Peras al olmo
Sé que el tema no es original, pero abordarlo casi resulta inevitable. Ya sabemos en qué fecha se celebrarán las elecciones generales. El presidente Zapatero lo anunció el viernes. Nada importó que el día anterior sin ir más lejos, fuentes del gobierno aseguraran que se agotaría la legislatura tal y como habían reiterado en infinidad de ocasiones. En realidad todo lo que nos dicen es irrelevante.
Sinceramente, como española, me desilusiona mucho que no seamos más exigentes. Nuestra historia está plagada de resignación, rendición y aceptación. Menos, bastante menos, de reivindicación. De ahí las consecuencias que sufrimos todos, que permanecen siglo a siglo. Es nuestra forma de ser, nuestra idiosincrasia conformista que nos detiene en un progreso limitado y siempre lento. Un progreso de mínimos. Con eso nos basta y, por desgracia, nos sobra.
Determinadas situaciones no deberían tolerarse. En nuestro país la sociedad las acepta y lo peor es que las justifica, las alaba y las aplaude. Somos capaces hasta de dar un paso más en la senda de la degeneración moral: esa conducta es la progresista, la políticamente correcta. Los que prefieren lo impecable, se arriesgan a merecer fuertes descalificaciones.
Rubalcaba es un buen candidato para el PSOE. Por eso lo ponen. La trayectoria de este partido, desde mi humilde opinión, no se ha caracterizado por su coherencia ni por su honestidad en la gestión pública. Los actuales responsables socialistas no consideran imprescindible, ni necesario y, tal vez, ni conveniente cumplir estos requisitos básicos si se pretende una buena labor. Valoran el verbo fácil, la capacidad de manipular, la conciencia laxa, los escrúpulos escasos, la tendencia a lo tenebroso. Todo ello va sumando puntos en el baremo presidencial. Nadie puede negar las peculiaridades que le adornan. Rubalcaba es el candidato perfecto en esta formación política.
Será complicado competir si admitimos la mentira como herramienta. Será complicado si todo vale, si no se establecen límites morales. Será un duelo entre un candidato con arsenal prohibido y otro que sólo dispone de su arma reglamentaria. Será una pugna desigual. Será aceptar condiciones ventajosas por parte de un público incomprensiblemente predispuesto a permitirlas.
Por lo anterior, entiendo que el PSOE elija a su mejor opción, pero entiendo menos que la sociedad no lo rechace. Me entristece que los españoles contemporicemos con esas reglas del juego. Que no repudiemos a un candidato tramposo, que escala posiciones a costa de destrozar la inocencia ajena. Que no inhabilitemos a un candidato directamente vinculado con los crímenes de Estado. Que no nos resulte vomitiva su implicación en el caso Faisán con chivatazo a ETA y mano tendida al terrorismo. Que no exijamos a un candidato honrado y ejemplar.
Conociendo al personaje, es fácil adivinar cómo funcionaría su hipotético gobierno. Sería oscuro, sin barreras éticas infranqueables, sin rectitud en las deliberaciones y decisiones, sin respeto a la intimidad de las personas, sin decencia en las prioridades, sin conducta limpia. Después no nos llamemos a engaños ante el llanto y el crujir de dientes. Lo que no se posee no se puede dar y Rubalcaba carece de muchas virtudes eternas y deseables.
Mi pregunta no encuentra respuesta. Por qué no nos rebelamos ante un candidato muy tocado del ala en asuntos repugnantes. Por qué España no aspira a conquistar metas mejores. Por qué no ambicionamos la honestidad por encima de todo, como punto de partida irrenunciable. Por qué seguimos siendo tan resignados y mediocres. Por qué no diseñamos un gran país. Por qué no necesitamos un presidente del que nos sintamos orgullosos. Por qué no preferimos la dignidad. Por qué nos gusta la mezquindad.
No lo comprendo. Así ha sido siempre nuestra historia. Pero a pesar de las trabas que nosotros mismos nos aplicamos, también está repleta de victorias y de honor. Parece nuestro destino.
*Alcaldesa de Fuengirola y portavoz del PP en el Parlamento de Andalucía.