Redacción.- Ayer fue derrotado un proyecto consistente en enfrentar a los españoles, en empobrecerlos y hacerlos más dependientes de los poderosos, en desprestigiar nuestro país por parte de gente que no creía, y que no cree en España. Esa es la política a la que ayer los electores españoles pusieron punto final con un voto inapelable. Los españoles no han votado al PP para que las cosas continúen como hasta ahora. Los millones de votos al PP quieren ser un antídoto contra la crisis, pero nos engañaríamos si observáramos sólo en la cuestión económica la única razón de ese grito unánime en favor del cambio.

Los españoles han dado al PP su mayor victoria en toda la historia de la democracia para que la derecha promueva el rearme moral que necesita la sociedad española. Durante años, el infame Zapatero utilizó a los españoles como cobayas de sus experimentos sociales y de su ideología transgresora. Homosexuales, feministas, inmigrantes, abortistas, radicales…fueron los ejes humanos sobre los que gravitó la España zapaterista. Los resultados no han podido ser más desalentadores. España es hoy un país en crisis, pero sobre todo, España ha carecido de los activos humanos indispensables para encararla con eficacia.

Sólo hay que observar los resultados electorales obtenidos por las dirigentes socialistas que más han representado la encarnadura de ese aquelarre progresista para saber cuál ha sido la inapelable sentencia de los españoles. No más ingeniería social. No más pedagogía progre. No más experimentos educativos. No más normas transgresoras. No más pasteleo con los sectores más ineficientes y menos productivos de la sociedad española. No más subvenciones a sindicatos, actores, inmorales, parásitos y asociaciones exóticas de dentro y fuera. No más burlas al ejército. No más vejaciones a los hombres. No más alianzas de civilizaciones. No más frivolidades en política exterior. No más políticas de izquierda.

El pueblo español lo ha dicho claro y fuerte. El pueblo quiere un país fuerte, orgulloso y celoso de sus tradiciones. Nuestra robustez moral no se alimenta con jornadas del orgullo gay, ni con asignaturas como Educación para la Ciudadanía, ni con la defensa del laicismo radical, ni con el buenismo suicida como bandera, ni con acuerdos de reciprocidad con Marruecos. Nuestra fortaleza social, económica política y moral no está en la diversidad, ni en la multiculturalidad, ni en el hecho diferencial, ni en las trincheras del feminismo, ni en el sometimiento a las minorías. Somos una nación vinculada a una identidad común y cualquier otro propósito que se desvíe de esa incontrovertible realidad nos devolverá a la cruda pesadilla de estos años. Triple cerrojo a la España zapaterista. España no ha votado tan masivamente por el cambio para que continúen las fracasadas fórmulas sociales y morales de los socialistas.

Por otra parte, dentro de poco conoceremos cuál es el alcance de esa regeneración política que Rajoy nos propuso en la campaña. Será con ocasión de su primer viaje al extranjero como presidente del Gobierno. Desde que Felipe González instauró la costumbre de iniciar sus mandatos rindiendo pleitería al rey de Marruecos, todos los presidentes españoles repitieron el mismo mantra. Rajoy no puede caer en la misma indignidad que sus predecesores. Marruecos no es un país amigo ni un vecino fiable. Pero es que además, si convierte a Marruecos en su primer destino oficial, estaría execrando su propia autoestima y la dignidad de sus votantes al conceder tan inmerecido privilegio a quien impidió que fuera presidente del Gobierno hace casi ocho años. Los hechos, por conocidos, no merecen ser recordados.

Hoy ha motivos para mirar el futuro con más optimismo que ayer. Que Mariano Rajoy no nos decepcione siguiendo los mismos pasos que su repulsivo antecesor.