Dos mundos
Hace un par de días una concejala de mi equipo comentaba que se está encontrando con personas con las que siempre ha tenido un trato cordial y que ahora le hablan con acritud o con cierta hostilidad. Se extrañaba de que las mismas que antes pensaban que era de fiar, se muestren repentinamente con el derecho a dudar de su honestidad.
Le dije a mi compañera que he reflexionado sobre ello en infinidad de ocasiones y que estoy segura de que no me equivocaba ni en mi análisis ni en mi conclusión. Parece como si por entrar en política se abriera, para el resto de la población, la veda de la desconfianza y de la duda. Parece que muchos ciudadanos pensasen que son más demócratas cuanto más se instalen en estas poses absurdas. Parece que el ejercicio de la ofensa verbal proporcionase simultáneamente el salvoconducto de la solvencia moral.
Hay gente que se dirige a nosotros en un tono que jamás usaría con una persona ajena a la política, que nos increpa con afirmaciones basadas en la nada, que se vuelven agresivas sin motivo. Que en definitiva se comportan injustamente al acusar sin pruebas y al difamar originando un daño irreparable. Que interpretan su libertad de expresión como un derecho a practicar el menosprecio, el ataque y la falta de integridad. Y que, a pesar de ello, no experimentan sensación de culpabilidad.
Es normal que a los políticos se nos exija un comportamiento impecable y que se nos censure en caso contrario, pero ello no da cobertura al enfoque malicioso que muchos realizan de forma rutinaria. Con lo primero estoy plenamente de acuerdo y hasta pienso que el nivel de petición debería ser mayor. Con lo segundo discrepo por sentido común y por pura compasión. No nos merecemos esa marginación conceptual. No somos carne de cañón. No nos corrompemos. No dilapidamos. No nos aprovechamos. No perdemos el corazón. No nos convertimos en despiadados. No fomentamos la perversión. No dejamos de amar, ni de sufrir, ni de soñar.
Tal vez los que desarrollan ese espíritu de aversión sin motivo, sin control y sin consideración estén evidenciando algún complejo insano que contribuye, de mala manera, a generar un estado de opinión negativo y perjudicial. Recuerdo una frase magistral de José Mª Aznar: “lo más difícil de la política es la cantidad de cosas que no se pueden explicar”. Y es verdad. Resulta insoportable no poderse defender, no poder demostrar la realidad, no tener acceso a todas las personas que calumnian por placer.
Resulta horrible vivir con etiquetas colgadas que no son nuestras, que no nos corresponden, que nos avergüenzan. Pero resulta maravilloso saber que muchos se benefician de una labor constante, vocacional, intensa, que no tiene precio. Que muchos crecen con unos principios éticos que nos empeñamos en mantener. Que vamos dejando huellas profundas en la identidad de nuestra sociedad. Que estamos ayudando a vivir con más dignidad. Que buscamos el equilibrio y la justicia social. Que trabajamos con todos por igual.
Ayer en el supermercado tuve una muestra clara de este otro mundo de gratificación que respalda nuestras conciencias, que compensa con creces. Estaba comprando los detalles de última hora para la cena de Navidad y me paré a saludar a un matrimonio que iba acompañado por un nieto de pocos años.
El niño, acostumbrado a verme en la televisión local, se quedó muy sorprendido de tener tan cerca y en persona a la alcaldesa de su ciudad. Me miraba fijamente, con interés y cierta admiración propia de su edad. Me dijo que le gustaba mucho el Belén Municipal, que había ido a dejar su carta de Reyes en la jaima del paje Real montada en nuestra plaza principal y que su parque favorito, el llamado de Poniente, le encantaba por el enorme barco pirata con el que jugaba sin parar.
En un minuto mi nuevo amigo reconfortaba mi alma. Me alegraba saber que se divertía con tres iniciativas municipales que eran el resultado de muchas horas de esfuerzo, de ilusión, de convicción. Comprobé, una vez más, que nuestra dedicación nunca era en balde, que somos capaces de aportar experiencias importantes para el desarrollo vital, que otro niño en Fuengirola sonreía con felicidad.
Hay siempre dos mundos. Uno es el de la mezquindad, los rumores y la condena sin juicio previo. El otro es el del objetivo común, la comprensión, la presunción de inocencia. También hay siempre esperanza. Por eso, os dedico mi mejor deseo.
¡Feliz Navidad a todas las personas de buena voluntad!
*Alcaldesa de Fuengirola y portavoz del PP en el Parlamento de Andalucía.
¡ Qué bonito lo que usted ha escrito, Doña Esperanza¡ Nos ha dejado usted anonadados. Nosotros somos tan militantes como usted del partido y sabe usted muy bien que llevamos más de tres años reivindicando una serie de cosas. Siendo usted una dirigente importante a nivel andaluz no ha llevado nunca a la práctica al menos con nosotros todo lo que dice en su columna. A lo mejor no les interesa. Hechos y no palabras. La distancia de los militantes no borregos y sometidos con los dirigentes cada día que pasa es más grande. http://www.democraciaylibertadpp.es ¡Feliz Navidad a todas las… Leer más »
Señora Alcaldesa de Fuengirola:
Por todo lo que acaba de expresar en su artículo, le sugiero, por el bien de su salud mental, ponga remedio con urgencia: acuda usted a un psiquiatra para que la acompañe en una terapia larga y cara.