Mi intuición
La primera vez que tuve consciencia de la existencia de la política fue con nueve años en un viaje familiar a Francia. Al pasar la frontera aparecieron pintadas de protesta y reivindicación que jamás había visto en nuestro país. Pregunté a mis padres y pronto me explicaron los motivos y el significado de las mismas. Desde ese momento, mi atención nunca fue indiferente a ese mundo tan interesante como complicado y pasional.
Pero aun así, al margen de la curiosidad mantenida, no hubo progresos hasta que llegué a la Facultad de Medicina. Allí mi relación con la política se hizo más directa. No tanto con protagonismo e implicación partidista, sino más bien descartando lo que creía inútil y hasta pernicioso. Dicho con otras palabras, supe claramente lo que no me atraía. Por lo que defendían. Por cómo lo hacían.
Y es que también las diferencias de actitud resultaban muy evidentes. Mientras que la izquierda universitaria, en aquella época representada principalmente por movimientos comunistas, era muy entrometida, intolerante e intimidatoria, los estudiantes de ideologías más moderadas se portaban con corrección y prudencia.
Yo no tenía ni la más remota idea preconcebida. Recuerdo que me dieron en una clase un folleto de la Pasionaria. Me sorprendió ver a una señora desconocida, mayor, vestida de negro, acaparando como reclamo una propaganda política con mensajes tan radicales y combativos. Ese era mi nivel de ignorancia.
Poco a poco fui empapándome de principios y consignas de los distintos partidos y sin profundizar mucho más, saqué una conclusión inicial que me ha servido siempre. Deseaba ardientemente que en nuestro país se gobernara “como los países europeos que funcionan”, para progresar como ellos, para modernizarnos al mismo ritmo. Deducción sencilla, rotunda y muy aclaratoria para mí.
Por eso desde el primer instante en que empecé a posicionarme, lo hice con esa perspectiva y esa aspiración. Pronto me encontré cómoda en los espacios ideológicos centrados. Sus propuestas me parecieron muy razonables y similares a las que estaban en marcha en las principales naciones de Europa que me servían de referencia. No obstante, esa certeza no me condujo a la afiliación.
A pesar de ello y de mi ausencia de implicación real, refutaba el monopolio político universitario que imponían muchos jóvenes. La exteriorización puntual de mis opiniones iba causando malestar en los simpatizantes de ideologías diferentes. Esa izquierda, que como ahora se atribuía también entonces todas las virtudes democráticas, no me dejaba en paz. En cierta ocasión amenazaron con hacerme daño físico si no me callaba. La amenaza se cumplió cobardemente días después, una noche en la que me encontraba sola en la puerta de la biblioteca. Ellos iban en grupo.
La intransigencia ya era el caldo de cultivo perfecto para los que pintaban las paredes, pinchaban ruedas de coches, insultaban y despreciaban a los demás que se atrevían a discrepar, presumían de todas las causas y se apropiaban de la solidaridad mundial. Justificaban su conducta porque su lucha era la única posible. Creo que ese talante ha cambiado, con el paso del tiempo, bastante poco.
Una vez terminada mi carrera, casada y viviendo en Fuengirola decidí dar un paso adelante. Consideré ridícula la actitud que adoptamos la mayoría de las personas. Cuestionamos casi todo y no aportamos casi nada. Parece que sabemos cómo deben hacerse las cosas, pero no nos comprometemos en su realización. Preferimos que sean siempre aportaciones ajenas, que después criticamos, las que modifiquen y mejoren nuestras vidas. Observé en ello poca coherencia. Así que mi pensamiento político se convirtió en vinculación responsable. Me afilié al Partido Popular por entender que recopilaba, más que los demás, los principios básicos en los que se sustenta mi ética personal.
Nada es por azar. Mi primera premisa de definición política hacía alusión a la necesidad de que España fuese “como los países europeos que funcionan”. Tan simple. Tan obvio.
Mi intuición no se equivocó. Ahora, más que nunca, permanece en vigor. Aquella revelación juvenil es hoy en España urgente y prioritaria. A estas alturas se ha convertido en requisito para la auténtica supervivencia nacional.
Con el debido respeto: Doña Esperanza, bonita e interesante experiencia, pero tenemos la sensación que no le ha servido para nada. Usted sabe que en nuestro partido el Partido Popular existe una corriente interna que se llama Democracia y Libertad en el PP,la cual está luchando para que se cumpla el artículo 6 de la Constitución, que nos dice que los partidos políticos deberán de ser democráticos, pedimos el no a la corrupción, una persona un cargo y un sueldo, una persona un voto y no por compromisarios y la regeneración de nuestro partido. Llevamos y usted lo sabe muy… Leer más »