¿Merece la pena la vida de tres honrados policías por la de unos jóvenes insensatos?
Escribo estas líneas con la rabia y el dolor por la pérdida, y más si cabe por ser padre de un hijo que pertenece a dicho Cuerpo, de unas vidas humanas, y si cabe más, por ser jóvenes y padres de familia pertenecientes al Cuerpo Nacional de Policía; que a sabiendas del riesgo que corrían, supieron anteponer el servicio a los demás a cualquier mira personal.
El luctuoso suceso ocurrido en Coruña, cuando unos jóvenes de “Erasmus”, desafiando al sentido común por la ingesta de alcohol, han llenado de dolor a tres familias de Policías Nacionales y a la sociedad en general, que no llegamos a comprender cómo pueden pasar éstas tragédias. Guiados por su ética, profesionalidad, honorabilidad, capacidad empática y calidad humana realizaron su trabajo hasta la última consecuencia. Adjetivos que quizás, en esta sociedad enferma, materialista y mercantilizada, no se estilan.
De la fiesta de unos jóvenes insensatos a la tragedia. Quiero expresar mi emoción y cariño hacia el Cuerpo Nacional de Policía. Siempre nos acordamos de nuestros policías cuando necesitamos protección y ayuda. Ellos se sienten orgullosos de servir a los demás; de salvar una vida, cuando protegen a inocentes de “poderosos” y cuando ponen a disposición de las autoridades judiciales a cualquier delincuente o criminal. Satisfacciones que en otra profesión o actividad no se pueden percibir o sentir con esa intensidad como la sienten los servidores del CNP.
Otras veces, su profesión es ingrata y peligrosa, cuando deben de cumplir con su obligación y el deber que perfectamente conocen. Policias Nacionales que en la nueva sociedad que vivimos, llevan consigo una formación y especialización en general, incluidas las nuevas tecnológias, esforzándose a diario para ser mejores policías y ejemplo de los demás. Policías que doblan horarios y que cada día se esfuerzan en ser mejores policías. Policías que saben a lo que se enfrentan por defender la vida y propiedad de los demás, y que por paradoja del destino, les va de por medio su propia vida.
Con la generosidad en grado de heroísmo máximo, estos tres policías nacionales no han confundido valentía con temeridad al adentrarse en una playa con olas gigantescas, para tratar de salvar unas vidas. Han hecho lo que saben muy bien hacer y están preparados para ello: ayudar a quien les solicita su auxilio y cumplir con el deber. El policía nace, no se hace, me dicen algunos amigos pertenecientes al CNP. Que este acto, como muchos otros de la Policía Nacional, de Protección Civil, de la Guardia Civil, Policía Municipal, Bomberos… no queden en el olvido y nos hagan reflexionar a todos sobre nuestro papel como individuos pertenecientes a una sociedad y que nuestros actos siempre tienen consecuencias sobre los demás.
Me duele pensar en éstos tres policías nacionales, en sus familias, en las viudas que dejan, en sus padres e hijos. A todos ellos, mi consuelo y con la esperanza de que aparezcan los aún desaparecidos en esas aguas atlánticas, descansen en la paz eterna escoltados por los Ángeles Custodios éstos valientes policías.
No merece la pena en absoluto.
Los borrachos insensatos que se maten cuando y donde quieran, no creo que sea prudente arriesgar vidas humanas de profesionales cualificados -y necesarios- para salvar a semejante escoria. Siento mi dureza, pero así debe ser.