¿Contra quiénes lucharán?
Ángela Vallvey.- El siglo XX ha dejado en la cuneta de la historia muchos augurios marxistas, quebrados. Tanto en lo filosófico como en lo económico. La centuria pasada rechazó el marxismo como un alimento que se ingiere en mal estado, mejor dicho: como toda ración que se engulle a la fuerza y, de ese modo, le sienta mal al cuerpo (social). Para un país como España, habituado a residir económica e ideológicamente no tanto en el siglo XX como en el XIX, ese proceso no es fácil de asimilar.
Algunos nos preguntamos: ¿qué significa ser de izquierdas hoy? El decimonónico protocolo moral español «exige» que seamos muy de izquierdas para ser aceptados. Pero, ¿«qué» simboliza ser de izquierdas? ¿Somos conscientes de que derecha e izquierda comparten un ancho margen donde vive confortablemente una socialdemocracia cuasi liberal?
El siglo XX ha socavado la idea marxista de la lucha de clases: fue el capitalismo –no el socialismo– el que democratizó la cultura y logró la creación de una clase media influyente. El Apocalipsis que anunciaba el socialismo nunca se produjo, el obrero no estaba tan alienado, finalmente, sino que ganaba un buen sueldo y pudo enviar a sus hijos a la universidad.
Los marxistas posmodernos han extendido la idea de la explotación a los países «pobres». Así, en la aldea globalizada, que ya intuía Lenin, Occidente sería el burgués explotador, y el Tercer Mundo el proletariado sometido. Pero el siglo XXI se está empeñando en llevarles de nuevo la contraria: resulta que esos países que, en teoría, eran los esclavos de un voraz Occidente capitalista, empiezan a prosperar mucho; son el obrero que se convierte rápidamente en clase media y que tendrá hijos importantes mientras su viejo amo decae. ¿Dónde dejará todo este proceso a la teoría de la dependencia marxista? El capitalismo logró en el siglo XX liberar a las fuerzas de trabajo occidentales, a los obreros. Y, en el siglo XXI, hará lo mismo, poco a poco, con los países que hasta hace nada denominábamos «explotados» y que hoy día son «emergentes». Tan pujantes que incluso la «opresión cultural» la ejercen cada vez más a menudo ellos sobre Occidente. (De la económica ya ni hablamos)…
A lo largo de más de un siglo Occidente ha padecido guerras mundiales y violentas recesiones, pero también alumbró a la única generación en la historia de la humanidad que no ha sufrido guerras ni hambrunas desde la II Guerra Mundial hasta hoy.
Obviamente, por motivos filosóficos y económicos, la izquierda contemporánea ya no puede ser heredera de la izquierda clásica. La distinción «izquierda»/«derecha» a veces ni siquiera tiene sentido en la actualidad, pero en España muchos siguen haciéndola, furiosamente incluso, pues entienden su militancia como oposición al «otro», como foso ideológico. Y si no tuviesen un enemigo a quien despreciar (la derecha, la caverna, la carcunda facha, los fascistas…), si no tuviesen oponentes a los que reprobar y sobre los que elevarse, ¿qué serían?, ¿contra quién lucharían, a la izquierda de quién?