De “1984” a 2008
Cuentan que hace tres décadas, el gobierno boliviano requirió la ayuda de un grupo de prestigiosos expertos internacionales para que emitieran un dictamen (Pepiño diría “ditamen”) que ayudara a solucionar los problemas económicos del país. Los sesudos especialistas llegaron a la conclusión de que el mayor obstáculo para el desarrollo de la economía boliviana era la inexistencia de clases medias. Al día siguiente, el gobierno emitió un decreto por el cual se creaban las clases medias. Desconozco si esto que acabo de contarles es cierto o tan sólo una leyenda urbana, pero da igual, porque hemos andado a sólo un pico de que una situación igualmente surrealista se haga realidad en España.
Las comillas del 1984 que usted ve en el título son intencionadas. No me refiero al año 1984, sino a la magistral novela de Orwell. Ese “1984” comenzó a vivirse aquí hace tiempo, pero acaba enseñar esa patita suya color arco iris que esconde unas terribles zarpas que acabarán por desgarrar a una nación desfondada y a una ciudadanía vencida y envenenada.
La soberbia novela de Orwell retraba, con afán profético, una sociedad imaginaria en la que Felicidad, Libertad, Solidaridad o Prosperidad no existían de hecho, pero sí en la mente de los ciudadanos; un rebaño deforme e invertebrado con tal nivel de enajenación que se mostraba dispuesto a creer todo aquello que se le contara desde las instancias oficiales. A esa masa gris se le podía decir literalmente un día que la producción industrial nacional era un 15% mayor que la del año pasado, y al siguiente que el mismo índice había llegado a niveles superiores por alcanzar un incremento del 12% respecto al del año anterior. En esa novela se reflejaba hasta qué punto podía manejarse a una comunidad cuando se había logrado violar lo que yo califiqué hace unas semanas como la vida secreta de las palabras.
El mundo de “1984” era un lugar en el que los conceptos habían dejado de existir, sustituidos por palabras que designaban lo que sus dueños deseaban; un lugar en el que las cosas aparecían con sólo invocarlas y en el que la solución a los problemas venía sin necesidad de tomar acción alguna, sino a través del voluntarismo de arreglarlas mediante organismos y leyes cuyo nombre iba orientado a su reparación. Un mundo en el que, como una vez dijo Rodríguez Zapatero, “la Política no estaba al servicio de las palabras, sino las palabras al servicio de la Política”.
Por mucho que forzarlas designe lo contrario de lo que significa, u ocultar la realidad, las palabras cumplían su función en “1984”, como la cumplen aquí y ahora. En este remedo de la novela de Orwell, se inició la segunda legislatura de Zapatero en 2008 estrenando un Ministerio de la Igualdad. Ya se creó un Ministerio de Vivienda, ya se anunció a bombo y platillo una ley maravillosa cuya efectividad radicaba en que el problema que venía a resolver lo que había sido rebautizado como “violencia de género”, ya se llamó proceso de “Paz” a la vergonzosa componenda que vendría a acabar con algo que jamás fue una guerra…suma y sigue. Pero luego, con un sumando mayor, se creó un nuevo organismo público que desde el providencialismo que distingue a toda mente totalitaria, a todo poseedor del lenguaje, promete un edén de igualdad para en el aprisco.
No es extraño, en quien se ha subido a lomos del éxito social y político en la fe de que las palabras son servidoras de la Política, instrumentos válidos para la transformación de la sociedad en una mera masa de individuos hipnotizados por los continentes, y amnésicos acerca de los contenidos. En quien calificó sin rubor a su nuevo gabinete de “pedagógico”, y no ocultó su intención de derribar los principios morales de la ciudadanía para construir una ética a la medida de sus intenciones y propuestas. En quien asientó sus sueños de triunfo eterno mediante el adoctrinamiento de nuestros hijos en la moral única y oficial que también tiene un nombre, Educación para la Ciudadanía, aprovechando la dormidera en que los sume el germen del egoísmo nacido de su insaciable avidez por consumir.
Y lo peor, es que hay gente, mucha, con la que todo esto cuela.