas europeas frente a nuestras embajadas. Todo se ha desarrollado de manera espontánea, al unísono y sin tener que promocionar estas masivas convocatorias. Solo se ha utilizado Internet y el boca a boca. Lo que perecía una protesta justificada y necesaria en los tiempos que vivimos, se ha convertido en una plaga que como el aceite o la lava volcánica se extiende imparable y generalizada a todos los lugares. Y aumentando día a día sin que el tiempo transcurrido, críticas, enfados de comerciantes y desalojos policiales consigan hacerles desistir de su empeño. Parecen como “aves fénix” renaciendo de sus cenizas, cuando después de soportar chaparrones y tormentas climatológicas, sufrir cargas policiales y secuestro de sus materiales y enseres, regresan a sus primitivos lugares con idéntico o mayor entusiasmo aún. La reacción del público a estas concentraciones es bastante controvertida. Como en las corridas de toros, cuando la actuación del torero no está nada clara, hay división de opiniones.
No sabemos con meridiana claridad cuáles son sus auténticas intenciones y los quehaceres cotidianos que realizan para intentar hacerse oír. Leemos sus carteles, excesivos a mi parecer y algunos con evidente ingenio y humor, oímos sus proclamas asamblearias que pocos llegan a enterarse ante esa marabunta humana, pero no sabemos a ciencia cierta que reivindican en realidad con tanta insistencia, ya que depende de cada portavoz la exposición de sus problemas más prioritarios. Yo pienso que sería más efectivo y fiable que al estilo de Lutero, cuando clavó en las puertas de la iglesia del castillo de Wittemberg, sus 95 tesis de protesta y peticiones a Roma, origen del cisma y posterior luteranismo, se colocara un enorme cartel en sitio muy visible donde se reflejaran sus reclamaciones y exigencias, para que prensa y ciudadanos pudieran conocerlas y el gobierno y la clase política, objetivo de sus críticas y algaradas, asimilarlas e intentar cumplirlas. Aunque esto último es tan impropio y difícil como pretender que los ministros, altos cargos y políticos, en un gesto de solidaridad que les honrarían, accedieran a pasar un mes al año con el sueldo de un mileurista y sin coche oficial, cuando no tengan que asistir a algún acto oficial, y el dinero que se ahorrara sirviera para atender a los parados españoles que llevaran más tiempo sin recibir emolumento alguno.
En la forma que estos concentrados lo están haciendo no van a conseguir nada, aunque parezca todo lo contrario, ya que son demasiadas peticiones las que formulan y algunas tan utópicas, que dudo se hagan realidad. Sólo están logrando armar jaleo, enfrentamientos a las fuerzas del orden, que cumplen con lo que les obligan a hacer sus superiores, que callan como zorros y escurren el bulto y cabrear a los sufridos y perjudicados comerciantes, demasiados castigados ya con el paro que llevan padeciendo durante tanto tiempo. Además de molestar y fastidiar a una ciudadanía que se halla tan perjudicada como ellos y que al principio los miraba con simpatía y solidaridad y ya empiezan a sentirse un tanto hartos con esta prolongada acampada y están deseando que las plazas ocupadas durante tanto tiempo queden libres de esta marea humana. Porque cuando algo se alarga de manera excesiva pierde su efectividad y se hace insoportable y antipopular. Todo ha de tener un límite más o menos prudencial y más aún, si se dan circunstancias no muy gratas al ciudadano de a pie, que comprende y comparte su intención, pero también la inutilidad y los efectos negativos de su prolongación.
Una de sus peticiones es que el ciudadano al quedar en paro y no poder seguir pagando la hipoteca de su piso, el banco prestamista que se queda con la vivienda y el dinero que hasta ese momento le ha sido reintegrado, -que ya es cabronada perder lo que con tanto sacrificio se ha ido pagando-, no pueda exigirle además el cobro del resto de la deuda pendiente. Creo que con lo recibido y el piso ya tiene suficiente. El más perjudicado, único, añadiría yo, es el pobre hombre que además de haber perdido su trabajo y su casa, tiene que seguir pagando, a pesar de no percibir ingreso alguno, por lo que ya no le pertenece. Esta era una de las promesas electorales de Esperanza Aguirre, que espero las haga realidad al haber sido reelegida mayoritariamente. Que no la olvide ahora. Esta historia es como el famoso dicho de “Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como”, que deja al ciudadano sin trabajo, sin vivienda y con una deuda impresionante. Una medida que me parece acertada y lógica y que debería asumirse por los nuevos gobernantes, ya que los que se irán, Dios mediante, no se han preocupado en debatirla y llevarla a cabo, y eso que son socialistas y de izquierda. Para que luego hablen de los abusos de la derecha. Ya está bien de tanto abuso bancario consentido. Pero no hace falta ningún librito y movimiento, para adoptar esta decisión que está en el ánimo de todos. Yo mismo lo he expuesto en varios de mis artículos, sin necesidad de haber leído entonces a Stephane Hessel, aunque como es habitual nadie se hizo eco de mi propuesta.
El pueblo y no sólo el español, tiene sobrados motivos de sentirse “indignado” contra sus gobernantes y políticos y sus disparatadas decisiones y omisiones. No necesita leer libro alguno para sentir esta injusticia y protestar e indignarse contra tantas marrullerías, corrupciones, abusos, despilfarros y demás compañeros de infortunio a los que nos tienen acostumbrados nuestros dirigentes. Pero creo que no es la mejor manera de intentarlo el estar semana tras semana en una interminable sentada al estilo chabolista o de gueto, más propia de pueblos que sufren masacres, hambrunas y “limpiezas étnicas”, que de capitales españolas. Una semana estaba bien y era asumible. Nos hicieron llegar su voz y su proclama, nos dieron a entender sus intenciones reivindicativas y pacíficas, les miramos con interés y simpatía, pero todo tiene un límite, lo bueno y lo malo y cuando se intenta alargar más de lo debido y tolerable en lugar de beneficiar, perjudica. Más de dos semanas lo veo como un abuso a la paciencia ciudadana, a la tolerancia de los perjudicados comerciantes del entorno y como antítesis de la imagen que debe dar una nación que vive de cara al turismo y ahora más que nunca lo necesita. Estamos incluso en el tiempo propicio a estas visitas foráneas.
Con esa deprimente visión, hay que reconocerlo, pocos serán los que se atrevan visitar Madrid y las capitales afectadas, por mucho esmero y orden que pongan sus líderes y organizadores entre sus congregados. Llega un momento en que lo que se inició como un movimiento popular y pacífica concentración acaba causando malestar, hartura, incordio, protestas y malas caras. Ya creo que ha llegado la hora de abandonar las plazas, limpiarlas y adecentarlas adecuadamente, recuperar los estropeados parterres para que vuelvan a lucir las flores y seguir con sus reclamaciones, propuestas y críticas a través de los medios de comunicación, páginas de Internet y hasta organizar reuniones en locales sindicales y otros escenarios adecuados sin causar perjuicios y conflictos al ciudadano, usando en ellas la discreción y el buen hacer que han utilizado hasta ahora. Opino asimismo que no es conveniente que ningún partido político se decante descaradamente a favor de estas movilizaciones, infiltrándose en ellas diría mejor, porque tanta predisposición puede oler a chamusquina y no beneficiar a la objetividad e imparcialidad de los reunidos. Si entiende que sus peticiones son correctas y justas, su postura sería llevarlas al Congreso y dar ejemplo ellos mismos no permitiendo que sus diputados y senadores gocen tan excesivos privilegios mientras el pueblo que los votó vive sus horas más amargas y desesperantes. Por solidaridad deben ser los primeros en bajarse del alazán y seguir su aventura a pie o como máximo a lomos de un burro y no sumarse al movimiento mediante unas bonitas palabras como hizo el coordinador general de IU, señor Cayo Lara. Esto puede hacer pensar sobre quién puede estar detrás del “15.M”. Y creo que muchos, la mayoría de los reunidos, no estarían muy conformes con esta etiqueta. .
Si pensáramos fríamente los pasos a dar y meditáramos con antelación las consecuencias que pueden derivarse de los mismos, no haríamos muchas cosas de las que hacemos, ni nos veríamos envueltos en tantos problemas y circunstancias que al final nos superan. Yo hasta lo llego a comparar,-salvando las distancias y demás-, como un nuevo y más justificado “tejerazo” , sin tricornios, ni pistolas, que intenta terminar de una vez con tanta corrupción, ineficacia, incapacidad y escándalos financieros de la noche a la mañana, como si de una plaga de langostas se tratara. Que perdonen y reitero mi respeto y consideración a los muchos que se han sumado a este movimiento de buena fe, creyendo en los milagros, pero en política sólo conozco el llamado “milagro alemán” y eso es harina de otro costal. Hablamos de España y de sus políticos…