Apuntaciones sobre los valores políticos fundamentales, la persona y el hombre-masa
1 . Sobre los valores políticos fundamentales. A mi entender, dos valores son fundamento de la acción política. Uno de ellos es el Hombre, la persona, el ser individual y corriente, que es también el hombre universal y eterno. El segundo valor fundamental de la política es el Pueblo; es decir, la persona colectiva, el ser que dos o más personas individuales forman en cuanto deciden vivir juntos, unidos, para mejorar su vida individual y dotarla de mayor trascendencia.
La persona individual se constituye -con la ayuda de Dios, decimos los que en Él creemos- cuando empieza a vivir, a ser, y deja de meramente existir; cuando sobrepasa o supera su primera realidad animal; en cuanto comienza a querer y amar, se alza sobre el puro instinto y la primaria necesidad para otear, oler, imaginar, soñar, proyectar, calcular, etc., un posible futuro, un mañana alcanzable por su inteligencia y trabajo.
La persona colectiva surge -para los creyentes también con la ayuda de Dios- cuando el individuo encuentra su pareja, la otra persona que va a ser su pareja, su otro ser semejante y diferente, esa que le permite poblar su inmediato mundo con otros seres diferentes y semejantes a él mismo. De ahí que yo llame Pueblo a la persona colectiva que ayuda y mejora el vivir de cada persona individual.
La biografía de cada persona y la historia de la humanidad consisten en el quehacer individual y colectivo para y por mejorar su primer vivir, su realidad inmediata, la actual; y para lograr por ello y con ello en todo o en parte el mañana soñado y deseado. Según sea el ámbito territorial y temporal en que se desarrolla un Pueblo, éste constituye una diferente “unidad de destino”. Pueblos, pobladores, son la Familia, el Clan, la Tribu, la Casta, el Poblado, la Aldea, la Villa, la Marca, el Condado, el Reino, la República, la Nación, la Patria…
Una de las principales causas de la actual situación de España y de todo el mundo es que las dos fuerzas principales de acción política, tanto el liberal-capitalismo como la social-democracia, han ido perdiendo a lo largo de los últimos ciento cincuenta años el sentido y la consideración de lo que son y valen el Hombre y el Pueblo. Para las citadas fuerzas lo más digno y válido de las personas individuales y colectivas no es su capacidad soñadora, proyectiva y realizadora, -lo que le hace en cada caso propio y diferente- sino su condición rasera, repetitiva e igual. Los socialistas y los capitalistas no consideran, no valoran, no ven, esas realidades básicas que son el Hombre, la Familia, el Municipio, la Patria, etc., porque a ellos sólo les interesan los consumidores, los votantes, los partidarios…, es decir, los individuos y los colectivos que forman y constituyen la Masa.
2. El hombre-masa
Capitalistas, socialistas y comunistas coinciden en considerar que para su manera de entender la vida y el mundo constituye un estorbo, un escollo, la existencia de personas individuales y colectivas que aspiren a realizar por sí mismos o en ilusionada convivencia proyectos de vida ascendente, mejorable, superadora de simples intereses materiales… Les conviene más el hombre-masa; es decir, el hombre que ha perdido -de modo voluntario algunas veces y casi siempre sin darse cuenta exacta de ello- su individualidad, su personalidad, para convertirse en “otra cosa”, un ser diferente.
Para comprender qué tipo de hombre es el hombre-masa debemos recordar lo que el pueblo español ha ido perfilando como “masa” a lo largo de sus siglos de existencia: es lo que manifiesta en su lenguaje. La masa es una pasta; esto es, una mezcla heterogénea y sin forma, poco consistente, que se constituye deshaciendo en un líquido una substancia sólida, sobre todo si esta ha sido previamente pulverizada. En español, en el pueblo que se entiende y convive mediante el uso del español, la masa primaria, la que podemos considerar como prototipo de cualquier otra, es la conseguida a base de triturar el trigo -y en segundo plano cualquier cereal- hasta convertirlo en harina para luego disolver esta en agua potable y darla de nuevo cuerpo a base de medio solidificarla por medio del manoseo y el calor procedente de ello y de un calculado fuego. De tan inteligente y laboriosa tarea se obtienen diversos tipos de pan o pasteles. El pan es algo fundamental en la alimentación humana, y por ello es adoptado como símbolo del trabajo y de la convivencia familiar o laboral. El pastel tiene otros significados, honrosos unos y otros denigrantes, pero su excesivo consumo o reparto origina el pasteleo, algo tan impropio del hombre que rebaja su dignidad hasta convertirle en simple mercancía.
La palabra “masa” tiene en español una segunda acepción, que durante años y años usaron casi exclusivamente los albañiles. En el ámbito laboral de estos trabajadores se llamaba masa a cualquier material utilizado como aglutinante de los elementos básicos de la construcción que estaban realizando. De ahí nació que durante muchos siglos y en bastantes sitios se llamara a los albañiles “masones”. El uso actual de esta palabra muy poco tiene que ver con quienes trabajan en la construcción material de edificios, puentes o diques, y sí mucho con quienes se afanan en crear y mantener estructuras de poder político, social y económico. No deja de ser curioso y significativo que la esencia de la masonería consista desde finales del siglo XVII o comienzos del XVIII en el atinado modo de amasar elementos humanos para con ellos aglutinar distintos tipos de plurales construcciones sociales de índole secreta o reservada, orientadas todas ellas a la mutua ayuda de sus componentes y al incremento de su poder.
Un tercer significado de la palabra “masa” nos dice que con ella podemos referirnos a cualquier conjunto de cosas apiñadas o juntas de manera que hayan perdido su carácter o condición individual.
Por último, desde finales del siglo XIX y por influencia del marxismo se llama “masa” al conjunto de gente indiferenciada que por su número tiene importancia y peso en la marcha de los acontecimientos cívicos, políticos o sociales, sobre todo tras haber sido bien amasada por hábiles “masones” o “pasteleros” de filiación sindical o partidista, expertos en fundir las individuales personales.
La socialdemocracia y el liberalcapitalismo, herederos y sucesores del marxismo y del capitalismo puro y duro, necesitan crear y manosear masas para dominar con ellas los mercados económicos y políticos. De ahí nacen la publicidad y la propaganda que de modo intenso y extenso “uniforman” día a día e imponen las ideas y las “compras” de los ciudadanos, sobre todo de los jóvenes. El cine, la televisión, la radio, las canciones de letra y ritmo reiterativos, el botellón, la enseñanza basada en una falsa valoración del individuo como ser libre de obligaciones y deberes, la búsqueda y el fomento de todo tipo de actos deportivos o seudoculturales que atraigan y retengan muchedumbres propicias a la adhesión y al rito más que a la exigencia crítica, constituyen los instrumentos utilizados para “vender” los productos que dan origen al “hombre masa”.
En realidad, el hombre masa no existe. Lo que sí existe es el hombre amasado, manoseado, horneado, manipulado por hábiles y expertos seres que quieren utilizarlo para diversos fines políticos o económicos. Las masas humanas son una invención de la burguesía para disponer de trabajadores, de consumidores y de súbditos. Una invención burguesa inteligentemente utilizada pronto por el marxismo en la búsqueda del poder. El hombre masa y las masas son simplementemente una degradación de la persona individual y de la persona colectiva, una descalificación del hombre para reducirlo a la categoría de simple objeto físico.
El mundo actual no tendrá arreglo mientras no se recuperen el valor y el protagonismo del Hombre, portador de valeres eternos y circunstanciales, colaborador de Dios en la tarea de dar vida y mejorar lo creado… Esa es la revolución que el mundo necesita.