Prostitución marroquí, un fenómeno que no para de crecer dentro y fuera de Marruecos
M. Laure Rodríguez.- Hace un par de años, la Organización Panafricana de Lucha contra el Sida en Marruecos (Opals) sacaba a la luz un alarmante estudio sobre la prostitución en el país alauita. Muchas fueron las personas que se tiraron las manos a la cabeza negando una realidad de la que ningún país puede afirmar que no se produzca en el interior de sus fronteras. Durante años, he desempeñado mi labor como trabajadora social en el campo de la prostitución. Por eso, cuando tomé mi primer contacto con la sociedad marroquí (tanto en origen como en destino), pude detectar cómo a pesar de ser una realidad ocultada y estigmatizada, era tan evidente que no podía pasar desapercibida.
Desde un punto de vista islámico, la prostitución no tiene cabida en una forma de vida que lucha por la dignificación de la mujer. Es evidente que quienes terminan cayendo en las redes de la prostitución lo hacen mayoritariamente como última vía de escape a una situación insostenible, una supervivencia innata que busca un sustento económico básico. Sorprende encontrar este tipo de prácticas en países que se autoerigen como islámicos, porque reflejan la dejación en la protección de su ciudadanía más vulnerable. Si un Estado islámico luchase contra la pobreza de verdad y lo hiciese bajo la batuta de la marca de género, posiblemente sería difícil encontrar prostitución, al menos en los términos en los que se dan en estas sociedades.
Aquel estudio demostraba que el 43,5 por ciento de las prostitutas no utilizaba el preservativo como medida de protección, hecho que sin duda alguna está directamente relacionado con la escasez de recursos económicos para destinarlos a tal fin, y la carencia de programas específicos que los faciliten, especialmente en las zonas rurales.
La violencia sexual y la pedofilia siguen siendo una realidad que se esconde bajo la alfombra, un tema tabú del que es preciso salir para erradicar que niñas de apenas seis años mantengan su primera experiencia sexual, tal y como señalaba el estudio de la Opals.
Pero la realidad de la prostitución marroquí traspasa los confines del territorio nacional. No hace muchos días, caminaba por una barrio céntrico de Madrid en el que hace ya un tiempo detecté la existencia de mujeres magrebíes en una zona considerada de prostitución de calle. Para mi sorpresa, he observado cómo, en el transcurso de dos años, el número de mujeres ha aumentado en consideración, fenómeno que ya ha sido relacionado directamente con la crisis económica en la que estamos sumergidos. Es innegable la preocupación que nos debería de producir observar cómo en pleno siglo XXI se ha de recurrir a la venta del cuerpo para sobrevivir y para sacar adelante a las familias, especialmente en aquellas sociedades que dícense democráticas y presumen de tener políticas dirigidas a la igualdad entre mujeres y hombres.
Tanto en un lado como en otro, algunas mujeres se ven obligadas a saciar los deseos masculinos para salir de la extrema pobreza, al amparo de relaciones de poder que constriñen aún más sus derechos debilitados.