Decíamos ayer…
Ante mi reincorporación a estas páginas, tras tres semanas de ausencia, no pretendo reiniciar mi actividad, ni mucho menos, emulando la grandeza literaria de Fray Luis de León, tras su ausencia forzosa y forzada como “invitado” de la Santa Inquisición. (No puedo entender cómo le dieron este calificativo a ese bárbaro y diabólico Tribunal). En mi caso, ni he estado en la cárcel, aunque en los tiempos que corren no sería nada extraño, ni denigrante, según la catadura política y moral de nuestro carcelero, ni he recuperado cátedra alguna, sólo este rincón en el que me encuentro satisfecho y gracias al cual puedo conectar con todos vosotros y manteneros al corriente de mis alegrías, ilusiones, recelos e inquietudes en el día a día que nos ha tocado vivir.
Mi ausencia ha sido debida a un cúmulo de dolencias que independientes entre sí, parece que se unieron en una especie de duro matrimonio para hacerme la puñeta bien hecha desde todos los ángulos y a todos los niveles. Creo que no ha existido parte de mi cuerpo sin sentir el zarpazo del dolor. Dicen que las desgracias nunca vienen solas, pero esta vez me llegaron con toda la familia. Ni prensa, ni televisión, ni ordenador. Entre otras razones porque la fistula no me dejaba sentirme cómodo en ninguna postura y el proceso gotoso de mis pies me mantenía más quieto que el perro cazador ante el descubrimiento de la presa. Y es que uno es así. Nada de patologías plebeyas, sino las del más grande rey de nuestra mejor Historia, Carlos I y bajando muchos peldaños, la de Paquirrín Pantoja, que ha compartido popularidad en estos días con los “indignados”, a causa de ese extraño maridaje que unen y destacan al mismo tiempo a sucesos muy distintos. Algunos íntimos para consolarme me indicaban que tenía la enfermedad de los poderosos y los ricos, aunque en mi caso, precisamente, ni lo uno ni lo otro. Si a eso le añadimos una serie de extrañas y nada gratas circunstancias colaterales derivadas de los antibióticos, fármacos, curas, inmovilidad más absoluta y hasta de falta de ganas de comer y beber, pues apaga y vámonos.
Me parece increíble poder estar comentando en tono de humor y sarcasmo estos días infernales. Pero aquí me tienen de nuevo dispuesto a contemplar la vida desde un prisma de alegres colores que me hagan sonreír cada mañana y hasta echarle esa miguita de ensaimada o de pan a la primera paloma que se atreva a llegar hasta mi ventana ronroneando y buscando compañera.
Lo de “decíamos ayer”, viene al caso por considerar que después de estas semanas de sufrimiento la vida sigue igual de complicada. Lo decíamos ayer, lo digo hoy y lo volveré a decir mañana, porque me temo que estas manifestaciones y movilizaciones ciudadanas, en las que se han mezclado las protestas, pancartas y proclamas más utópicas, diferenciadas y contradictorias, ( de todo hay en la viña del furor), no lograrán el milagro de regenerar y depurar a nuestra clase política excesivamente anclada en sus prebendas y privilegios. Lo que me resulta harto extraño y desconcertante es que todos esos actos se realicen bajo la omnipresente bandera tricolor, que ondea en toda concentración masiva de cóleras y rencores. Es como si la quisieran convertir en el símbolo de los cabreados, descontentos y oscuros presagios.
La Otra, la Nacional, la roja y gualda, que ya existía antes del mandato de Franco, pues data de 1785 y hace siglos ya ondeaba gloriosa y solemne en los más apartados rincones del mundo, sólo se exhibe cuando los mismos que gritaban ayer y seguirán gritando mañana, celebren un nuevo evento deportivo que nos haga a todos sentirnos unidos y orgullosos de ser españoles. Como si nuestra identidad, orgullo y dignidad nacional dependieran de manera exclusiva de las botas de nuestros ases del balón. En aquellas fechas de españolismo a tope, la “tricolor” quedó bien guardada. Sacarla en aquellos días de euforia y caras pintadas de rojo y gualda, hubiera sido casi un sacrilegio y una posible invitación al linchamiento. ¡Qué frágil es la lealtad y la memoria humana!.
No sé muy bien qué habrá ocurrido en el mundo y en España durante este tiempo, ya que en las condiciones que estaba poco me importaba la marcha de la política, aunque los “indignados” me han demostrado que todo marcha igual; es decir, peor que nunca. El pueblo, siguiendo las consignas de ese famoso librito prologado por Sampedro, “Indignaos”, -cinco euros-, y harto ya de seguir aguantando los abusos, las iniquidades, corrupciones, ineficacias, despilfarros y abismales diferencias entre la clase política y la banca con el resto de la ciudadanía, ha ocupado calles y plazas en auténticas oleadas humanas, aunque esta vez en condiciones pacíficas, porque no hace falta insultar y agredir para mostrar el descontento. Algo normal desde el instante que los organizadores echaron de sus filas a los de siempre, esos que lo mismo te hacen un guiño que te dan pasaporte para la eternidad sin temblarles el pulso. Los que están siempre dispuestos a que surja la más mínima oportunidad para sacar su intolerancia, brutalidad y ese tremendo rencor que llevan manteniendo e inculcando de generación en generación.
A mi entender, estuvo bien esa multitudinaria manifestación y protesta popular que excedió con creces a los doscientos cincuenta mil participantes en toda España, aunque sobraban todos los símbolos y signos de cualquier matiz político y los carteles que intentaban achacar el desastre a la derecha, sin mencionar a sus verdaderos autores, el mal gobierno de la izquierda de Zapatero, que se fue de rositas. Debería haber sido exclusivamente la voz del pueblo sin distinción de ideologías políticas ni simpatías partidistas, dando una lección de civismo a los políticos.
Me entero de que las distintas plazas de las capitales españoles han iniciado el desmantelamiento de sus campamentos, salvo algunos que se han empeñado en seguir resistiendo como Guzmán el Bueno en Tarifa y Moscardó en el Alcázar de Toledo, aunque nada tengan que ver con este asunto. Me figuro que los sufridos comerciantes de los alrededores respirarán ya tranquilos e intentarán recuperar el tiempo y las ventas perdidas. Que en este país todo lo queremos arreglar perjudicando y ahogando al que menos culpa tiene. Los acampados decían que los comerciantes estaban con ellos. ¡Claro, como no iban a estar si habían colocado sus “reales” y campamentos frente a sus tiendas…!
Nuestras plazas, cumplido el objetivo y después de tanto tiempo ocupadas, deberían haber recuperado su aspecto limpio, ornamental y vistoso que las caracterizan y las asambleas y reuniones celebrarlas en las sedes sindicales, que para eso deben servir, y centros adecuados. Ya es hora de que desaparezcan esos campos de hacinamiento y vertederos de residuos, por mucho que se hayan esmerado en su limpieza y orden. Hacía falta un serio toque de atención al gobierno y a la clase política, sin excepciones. Era necesario y estábamos obligados a proclamar el “!Basta ya!”, en el colmo del aguante y la desesperación.
Todo correcto si con ello logramos conseguir que no haya un solo político que utilice el coche oficial para asuntos familiares y personales, cobre diez veces más que cualquier otro ciudadano que presta mejores y mayores servicios a la comunidad, le ofrezcan una suculenta pensión por un máximo de cuatro años de trabajo, cuando a los “curritos” del país les mantienen amenazadas sus miserables pensiones después de haber estado cotizando durante tantos años y para colmo de intolerables despilfarros, reciben dietas astronómicas para ir a dormitar a su banco en el Congreso o asistir como palmero de su jefe de filas, que es el único “trabajo” que muchos de ellos desempeñan. No olvidemos esas tarjetas Visa platinos para comilonas y juergas amigables a costa de nuestros abusivos impuestos. Por lo visto, ellos sólo pretenden arreglarlo arañando aún más en su miseria al sufrido y explotado ciudadano.
Que se den cuenta de una vez , fue la consigna principal, que la llegada del Euro ha sido la ruina total comercial y social de Europa. Sólo Inglaterra, no cayó en el error y al no adoptar estos horribles billetes de “monopoly”, se libró del desastre general. Nuestros campos, industrias, recursos naturales, productos manufacturados y hasta nuestra manera de vivir, se ven controlados y manipulados de continuo de una manera onerosa y abusiva por esa Comunidad liderada por la Alemania de Angela Merkel, esa “campesina teutóna”, que me recuerda en su físico a los famosos “angelotes” de mi compañero Plá, aunque me resulten más bellos y graciosos los del gran amigo. La bota germana quiere volver a imponerse en Europa y esta vez sin necesidad de nazismos, holocaustos étnicos y potencial armamentista, sino gracias a las consignas y normas emanadas de esta señora que está dispuesta a que todo el Continente dependa de Berlin.
Siempre he defendido la laboriosidad y unión del pueblo alemán a favor de su recuperación tras sus catastróficas situaciones posguerras, pero no considero correcto que lo hagan ahogando al vecino y “amigo”, difamando incluso sus productos más exportables, con bacterias surgidas en su propio país y sin tener la decencia y valentía de excusarse y reconocerlo cuando se descubrió su procedencia. Tampoco su táctica de comprar las deudas de las naciones más asfixiadas a precios de saldo, para convertirlas en feudos fiduciarios y hacerlos bailar a su capricho.
Buena política para su país, pero nefasta para el resto de Europa, ya que es como esa madre que para mantener a sus hijos en el nivel económico más elevado, condena al hambre a los de sus vecinos y “amigos”. Se siguen sintiendo superiores al resto. Pienso y termino que hay mejores maneras de controlar la buena o mala gestión de nuestros políticos: votando a los que más confianza nos inspiran y si no encontramos a ninguno, entregando la papeleta en blanco, como señal de castigo y muestra de desprecio a su ineficacia, pero nunca bajo el reinado del terror y la barbarie.