JMJ: ¡Salid y ved cuántos somos!
Todo había sido preparado durante mucho tiempo, en un trabajo en el que han colaborado diversas instituciones, empresas, sacerdotes, prensa y hasta casi cuarenta mil voluntarios. No era para menos. Hemos acogido a 2 millones de peregrinos, venidos de todos los rincones del mundo. Causaba impresión contemplar las calles de Madrid, tomadas por una gran fiesta de fe, cultura, alegría y universalidad. Y es que todo va unido. En cada parroquia de cada diócesis española, los jóvenes peregrinos de todo el mundo eran acogidos con hospitalidad. Por ejemplo, en Estepona, Málaga, el párroco les animaba: “Id a Madrid, salid y ved, mirando al cielo, cuántos somos, no solo ahí sino en todos los siglos, año tras año, en la tarea de la fe”.
Una fe con claros enemigos, que el Papa señaló al comienzo de su vista a España, como esos que “creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios.”
Unos se quedan con que el Papa afirma en la lección intelectual, profunda de El Escorial, ante los profesores que “el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y de amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”.
A uno le marca la muchedumbre de Cuatro Vientos, a otro el íntimo encuentro con los enfermos del Instituto San José en el que no escatimaba palabras duras: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana”.
En la Misa de ésta mañana, quedaba claro su llamamiento a los jóvenes para que vivan su fe en la Iglesia y no en solitario, porque “la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como su Iglesia. La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor”.
Solo hay que lamentar algunos peregrinos hayan tenido que sufrir los embistes de quienes odian sin entender, de quienes creen que todos somos comos ellos, de esos paletos ensimismados que no saben respetar un acontecimiento histórico e internacional, cargado de cultura y humanidad.
Pero al final, queda el éxito, las imágenes que no se pueden negar, la fortaleza y la salud de una Iglesia que nos sigue llamando a muchos porque mantiene el tesoro de un mensaje eterno, por eso siempre nuevo: la exigencia es para todos los tiempos y el tesoro de la fe invita a cada hombre, para responder a los interrogantes que a todos nos incumben.
Como remate, las últimas palabras del Papa se ha mostrado agradecido y ha asegurado que estos días “quedarán hondamente grabados en mi memoria y en mi corazón. España es una gran nación que, en una convivencia sanamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica”.