El caso de los comandos vascos
Mikel Rodríguez.- “Fueron días de muchas esperanzas, de mucha camaradería, pero sobre todo queda la frustración. Que estuvimos muy cerca de haber logrado derrocar a Franco en el 45, porque el exilio para muchos ha sido una tragedia personal y no reconozco la Euzkadi por la que nosotros peleábamos en la actual”. Así nos resumía José Antonio Beleda su experiencia en el castillo Rothschild. De mayo a julio de 1945 se produjo el mayor intento militar del Gobierno Vasco por derribar al régimen de Franco. En el mayor de los secretos se instaló en un suntuoso castillo de Cernay-la-Ville un grupo de gudaris que recibieron una esmerada formación militar. Se esperaba la caída del Gobierno de Madrid debido a las presiones de los Aliados y estos hombres serían los encargados de mantener el orden público en el País Vasco.
Aguirre, tras asumir en 1941 la representación legal del Gobierno de Euzkadi, sondeó prudentemente en Washington las posibilidades de soberanía vasca en un nuevo espacio político que abarcase la antigua España y Portugal. Su creencia era que, si la Gran Guerra había permitido el surgimiento de muchos pequeños países, al término de la contienda se produciría una nueva reestructuración de los estados europeos. El Lendakari y el PNV deseaban lograr un ámbito político propio para Euskadi en esta nueva Europa. J. A. Aguirre deseaba que el restablecimiento de la democracia en España conllevase el autogobierno del País Vasco y la hegemonía del PNV en ese autogobierno. Para lograr sus planes, el Presidente lo fiaba todo a una solución que debía venir del exterior, concretamente de los Estados Unidos.
La función del Gobierno Vasco era construir el embrión de un aparato estatal, sobre todo, la fuerza militar. Se organizó así “Euzko-Naya”, el ejército del interior, y se logró el control de la Brigada Vasca de la UNE. Pero era necesario algo más y se negoció con los Estados Unidos la formación intensiva de un millar de hombres. La operación se llevaría a cabo en el mayor de los secretos. El primer grupo, seleccionado por Primitivo Abad, lo componían unos setenta veteranos del Batallón Gernika, cuarenta jóvenes procedentes del interior y media docena de “niños de la guerra” provenientes de Gran Bretaña,
En mayo se constituyó la unidad. Se produjeron por lo menos cuatro embarques en ferrocarril hasta París. Allí, Iñaki de Durañona los recibía en la estación, conduciéndoles a un camión cubierto del ejército norteamericano. Tras un corto viaje, los componentes de la expedición se encontraban en el jardín de un imponente palacio. Era el castillo Rothschild, en Cernay-la-Ville, a unos treinta kilómetros de la capital. Unos oficiales americanos, con ayuda de intérpretes, les interrogaban respecto a su pasado y les hacían firmar un documento. El contrato, en inglés, se hacía entre los particulares y el Gobierno de Estados Unidos. Por seis meses serían empleados de este Gobierno. Se establecía un sueldo muy substancioso y los firmantes se comprometían a mantener el secreto y a no traspasar los límites del recinto, A continuación recibieron su equipo: uniforme de campaña, uniforme de recreo, monos de trabajo Herringtone, tres pares de botas silenciosas con gruesas suelas de caucho, etc…
Los oficiales quedaron muy satisfechos con el material humano: físicamente muy aptos, motivados e “ideológicamente correctos”. El comandante Warner comentó que era el mejor grupo que había tenido. Aunque entre los vascos no había rangos, se reconocía una jerarquía de facto: Primitivo Abad, Landa, Esturo y Fernando Echegoyen entraban en ese reducido grupo de líderes.
Todos los días, tras el preceptivo saludo a la bandera americana, transcurrían varias horas de ejercicios físicos y se impartían clases teóricas: cartografía, tácticas de combate, utilización de armamento, técnicas de comunicación, primeros auxilios, técnicas de camuflaje… Los gudaris aprendieron a utilizar todas las armas ligeras del ejército USA. También les enseñaron a conducir vehículos de tracción total. Se les entrenó como rangers, los comandos estadounidenses. Probablemente, este entrenamiento constituyó una solución de compromiso ante la imposibilidad de formar una academia de oficiales previa a la organización de un ejército vasco.
Los ejercicios físicos ocupaban la mayor parte del tiempo. El combate cuerpo a cuerpo incluía técnicas de lo más novedoso, como el jiu-jitsu y el yudo. Por la tarde se realizaba la parte práctica de lo aprendido a la mañana: preparación de cargas explosivas, desmontaje y limpieza de las armas… También algunas noches se dedicaban a las prácticas, teniendo los comandos que orientarse en el bosque mediante la brújula o las estrellas. Los instructores constituían un grupo variopinto: estadounidenses de origen anglosajón o mejicano y el británico Fairbanks, una leyenda en el mundo de las artes marciales. La moral era buena. En una visita del Lendakari, el comandante americano presentó a la unidad como los futuros oficiales del Ejército de Euzkadi. Incluso se permitieron redactar un periódico, el Okay, del que salieron dos números.
El día 8 de julio, domingo, les comunicaron la fatídica orden: el curso se acababa y todos deberían volver a sus lugares de origen. El rumor más repetido era que José Antonio Aguirre no era bien visto por el presidente Truman, que se desentendió de los compromisos adquiridos por su predecesor. La disolución de la unidad respondió principalmente al interés del Departamento de Estado en no propiciar la lucha armada en España en el contexto de la Guerra Fría. Una hipotética intervención bélica podía favorecer al PCE, la fuerza más organizada e implantada.
En el nº 2 de Okay, se podía leer: “Capitán Plastic, si nuestro semanario sale hoy es para saludar a vuestro gran país, para testimoniar a ustedes nuestro respeto a todos los profesores. Aquí vivió un centenar de muchachos de condición muy diversa y de mentalidad muy variada, en paz y concordia. Nacidos en un País Viejo de tradición democrática, de buena ley, con el temple que da a las almas la honradez, desterraron del Valle Secreto las diferencias que separan a los hombres, dieronse la mano el gesto fraternal y vivieron un pequeño ideal de convivencia que haría felices a los pueblos”.
De los gudaris desmovilizados la mayor parte volvió a España. Otros quedaron en Francia, al servicio del Gobierno Vasco, enrolados en la Legión Extranjera o como simples civiles. Algunos de éstos figuraron entre los primeros instructores de ETA.
*Historiador.
Para que liar una guerra, si Franco les abria las puertas del mayor portaviones del mundo, que es España, ubicada en el centro del planeta.
parece que la política de desestabilizar regímenes no afines mediante la inserción de células durmientes no es invención de Al Qaida sino…oh vaya, de los EEUU. Seguro que si repasamos las relaciones España-USA en el verano del 45 se dieron cuenta de que por las buenas se conseguían acuerdos mejores…