No bautiza pero confirma
A finales del año 2000, Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi comenzaron a reunirse en el caserío de Txillarre, una propiedad de un amigo común del presidente de los socialistas vascos y del líder de la ilegalizada Batasuna, situado en uno de los valles más profundos de Guipúzcoa. Ambos habían atisbado que el final del terrorismo podía comenzar a escribirse y, entonces, hicieron algo muy propio de los vascos: llamar al cura.
Ya Juan María Uriarte, obispo de San Sebastián, había intervenido en la tregua anterior, la del período de Aznar, pero esta vez, Eguiguren fue más alto: contactó con el cardenal vasco francés Roger Etchegaray, al que Juan Pablo II envió a Bagdad para hablar con Sadam Hussein en un intento de impedir la guerra de Iraq. Un tipo también de confianza de Benedicto XVI y negociador de los asuntos más espinosos. Eguiguren quería que mediara entre ETA y el Gobierno, y el cardenal lo citó en la misma Santa Sede, donde le llevó un magnífico libro, un queso y una botella de txacolí. Al plantearle el asunto -ciertamente, con más espinas que la corona de Cristo-, el cardenal le remitió a otros curas locales, y le regaló una de esas frases políticas que sólo son capaces de fraguar 2.000 años de experiencia: el Vaticano confirma, si las cosas salen bien, pero nunca bautiza.
Cambiamos el escenario, la fecha, el asunto, y dejamos al lado el terrorismo. El martes pasado, Alfredo Pérez Rubalcaba se reunió con el secretario de los socialistas andaluces, José Antonio Griñán, en la casa de este último en Mairena, en el Aljarafe sevillano. Unos polvorones, té y manzanilla. Rubalcaba le anunció que, en horas, haría pública su candidatura a la Secretaría General del PSOE, y Griñán, horas antes, había comentado que su anfitrión era una de las personas más inteligentes de su partido. Rubalcaba notó a Griñán muy lúcido; hablaron mucho de Andalucía, y aseguran en el entorno del candidato que encontró al presidente andaluz “receptivo” sobre su candidatura, pero no se comprometió a pronunciarse. Es decir, que Griñán confirmaría, pero no bautiza. Como un cardenal.
Rubalcaba se sentía obligado a consultar, a casi rendir pleitesía, al secretario general que más delegados llevará al congreso: alrededor de 240, un 25%. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría antes del congreso donde ganó Zapatero, ni Griñán ni los secretarios provinciales de Andalucía llevan delegados esos 240 votos: son sufragios individuales, personales y secretos. Esto lo sabe muy bien Griñán. Como Rubalcaba: Andalucía apoyó en el año 2000 a José Bono, y salió Zapatero con bastantes votos andaluces.
Sin embargo, la dirección del PSOE-A no va a mantener esta suerte de neutralidad hasta el final. Bautizará, aunque con precaución. Una vez elegidos los delegados, alrededor del 20 de enero, la Ejecutiva regional se pronunciará. Así lo indicó hace tres semanas, en este periódico, la mujer fuerte del PSOE andaluz, Susana Díaz: se pronunciarán, sí, pero en ese orden. Hay quien supone que Griñán juega con doble baraja: si Rubalcaba o Chacón, a ver quién da más. De momento, ya ha conseguido que la prensa catalana haya vuelto a publicar que apoya a la candidata ex ministra. No parece que eso sea cierto -y así se han expresado los miembros más importantes de la Ejecutiva andaluza-, pero hasta que no voten las provincias, no sabremos qué indicará Griñán.
En Andalucía se están jugando dos partidos de cara al congreso federal de Sevilla de primeros de febrero. Chacón o Rubalcaba, y el posgriñanismo, gobierne o no gobierne después de marzo de 2012. De ahí que la neutralidad de Griñán también responda a un compás de espera para medir las fuerzas de unos y otros. Tanto en el Gobierno andaluz como en la dirección del PSOE de la sevillana calle San Vicente hay división de opiniones, aunque son, claramente, mayoritarios los que apoyarían a Rubalcaba. No obstante, los partidarios de Chacón, que están resaltando durante estos días el plus que como mujer tiene la ex ministra de Defensa, aseguran que la presidenta del PSOE-A, la malagueña Rosa Torres, estaría con ella. La consejera de Presidencia, Mar Moreno, ya ha explicado que su corazón hubiera firmado el manifiesto de los chaconistas. Son pocos, pero muy activos. Moreno siempre estuvo con Zapatero, con su modo de ver el partido, y sería la mujer de Chacón en Andalucía.
El caso es que Griñán envió el jueves a su número dos, Susana Díaz, a la presentación de la candidatura de Rubalcaba. Es cierto que la secretaria de Organización también irá, posiblemente, a la de Chacón y que, incluso, en la sede de la UGT en Madrid había declarados partidarios de la ex ministra, como el madrileño Tomás Gómez y el manchego José María Barreda. Tres asuntos de los que habló Rubalcaba gustaron a la dirección andaluza: el primero -obvio- que se hablase de ellos; el segundo, que en 2013 habría una conferencia internacional de los partidos socialdemócratas europeos para definir estrategias, que si las naciones son menos naciones ante una Bruselas federalizante, a las organizaciones políticas les debe pasar lo mismo. Y tercero: que habrá primarias, democracia interna, participación y todo eso que el PP obvia para ganar elecciones, aunque Rubalcaba matizó que el PSOE “es un partido, no un movimiento social”. Volvamos a la Iglesia, y a Ratzinger antes de ser Papa cuando afirmó aquello de que una religión sin doctrina es sólo una cultura.
El PSOE llegará en febrero al congreso más abierto que se haya enfrentado nunca. Ni el de Zapatero fue igual. En Andalucía confluyen estas dos pugnas: la del propio congreso -es decir, la de Chacón y Rubalcaba, y ya veremos si los alcaldes- y los liderazgos en cada provincia, básicos para definir quiénes se postulan para el posgriñanismo; ya digo, pierda o gobierne Griñán en marzo. Es posible que haya dos listas en Cádiz, Málaga, Almería y Jaén para elegir delegados.
Rubalcaba se ha echado en brazos de Griñán a sabiendas que quienes le apoyan, paradójicamente, son los más críticos con el presidente, pero van a estar con él sí o sí. Griñán observa, pero su decisión, si no se emplea a fondo, tampoco será decisiva.
Un mar revuelto: digan lo que digan, el peor para encarar las elecciones andaluzas de marzo.