El canario que quiso ser águila real
Teddy Bautista y algunos directivos más de la Sociedad General de Autores de España, según informa la prensa, han pasado a disposición judicial inculpados de delitos societarios y de apropiación indebida. Otros informan que se trata de malversación de fondos y estafa. Me da igual. No deseo calentarme la “testa” en disquisiciones más o menos parecidas y de una u otra manera, “presuntamente” delictivas. Hay que ver los tecnicismos que emplean los letrados y jueces para adornar la palabra ”trincar”, cuando se trata de cantidades masivas.
La cuestión es que nuestro Tony tiene prohibido salir de nuestras fronteras y por ello les han retirado su pasaporte pero, contra todo pronóstico y la lógica popular, se halla en la calle y asiste a su despacho en la Sociedad, aunque por lo visto sin poder ejercer sus funciones. ¿Qué espera para dimitir, si allí ya no pinta nada?. No sé muy bien qué significa esa libertad “con cargo”, tan usual entre los que se ven ante la Justicia para responder por acciones delictivas “presuntas” ( de momento) y pertenecen a la clase privilegiada, al mundo de los famosos o en razón a la elevada cuantía que se le supone “distraída”.
En la mente de todos están los nombres de “presuntos” que están en libertad “con cargo”, esperando el juicio o el santo advenimiento, que yo de estas cuestiones no entiendo mucho. Si es un destripa terrones que roba una ristra de chorizos en un súper para alimentar a su hambrienta prole, pasa directamente al calabozo o la cárcel y allí espera el juicio y veredicto que, en muchas ocasiones, supone una condena inferior al tiempo que ha estado detenido. Si no encuentran indicios delictivos, esos señores no deberían ser imputados de ninguna forma y si los hay, deberían pechar con las consecuencias y pasar al lugar que por la cuantía que se les imputa les corresponde a la espera del juicio y condena definitivos.
Al final de las diligencias, si se presentan las pruebas que les imputan al amigo Teddy, lo encerrarán en la jaula, que es como llaman a la cárcel en el argot de los bajos fondos, pero no como líder y componente de “Los Canarios” , su conjunto musical, sino como a cualquier otro que haya realizado algún hecho delictivo. La cuantía de la apropiación indebida o malversación de fondos que se baraja en esta operación es superior a los cuatrocientos millones de euros, una fortuna que le hace a uno perderse entre tantos ceros como ha de colocar. En este país, los presuntos e imputados émulos de Alí Babá que son mucho más de los cuarenta del cuento, lo hacen a lo grande, nada de medianías ni paños calientes. El famoso “todo tuyo” papal lo hemos convertido en “todo mío” y “san sacabó”. No obstante, me resulta desagradable criticar actitudes ajenas, porque nunca me he visto en la tesitura que se han visto ellos. Dios me libre de tal prueba.
La noticia no ha tenido la enorme trascendencia que debiera tener. Estamos ya tan acostumbrados a que nos “rebañen” de todas partes y abunden tanto los chorizos no comestibles, que oímos estos sorprendentes sucesos y no sentimos el mínimo resquemor ante las personas aludidas y la escandalosa cifra barajada. El comentario general, si pudiéramos cotejarlo, sería: “Unos cuantos más que caen en el “truyo” por listos y aprovechados”. Y seguiremos saboreando a la rubia y frescachona cerveza y pinchando esa aceituna verde o negra que nos colocan en el platito adjunto. Es más de actualidad e interés hablar del calor tan sofocante que padecemos que de los robos, estafas, abusos, desfalcos y prevaricaciones de nuestra sociedad y nuestra política. Una especie de “pan nuestro de cada día”, pero en el sentido más laico y vergonzante de esta expresión.
Conocí a Teddy Bautista, allá en los años setenta, al ser su padre y representante un asiduo cliente de la cafetería pub que yo tenía en la calle Luis de Góngora, esquina a Gravina, pleno barrio de Chueca. Años antes de que la cofradía del “Arcoíris”, hubiera acampado en esa zona y se organizara la carnavalada del “orgullo gay”. Entonces era un barrio castizo, muy animado, con muchos bares, tabernas típicas y comercios de toda índole. Tenía hasta un hospital cuyos médicos, enfermeras y personal alternaban en mi local al finalizar sus faenas. Mis dos hijos mayores, por cierto, fueron operados de amígdalas en ese centro. La vecindad de este barrio era tranquila y amistosa, en su mayor parte personas de la ya casi extinta clase media. En uno de los bares de la zona, cuyos dueños eran amigos, me pidieron permiso para colocar en su local un soneto que yo dediqué a “Charro”, un personaje muy popular en todo el barrio y “convidado de piedra” durante toda la jornada en “Sicania”, mi cafetería-pub.
El padre de Teddy, era un señor muy comedido, poco amigo de tertulias y mucho menos aún de destacar y señalarse entre los demás, no sé si por timidez o por excesiva discreción. Su aspecto externo era algo extraño en esa época: perilla poblada que le caía sobre unos poblados bigotes, pelo más bien abundante y rostro impreciso, con mirada de tristeza o de estar pensando en algo serio en todo momento. Iba siempre pulcramente vestido y denotaba en todo momento una exquisita educación y corrección. Llegaba siempre a la misma hora, minutos más o minutos menos, saludaba muy cortésmente, pedía la carta, elegía la comida y esperaba paciente a que se la sirvieran, sin moverse del lugar de la barra que había elegido desde su primera visita al local. Con el paso del tiempo, llegamos a trabar amistad y con frecuencia pasábamos algunos momentos de charla. Creo además que ostentaba el título de Cónsul honorario de un país americano en Canarias, su lugar de nacimiento. Un día nos regaló una jaula de pájaro, algo más pequeña de las habituales, en la que fijo a uno de sus palos figuraba un canario de cerámica. Era una curiosa y ocurrente manera de dar a conocer al conjunto, que no tuve inconveniente en colocar bien visible junto al museo de botellas que tenía en el local.
En aquellas fechas, ni Teddy, ni su conjunto, habían pasado los límites de la popularidad. Era el momento de Los Bravos, Los Pequeniques, Los Mismos, Los Relámpagos, Los Brincos, Juan y Junior, etc. Sin omitir, a mi gran amiga y desaparecida cantante Mari Trini, a la que tuve el honor de presentar ante la prensa a su llegada a España procedente de Paris. Allí en la ciudad del Sena, aprovechando una larga enfermedad que la tuvo inmovilizada, había compuesto sus primeros éxitos, Estos eran los que sonaban entonces y los que ocupaban los primeros puestos de los “hits-parades” de la prensa musical, sección que yo llevé durante una temporada en el diario “El Alcázar”. Más aún, a petición de mis lectores, concedí el premio revelación a Andrés Dobarro, el cantante gallego que entonces arrasaba y que fue a recogerlo personalmente junto a su joven esposa durante una fiesta sorpresa que le preparé. Nunca imaginé que a sólo tres o cuatro años de aquellas fechas, el líder de “Los Canarios”, que no volaban apenas fuera de su jaula, iba a dar ese tremendo salto y convertirse en el rector de ese complejo artístico y financiero de la SGAE y en su máximo responsable. Por lo visto, debió salir de la jaula y echar el vuelo buscando mejores semillas, encontrando su maná no en el desierto del Sinaí, sino en las generosas arcas recaudatorias de esa sociedad hoy inventariada e intervenida judicialmente. Ignoro su ascenso en puesto tan apetecible y destacado, ya que me figuro, no me atrevo a juzgar a la ligera, habría y habrá socios más cualificados y con mayores aptitudes para ostentar tan codiciado cargo.
Por lo que cuentan, soy simple correa de transmisión de la noticia, la ambición recaudatoria de estos directivos hoy imputados, no se paraba ante nada. Cobraban canon por la música que sonara en cualquier establecimiento público, sin tener en cuenta ni detenerse a distinguir tocadiscos e hilos musicales, radios o grabaciones ; en bingos, durante el corto espacio que media en la venta de los cartones entre juego y juego; en restaurantes y cafeterías de toda índole y categoría; conciertos benéficos; bodas y eventos familiares y hasta en las peluquerías en esos cortos espacios en que los clientes-as, descansan del cotilleo y oyen la canción del momento, junto al chocante anuncio que nos machaca a todas horas. ¡Anda, que si yo tuviera que pagar por mis horas continuas oyendo música mientras leo, escribo, medito o disfruto un breve descanso, no podría comprar ni la barra de pan…!.
Sus ansias por cobrar e ingresar, me recuerdan en cierto aspecto al Sherif de Nottingham, en “Robín de los bosques”, que cobraba casi hasta por respirar a los esquilmados campesinos sajones. Uno de los cánones más impopulares e inasumibles a todas luces, ha sido el que se refiere a las representaciones teatrales populares y tradicionales que se celebran en muchos pueblos españoles, como Fuenteovejuna y Zalamea, todas ellas protagonizadas por sus propios vecinos. Advirtiendo tanta avaricia, me da cierto reparo conectar mi cadena musical al inicio de cada jornada, por miedo a que en cualquier instante aparezca un pájaro en mi ventana y avise de mi imprudente “conducta musical “ a nuestro controlador, poderoso y obsesivo canario o sus adláteres.
Entre sus peores medidas y de las más antipopulares, que colmó la paciencia de los sufridos melómanos fue ese canon digital y las descargas en Internet. Si siguiéramos las instrucciones de tan insaciables recaudadores, íbamos a acabar respecto a la música, como con los libros en la famosa obra de Ray Bradbury “Fahrenheit 451”. Con el inconveniente de que al tener que aprender las canciones y partituras a base de recitarlas, como en el famoso libro, nos obligarían a tener que abonar ese abusivo canon, pues seguro que caerían sobre nosotros en vuelo rasante para cobrar su tributo, por el sencillo placer de deleitarnos unos instantes y olvidar nuestras constantes preocupaciones.
Luego nos hemos enterado, yo no soy el origen, que se han descubierto unas sociedades más o menos fantasmas a nombre de los detenidos, donde se ingresaban tan sabrosas canonjías. La realidad es que siempre se rompe la cuerda por el sitio del sufrido ciudadano al que ya no saben qué inventar para dejarnos más desnudos que cuando llegamos al mundo. Nos quieren quitar la posibilidad de oír a Mozart, Liszt, Chaikovski, Vivaldi e incluso, por qué no, a Julio Iglesias, -uno de mis favoritos-, la Jurado, la Pantoja y hasta Camarón de la Isla. Que de todo ha de haber en la viña donde hemos venido a parar todos.
Si nos privan de vivir con dignidad, nos mandan al fatídico paro, desahucian del piso que tantos meses de hipotecas y sufrimiento nos ha costado, nos hacen dudar de nuestros políticos y encima nos quitan el inefable y sencillo placer de una buena música o una bonita canción, ¿en qué clase de monstruos o zombíes nos quieren convertir?. Y más aún, cuando nos dicen que el autor y ejecutor de tan abusiva norma en unión de sus compinches, se ha dado la gran vida a costa de esos millones de euros que nos han “sacado” de manera coercitiva, contando para tan escandalosa malversación, no con la complicidad, pero sí con el descontrol de nuestras autoridades, que no se preocupan mucho en olfatear delitos en los lugares adecuados, por miedo a encontrarse una desagradable sorpresa.