Apuntes para una derecha democrática y actual
Simplemente para evitar confusiones, aviso de que lo que más entorpece un debate enriquecedor son los prejuicios y las clasificaciones. Muchas veces un prejuicio acaba siendo un insulto o un desprecio y una clasificación conlleva que la mente se cierre a la propuesta de lo que se expone. Así, hoy en día, abundan quienes con un prejuicio basado en un nombre descalifican a una persona. Y también predominan quienes, no aceptando que las palabras son confusas, las aplican para cerrar debates al asumir solo lo que ellos creen que están expresando: democracia, libertad, liberalismo y por supuesto derecha son todos términos cuya aplicación en según que contextos puede llegar a significar cosas opuestas. No caigamos pues ni en los prejuicios ni en las clasificaciones; creo que a buen entendedor pocas palabras bastan. Abramos la mente, porque urgen soluciones al drama nacional que estamos viviendo.
Desde que leí aquel polémico debate del año pasado entre Pío Moa y César Vidal en Libertad Digital sobre el origen de nuestra imperfecta democracia actual o escuchando los brillantes comentarios de Moa en Esradio, en el programa Sin Complejos de Luis del Pino, ciertas ideas no dejan de rondarme la cabeza.
Hoy mismo, sábado día 10 de marzo, comentaba el historiador la ausencia de principios democráticos en la izquierda, sobretodo en el PSOE, desde su fundación hasta nuestros días. Todo ello se hace evidente para quien quiera repasar sin prejuicios la auténtica historia del socialismo español. Pero Moa suele advertir de que en España, tampoco la derecha ha sabido nunca hacer suyo un auténtico sentido democrático: “la democracia –señala Moa-, para la derecha, no es más que un resignarse a aceptar cierta homologación con Europa, un adaptarse a lo que hay, un someterse tolerando a la izquierda.”
Estudiando el convulso periodo de la II República se hace evidente la falta de voluntad democrática de la izquierda, que desde el año 31 estaba obsesionada con arrasar a la España que no quería aceptar. Pero también es cierto que ni la derecha moderada hizo frente con contundencia a estos desmanes –como hoy tampoco lo hace- ni otros movimientos de la derecha confiaban en la democracia –como tampoco ocurría en gran parte de Europa-. Aquí –salvo la Restauración con todos sus defectos- nunca hubo forma de proponer un sistema de convivencia: era verdaderamente imposible. Al final, sólo el Alzamiento Nacional puso fin al dislate de tantos errores causados por décadas de corrupción, mediocridad y maldad.
En la Transición, el PSOE trató de volver a sus esencias revolucionarias, pero ésta vez, los poderes extranjeros que tutelaban desde hacía años el proceso político para pasar del franquismo al consenso del 78, lograron domesticar al PSOE en cierto modo, pero sólo hasta el periodo desastroso liderado por Zapatero. Desde entonces hasta hoy, la derecha débil que representa el Partido Popular, ha aceptado el juego del consenso partitocrático anulando cualquier opción que surgiera por su derecha. Fue una tarea sencilla, porque desde que Fuerza Nueva fuera perseguida con todos los poderes del sistema hasta su desaparición (en parte también por sus propios errores), nadie ha conseguido aglutinar en un movimiento significativo a los que confiamos en principios elementales como España, cristianismo y tradición. Pero repetía Pío Moa: “ni antes de la guerra ni en la Transición, ni tampoco hoy en día, ni la derecha ni la izquierda fueron o son democráticas. Hoy la derecha del PP acepta el juego del consenso”.
Y todo esto me hace pensar. ¿Hay aquí una puerta abierta a nuevos proyectos políticos? ¡Por supuesto que sí! Es evidente que UPyD ha sido un ejemplo sorprendente de audacia. Pero, ¿por qué en la derecha no es posible? ¿Vamos a echar la culpa siempre al resto? ¿Y la autocrítica? El hombre no es para la ideología de un sistema político sino que cada época tiene ciertas particularidades que deben solventarse con los sólidos principios bien afianzados para servir a los hombres. La política no puede hacerse a base de dogmas: es el arte de negociar, de acordar, de pactar para servir mejor los intereses de los compatriotas. Ya se que los profetas de la pureza ideológica y los militantes de la siempre fácil consigna anacrónica entrarán a insultar. No nos importa. Tenemos muy claro lo que ya ha fracasado y no queremos seguir ése camino. Algunos decidirán quedarse con sus ideas maravillosas, tan geniales como ineficaces.
Lo que nunca hemos aplicado en España, lo que constituye un error radical desde la Guerra de la Independencia, es el desprecio de los auténticos principios democráticos. Hoy, muchos de los que se dicen liberales confunden, en la celebración de La Pepa, absolutismo borbónico de importación francesa con la preciosa tradición española de la Monarquía Hispánica, que no tuvo nada ni de centralismo ni de absolutismo; al contrario. El pueblo que se levantó contra una invasión cargada de odio a España y su gran tradición, no quería que una mezcla de jacobinos y liberales exaltados próximos al ateísmo o a la masonería, impusieran sus ideas en la Constitución de Cádiz, rompiendo con la riqueza institucional española y dividiendo sin remedio al país. En ese fallo o maldad situaba Cambó el origen de la Guerra Civil de 1936, porque desde ahí hasta la paz de 1939 no hemos sufrido más que dramas internos que nos han traído miseria, división y guerras.
Entonces, ¿qué entendemos por una democracia que deberíamos intentar de nuevo? Pues tomemos nota de la tradición de la Monarquía Hispánica, aprendamos de esas Cortes medievales del pacto, disfrutemos del modelo de León de 1188 que luego sirvió de ejemplo para las constituciones más avanzadas en Europa. Retengamos ésa imagen donde el Rey medieval suplica a las Cortes un aumento del presupuesto habiendo antes justificado exhaustivamente los gastos, para compararla con la insufrible deuda que genera el despilfarro y la corrupción política.
Miremos incluso el árbol de Guernica y contemplemos cómo Fernando el Católico o Carlos V iban allí a arrodillarse para jurar los Fueros y que, respetando las costumbres históricas de las diferentes regiones de España, afianzaban la unidad en un proyecto común. ¿No era la tradición mucho más respetuosa con las peculiaridades de las regiones españolas, siempre sumando, buscando adhesiones para mirar juntos a fines más elevados? ¿Cuándo se perdió aquello, quién tuvo la culpa de dar alas a un nacionalismo en unas regiones que antes suplicaron por adherirse al proyecto de España?
Sírvanos de ejemplo la unidad de la Reconquista, objetivo común de ocho siglos a pesar de las trifulcas por el poder y observemos la diferencia de organización social basada en el acuerdo y en la libertad personal frente al feudalismo europeo que llevaba en sí semillas de guerra y revolución. Y miremos -¡claro que sí!- al Estado que supo desarrollar una economía tercermundista hasta ponerla entre las potencias, con protección y seguridad y con una presión fiscal tres veces inferior a la actual. Sin duda, algo hicieron bien los gobiernos del franquismo…
¿Acaso tenemos de verdad que acomplejarnos? ¡Despertemos de la leyenda negra que todavía es la mejor cultura que tienen algunos! ¿Qué es la Inquisición con sólo dos mil condenados a muerte en su historia de varios siglos, después de procesos judiciales impecables, frente a los 60.000 guillotinados sin juicio en los primeros días de la Revolución Francesa, en nombre de la Igualdad, la Libertad y de la Fraternidad? Por no hablar del Comunismo, el sistema asesino por antonomasia que todavía presume de sus consecuencias superando los 100 millones de muertos y aún somete a millones de seres humanos…
Es que realmente fuimos los primeros y mejores inventores de un sistema de contrapesos, de garantías, de Monarquía y representatividad de ciudadanos, pueblos y ciudades. Y cuando llevamos a América nuestra experiencia política, tratamos al extranjero como ciudadano y no como esclavo por mucho que quieran que la anécdota sea la categoría y fundamos así el Derecho Internacional, una de las grandes aportaciones de Salamanca. Construimos por medio mundo escuelas y universidades. ¿Quién nos dará lecciones? Otros tardaron trescientos años más en acabar con la esclavitud y aún presumen de su historia.
Ya se que los soberbios que creen que su época es la mejor, por esa teoría absurda del progreso indefinido, jamás querrán ver nada bueno en la tradición. Quizá debamos caer en la cuenta de que la mejor tradición y los mejores principios deben tener su hábil forma de comunicarse, su intrépido intento de amoldarse al tiempo y siempre en un delicado equilibrio entre mantener sanas las ideas y conservarlas prácticas para cada época.
Y en un proyecto político es fundamental la cuestión económica. Dada la confusión actual, o se clarifica cuanto antes los criterios más adecuados o ser perderá el tren de la historia. Es cierto que los errores del socialismo y del liberalismo radical del siglo XIX generaron un Estado potente que hoy nos quita la libertad con su poder y nos arruina con sus impuestos. Pero por esa confusión terrible del lenguaje que hace tan difíciles los debates, llámanse hoy liberales casi todos los que defienden la autonomía individual y la propiedad privada, principios sagrados que cualquier opción que quiera luchar contra el totalitarismo sutil del Estado moderno –que ha logrado imponer una mentalidad socialista donde todos exigen derechos despreciando los deberes- deben considerarse como primordiales. Por eso, cuidado en este punto con la cuestión de la pureza, del nominalismo, que impide a tantos abrir los ojos, despreciando a tantos por cómo se llaman a sí mismos.
¿Acaso la libertad económica es patrimonio del liberalismo filosófico? Es más, ¿habría una identificación entre lo que hoy se entiende como un sano, moderadamente regulado liberalismo económico, siempre pendiente de un mínimo de protección social que nunca faltará en una propuesta política inspirada en la fe católica, con el filosófico, fuente de dislates y errores, padre del centralismo y del absolutismo y de los abusos que trajo el socialismo? Algunos ya gritan: es usted un neocon. ¿No querrán tomar lo bueno en sí sólo porque no es suyo, identificándose con esa izquierda sectaria que sólo acepta su más negra historia y sus más peligrosa ideología? Y vendrán los que presumiendo de amar a España contribuirán a dividir, tachando, clasificando, prejuzgando y en fin, contradiciendo su propia ideología, pues prefieren una pureza anacrónica y marginal a la unión entorno a unos principios básicos, elementales e ineludibles. Pero cada época tiene su afán: ¿no es hoy la inmigración descontrolada un problema tanto para la nación como para la persona que busca un futuro ideal y no recibe más que la miseria que aquí se impone? Y el drama de una sociedad radicalmente alejada de la cultura elevada, de la educación o de la moral elemental –como refleja la aceptación social de 110.000 abortos al año-, ¿acaso no es un panorama nuevo respecto a la España de 1975?
Me encantaría proseguir este diálogo como un debate enriquecedor, de manera que podamos generar con creatividad y con mentalidad positiva, nuevas bases para la regeneración institucional que nos urge. Quizá hasta sea una gran responsabilidad que debamos asumir, y Pío Moa esté acertando señalando donde hay un hueco que en España nadie ha cubierto -salvo la hábil Rosa Díez, que recoge votos de quienes, preocupados por el fracaso del sistema, se agarran a la esperanza de quien ha visto que el consenso del PP y del PSOE acabará por rendir a la nación ante una ETA prepotente- y que alguien debe afrontar, pues son millones los españoles que creen en nuestra nación, en nuestra mejor tradición, en nuestra maravillosa diversidad, en una auténtica democracia basada en la representatividad de todas, de todas las opciones, que asuma un compromiso por España y que respete la libertad de cada persona en todos los campos: religioso, moral y económico. ¿No sería brillante, frente a la falta de democracia de la partitocracia, una propuesta que fomente la representatividad directa del ciudadano generando interés por la actividad política?
Pero para saltar a la arena y atraer a la gente se necesitan principios políticos sólidos, seguridad para mantenerse firmes, confianza en que tenemos las mejoras ideas, paciencia para esperar el momento, cultura para aprender de grandes intelectuales modernos como Ramiro de Maeztu, Donoso Cortés, Balmes, Menéndez Pelayo, Esparza y el mismo Moa y habilidad y medios para comunicar a todos los españoles una atractiva propuesta. No es fácil, pero es el único camino.
Blas brillante repaso de nuestra Historia y te entiendo y respeto el debate ideológico y lo comparto, y me gusta pio Moa
Lo ideal es el debate, Femenina. Pero la descalificación lo impide. ¿Acaso te crees más libre hoy, bajo el totalitarismo sutil del socialismo del PP y del PSOE?
Me parece que tienes una empanada mental muy fuerte… Mira que poner como ejemplo un régimen basado en la desigualdad, donde los ciudadanos eran subditos y no tenían los mismos derechos….
Acaso tenemos los mismos derechos y privilegios que la casta política???? Hay políticos que en las elecciones el pueblo harto de ellos no les han botado y se quedan en la oposición tan ricamente. Jordi Ereu -Gaspar LLamazares y otros muchos.y otros con pensiones millonarias como Montilla Carot -Benac Delabega El de Extremadura Que ahora es consejero del Reino, menudos consejos,esto esta todo corrompido ¿donde esta la igualdad?
Buenísimo. Tienes que empezar a organizar un movimiento.
De acuerdo con usted. Muchas gracias. Y le aseguro que no pertenezco ideologicamente a Falange, ni Fuerza Nueva. Soy sencillamente un catolico que ama sanamente a su país
Si, tu debes de ser de esos “buenísimos” católicos que votan al PP, porque su verdadera religión y espiritualidad residen en su cartera.
Blas, escrito muy inteligente y acertado.