Crisis y bolitas de papel de plata
Las noticias nos infunden pánico. Nos aturden las explicaciones de la crisis. Aquellas, por graves, insistentes y, quizás a veces, exageradas. Estas, por parciales, alarmistas y complicadas. La confusión y la angustia se apoderan de la calle.
No hay para menos. Una interpretación sencilla, aparentemente, de la razón profunda de esta situación económica extremadamente crítica de la economía occidental, es la simple teoría de los vasos comunicantes. Desaparecidas, prácticamente, las fronteras de la información, de los flujos de personas, capitales y mercancías, en el ámbito mundial, todo tiende a nivelarse.
En este efecto de vasos comunicantes, la pobreza huye en avalancha hacia los países ricos, y la riqueza busca materias primas y mano de obra baratas en los países no desarrollados. La libertad de información y movimiento contribuye, de una parte, a la nivelación, y a la larga a una mayor justicia mundial. Pero, a la corta, a un hundimiento y empobrecimiento de los países hasta ahora privilegiados.
Es algo que algún día había que ocurrir. Y este día ha llegado. Y ese maremoto, sólo se frenaría cerrando compuertas, aunque fuera temporalmente, para evitar ese trasvase repentino, inquietante y devastador para nuestros países occidentales. Pero esto choca contra todo ideal de libertad y justicia.
No pueden hacerlo, teóricamente, los gobiernos llamados progresistas. Los conservadores, por definición, estarían más dispuestos a ello. De aquí la avalancha de conservadurismo en las últimas elecciones en distintas partes. Se impone el sentido de la supervivencia sobre cualquier otro ideal. Primero, defenderse y crear riqueza propia, después ya vendrá la solidaridad.
Tal vez ya no haya tiempo ni para estas posiciones de enroque. La globalización está en marcha a pasos agigantados. Los vasos comunicantes han derivado en tsunami. Ni el conservadurismo, que va ganando terreno, podrá pararlo. Y el progresismo de corte socialista se ve impotente, no encuentra respuesta válida y es desalojado del poder.
Podría decirse que la realidad se impone a los ideales, si no fuera que, en el fondo, esta realidad –que ahora hace sufrir a tantos no acostumbrados al sufrimiento- es producto, precisamente, de la generalización mundial de aquellos ideales de libertad y justicia, que se grita –con razón, pero confusamente- en tantas plazas.
Hace muchas décadas que han pasado aquellos tiempos en que acallábamos nuestras malas conciencias, mandando sellos y bolitas de papel de plata para los negritos.