Terapias milagrosas
La profundidad de la crisis actual y la confusión acerca del tratamiento que nos saque de ella ha colocado sobre nuestras cabezas una nube tóxica: la del miedo al futuro… Y es que, a pesar de todo, nuestra generación, la española de la posguerra, ha sido una generación relativamente privilegiada. No ha soportado guerras, tampoco desastres laborales o profesionales y la edad en la que moriremos estará –de media- en torno a los ochenta.
El hambre y el racionamiento de los cuarenta y la emigración y el trabajo duro de las décadas posteriores desembocaron en una relativa tranquilidad frente a la vejez y la enfermedad, la que otorga el Estado benefactor al cual –con no poco optimismo- suele llamarse Estado de Bienestar.
Y ahora llega la crisis que amenaza nuestras pensiones y hospitales y pone a nuestros hijos en la calle o cogiendo la maleta para emigrar. En tales circunstancias, se tiene la tentación, por un lado, de buscar culpables y, por otro, de mirar hacia quienes dicen saber de estas cosas para que nos indiquen la salida del túnel, pero, en el primer caso uno no encuentra sino opacidad y en el segundo se topa con un galimatías mucho más ideológico que técnico. Ya nos lo había anunciado hace muchos años Theodor W.
Adorno: “El poder que sobre los hombres ejercen las ideologías sólo se explica por el derrumbe previo de la lógica”. En otra palabras: cuando nadie cree necesario argumentar para imponer sus razones, estamos perdidos.
¿Y qué decir de los políticos? En plena campaña electoral nos someten a un coro de “soluciones para el paro”. Una sonata llena de buenas intenciones, de ésas de las que está empedrado el infierno. “Garantizo que el PP hablará a fondo con los bancos y de ese diálogo saldrán soluciones”, ha dicho el líder Popular. Y el socialista asegura que un “el impuesto a los ricos servirá para impulsar el empleo”. Y uno no deja de preguntarse: ¿Qué bancos son esos? ¿Quiénes son esos ricos?